Cuando el Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989, Brian Hanrahan era un reportero de la BBC que trabajaba en el terreno. Este año, volvió a hablar con algunas personas cuyas decisiones hicieron posible uno de los acontecimientos cruciales en la historia del siglo XX.
Desde la seguridad que otorga el transcurso de 20 años, la caída del Muro de Berlín puede parecer algo inevitable: la consecuencia natural de los cambios que en aquel momento se estaban produciendo en Europa. Pero para la mayoría, era algo casi impensable en 1989.
Y, de hecho, la decisión en sí misma, fue un accidente que no pretendía que los hechos se sucedieran de la manera tumultuosa que lo hicieron.
Escuché la historia de cómo comenzó aquella serie de acontecimientos extraordinarios de la voz de uno de los miembros del Politburó de Alemania del Este -el núcleo del Partido Comunista en el poder- que tomaron la decisión.
Hans Modrow era un reformista comunista en la línea de Mijail Gorbachov. Había accedido al Politburó de Alemania Oriental cuando los líderes del país se vieron en la obligación de hacer frente a las demandas de cambio que se estaban propagando por todo el territorio. Pero como recién llegado, sus opiniones contaban poco.
Hans recuerda una agitada discusión sobre las restricciones de viaje, las leyes que prohibían a la mayoría de alemanes orientales cruzar la frontera y que habían causado un amplio descontento popular.
Al final del debate, el líder del partido, Egon Krenz, emitió de forma repentina una serie de nuevas normas. A partir de aquel momento, los viajes serían mucho más fáciles para la población del Este.
Lo que continuaba preocupando a Modrow era la forma autoritaria en la que el Partido Comunista seguía manejando el país. "No pudimos cambiar nada. Nos sentíamos como niños estúpidos. Sólo podíamos hacer lo que nos ordenaban", apunta.
Un desliz
Pero en ese instante ocurrió un "error" que se llevaría por delante al Muro de Berlín y, con él, al Estado de Alemania del Este.
La intención era anunciar las nuevas medidas durante la noche y ponerlas en práctica a la mañana siguiente.
Sin embargo, uno de los miembros del Politburó, Günter Schabowski, "soltó" todos los detalles del plan durante una rueda de prensa televisada y cometió el error de asegurar que el plan había entrado en vigencia de manera "inmediata".
Una conferencia de prensa en directo era una novedad en aquella época para los comunistas, y Schabowski se estaba convirtiendo en alguien famoso por sus declaraciones. Modrow todavía ironiza por la curiosa relación que Schabowski mantenía con los medios de comunicación.
"La orden no debía haberse difundido hasta las cuatro de la madrugada. Pero Schabowski no se dio cuenta. Participó en una rueda de prensa internacional y era tan arrogante y seguro de sí mismo que no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo", agrega Modrow.
Reacción masiva
El anuncio de Schabowski era complicado y burocrático y, como muchos otros aquella tarde, me sorprendió que mencionara la posibilidad de viajar libremente. Si eso era verdad, significaba el fin del Muro de Berlín porque toda la estructura de torres de vigilancia, alambres de púa y perros policía dejaban de tener sentido.
Los berlineses orientales no tardaron en reaccionar. Decenas de miles comenzaron a presentarse en la frontera exigiendo que los dejaran pasar.
Pero los guardias no sabían nada, esperaban órdenes para detener a los que trataran de cruzar. Hasta hacía muy poco, tenían instrucciones de disparar a todo aquel que lo intentara.
Aquella noche procuraron que la multitud desistiera, pero después de más de una generación de restricciones, los berlineses se habían vuelto beligerantes y se negaron a marcharse.
La confrontación entre los guardias armados y lo alemanes orientales allí reunidos se volvió tensa y peligrosa.
Los agentes pidieron órdenes a sus superiores, pero los ministros a cargo de la seguridad no dieron respuesta alguna. Modrow y los demás miembros del Politburó habían vuelto a casa sin percatarse de lo que estaba ocurriendo.
Abrieron las fronteras
A medida que la radio y la televisión informaban más sobre estos acontecimientos, más y más personas salieron a las calles y, según Modrow, fueron los mismos guardias fronterizos los que decidieron qué debía hacerse.
"A estas alturas, sabemos que debemos darles las gracias a los guardias, no a ningún miembro del Politburó. Fueron ellos, los guardias en el terreno, quienes tomaron una decisión clave. Ignoraban cuáles eran las órdenes y dijeron 'abrid la frontera'", indica Modrow.
Yo llegué al puesto de control principal justo a tiempo para ver cómo las barreras se levantaban, sin que los agentes hicieran ningún intento por contener a la multitud. Parecían sobrecogidos por el río de personas que circulaba ante ellos. El mundo entero se estaba hundiendo bajo sus pies.
Pero, aunque los líderes de Alemania del Este seguían ignorando lo que estaba pasando, el resto del mundo estaba viéndolo en directo por televisión.
En directo
En Washington, el entonces secretario de Estado de EE.UU., James Barker, estaba almorzando con la presidenta de Filipinas, Corazón Aquino, cuando le comunicaron la noticia. Poco después -al oír que estaban derribando el muro a martillazos- se levantó de la mesa y se dirigio a la Casa Blanca.
Allí, él y el presidente George Bush volvieron a ver las imágenes. No estaban prevenidos. "Sucedía ante nuestros ojos. Quizá algún líder soviético podría haber pensado en ello, pero nadie en las capitales aliadas pudo anticipar que sucedería a tal velocidad", sugiere Modrow.
Y Baker asumió cándidamente la gigantesca tarea que se le presentaba para reestructurar la red de alianzas mundiales. Como cabeza de la diplomacia occidental, la mayor parte de esa responsabilidad recaería sobre él.
"El mundo tal como lo había conocido durante toda mi vida adulta cambió ese día y cambió profundamente. Yo había crecido con la Guerra Fría. Como toda mi generación", aseguró Baker.
El mundo cambió
En el Kremlin, el hombre con más responsabilidades sobre el cambio dormía. El líder soviético hacía días que había sido advertido sobre lo que pensaban hacer los alemanes orientales.
Ahora, Gorbachov se ríe al recordar la urgencia con la que le dijeron lo que estaba ocurriendo.
"Me avisaron por la mañana, muy temprano. Comprendimos que había llegado el momento de resolver el problema alemán", asegura.
En Londres, Douglas Hurd llevaba sólo quince días como ministro de Relaciones Exteriores.
"El régimen y el muro están cayendo rápido", escribió en su diario. En su cabeza ya estaba dando vueltas el pensamiento sobre cómo convencer a la primera ministra, Margaret Thatcher, de la idea de una Alemania reunificada.
En Berlín, los ciudadanos abrían botellas de vino espumoso en una fiesta callejera que duraría días. Muchos, todavía no eran conscientes de lo que estaba pasando realmente.
En sólo unas horas habían cambiado los límites del mundo político y no había vuelta atrás. Había sucedido un accidente inevitable, impensable.
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