“No me dejes morir, Gustavo”, gritaba Roberto Castro Mateo, Chelo, cuando la tierra desprendida del lugar donde cavaba lo cubrió hasta la cabeza. El aludido, Gustavo Dotel, un plomero dotado de gran fuerza física, se derrumbó a llorar y a invocar fuerzas superiores, al constatar que no podría separar la tierra del cuerpo de su compañero.
Media hora después, se sentían impotentes también los bomberos que acudieron al edificio ubicado en Gazcue. No pudieron oxigenar los pulmones de quien ya hablaba en tono muy bajo. No disponían de oxígeno. Tampoco tenían equipo para separar la tierra y sacar el cuerpo.
Lo lograron cuando ya no había aliento. Ya no llamaba a Gustavo, ni dirigía palabra alguna a quienes intentaban rescatarlo. Un joven diligente y solidario había gestionado en una clínica cercana un equipo de oxígeno, pero Chelo dejó de respirar.
La Policía informó el hecho entre los sucesos del día: cuatro líneas en las cuales no consta que Chelo dejó en la orfandad (sería más preciso decir que los dejó en indefensión total ante la pobreza en que nacieron) tres niños de entre 5 y 2 años y una bebé de 6 meses.
En 4 líneas fue reportada la muerte de un obrero. Nada más podía esperarse. Ya le había sido negada la oportunidad de calificarse para trabajar en condiciones siquiera aceptables.
En sus primeros años, Chelo no encontró alimento y educación sin compromiso de trabajo, como corresponde a todo niño.
El pasado viernes fue el último día de su vida. Un gobierno que gastó una alta suma para construir un Metro que pocos usan, y un cabildo regenteado por un millonario aficionado al golf, no tenían oxígeno ni equipo para rescatarlo a tiempo.
La pobreza lo expuso y el abandono lo hizo vulnerable. En una de lección de dialéctica que la vida obliga a tomar, el peligro y la vulnerabilidad se impusieron.
A Gustavo Dotel le parecerá a veces escuchar su grito: “No me dejes morir”.
Pero Chelo fue víctima de la desigualdad y la exclusión. El orden social que le negó derechos fundamentales, lo dejó morir.
Es un orden que faculta a unos cuantos a gastar en palos de golf, sombreros y otras prendas definitorias de la frivolidad, el dinero con que el Estado debería cubrir la enorme deuda acumulada con las mayorías... La corrupción tiene víctimas.
Escrito por: Lilliam Oviedo
(lilliamoviedo@yahoo.es)
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