Los enormes ingresos que el estado peruano está logrando en estos últimos años por sus riquezas mineras están costando un alto precio a La Oroya, considerado como el municipio más contaminado de América.
Encajonada en un valle andino pelado y barrido por el frío, La Oroya (175 kilómetros al este del Lima), sede de la principal fundición metalúrgica del país, ha vuelto a la actualidad porque la semana pasada una organización ambientalista la incluyó -y no es la primera vez- en la lista de los diez lugares más contaminados del planeta.
En La Oroya, donde viven algo más de 33.000 habitantes a 3.750 metros de altitud, no llama la atención la basura, la fetidez o el fango; es más, es un municipio inusualmente limpio y ordenado en comparación con otros valles andinos. Aquí la contaminación es casi invisible: está en el aire, donde flotan micropartículas de plomo, sulfuro, arsénico, cadmio y así hasta diez componentes altamente tóxicos. Todos ellos ascienden silenciosos al cielo desde la enorme chimenea que escupe humo incansablemente desde la fundición. “Por las mañanas, el aire se espesa, a veces hay una neblina”.
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