Los latinoamericanos nos hemos escandalizados con el caso del padre Alberto Cutié, fotografiado con una novia en plena playa de la ciudad de Miami.
Aunque la mayoría de las opiniones están a favor del padre, que es además una personalidad de la televisión y la prensa, la popularidad no esconde el hecho de que como sacerdote faltó a sus votos y como hombre que aconsejaba en los medios cuestiones de carácter moral, faltó también al respeto que le debe a su público.
Pero lo hizo por amor y así lo ha defendido.
La que ha salido peor parada de todo esto es la Iglesia Católica, que ¡por fin! tiene un escándalo justificable en el mismo Dios que es amor.
Hace setenta y dos años, un día como hoy, Inglaterra coronaba a su nuevo rey, Jorge VI, que llegó al trono gracias a que Eduardo, el soberano renunciante, se negó a renegar de su amor por una divorciada estadounidense, llamada Wally Simpson.
¿Perder el trono de Inglaterra por amor? Imposible, dirían aquellos que sólo descansan la cabeza en la almohada del realismo. Pues sí, porque el amor es la fuerza más poderosa de la tierra. El amor es lo que crea familias y ordena sociedades. El amor es lo que hace temblar ante la mujer que ama a aquel que sostiene el Cristo en sus manos, o el bastón de mando de Albión.
¿Es eso pecado? Así como Pilatos formó parte del plan de Dios para que se cumpliese el sacrificio de la cruz, aquí el único culpable, ¡bendito culpable!, es el amor.
atejada@diariolibre.com
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