Su rostro era hermoso, y muchos afirmaban que superaba al de muchas actrices del cine norteamericano.
Las piernas calificaban para participar en un concurso mundial de extremidades inferiores femeninas.
No faltó quien se atreviera a decir que sus pechos eran tan levantiscos que tenía que bajarlos con los brassieres para que no les impidieran mirar hacia adelante.
Una de las ventajas de esta fémina sobre la mayoría de sus congéneres criollas eran los ojos, de un bellísimo azul.
Uno de sus admiradores consideró que poseía los labios mas besables del planeta, y que estos combinaban perfectamente con la nariz, aguileña y respingada.
Pero como no existe la perfección en los cuerpos humanos, la joven tenía los glúteos tan elevados que un amigo la llevó a hacer una rabieta diciéndole que su verdadero padre había que buscarlo entre un ascensorista y un aviador.
A pesar de que no le faltaron pretendientes, a sus casi treinta años no había contraido matrimonio, y no se le conocía novio.
Y como la mente del caribeño es ligera para el chisme, no faltaron las especulaciones sobre una presunta tendencia lesbiana en la mujer de un único elemento feo en su anatomía.
Pero como los años pasaban, y nadie la vio con una mujer aficionada a la carne de sus congéneres, la presunción fue perdiendo credibilidad.
Era tan acusada y marcada la característica nalguil de la solterona que muchos la describían como “la de los fundillos sobre el cocote”.
De pronto apareció en el horizonte amoroso de nuestro personaje un hombre de gran apostura, y que publicaba con frecuencia poemas en el suplemento literario de un diario de amplia circulación.
El pretendiente era contable de una empresa privada, siempre andaba bien vestido, y se expresaba con abundante vocabulario y perfecta dicción.
Ante la indiferencia de su amada, el bardo dejó el claro, y poco después apareció otro enamorado, un cincuentón adinerado, de baja estatura, rechoncho, y que de cuando en cuando le aplicaba al hablar uno que otro pescozón a la gramática.
La pretendida accedió a los requiebros del inculto admirador, y el rechazado poeta dijo, ostensiblemente despechado, que aquella dama tenía el materialismo tan alto como los glúteos.
Escrito por: POR MARIO EMILIO PEREZ
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