Es el premio Nobel de la paz que acaba de ordenar el envío de 30.000 soldados adicionales a la guerra. Es el que dice no merecer el galardón. Tiene menos de 11 meses en el puesto y ya ocupa el mismo podio que la Madre Teresa de Calcuta, el Dalai Lama y Nelson Mandela.
El otorgamiento del Nobel a Barack Obama es un honor insigne en un momento difícil. El miércoles, cuando él parta hacia Oslo a recibirlo por su diplomacia internacional, lo hará sabiendo que sus connacionales tienen otras preocupaciones.
La economía hace sufrir a millones de estadounidenses. En el país cunde el desaliento —los que creen que el gobierno equivoca el rumbo son más que los que piensan lo contrario— y las noticias alentadoras son escasas.
El aumento del desempleo es menor al previsto, pero hay más de 15 millones de parados. Mientras tanto, el contraste entre la guerra y la paz es inocultable.
Aún resuenan los ecos del discurso de Obama en la Academia Militar de West Point, donde dijo al mundo que su plan era escalar la guerra en Afganistán para estabilizarla y luego tratar de ponerle fin. Durante su mandato, los efectivos en ese país aumentaron de 34.000 a 70.000 y próximamente serán 100.000.
Este es el trasfondo del espectáculo que el mundo verá en los próximos días: un presidente estadounidense elogiado como pacificador, receptor de un premio legendario, a la cabeza de un desfile de antorchas y de un banquete con invitados de esmoquin y vestido largo. Jamás en sus 108 años de historia se ha otorgado el premio a un jefe de Estado casi al comienzo de su mandato.
La reacción en el país es otra historia.
Una encuesta Gallup después del anuncio halló que el 61% de los estadounidenses lo creía inmerecido. En cuanto a si se sentían complacidos o no, eso dependía de la filiación partidista. En este momento de orgullo para la nación americana, la reacción de la Casa Blanca ha sido moderada.
Obama permanecerá en Oslo apenas un día. No es casual que en los días previos a la ceremonia haya atiborrado su agenda con actos para demostrar que tiene los pies bien puestos sobre la tierra: un foro sobre creación de empleos, un discurso alentador desde Pensilvania y la presentación de su plan para el empleo antes de salir.
En cuanto al premio, Obama dice que no se trata de su persona. Hace ocho semanas, ante un mundo atónito por el anuncio, Obama dijo que era una afirmación del liderazgo estadounidense “en nombre de las aspiraciones comunes de los pueblos de todas las naciones”.
Dijo que lo consideraba un llamado a la acción para que todos los países encarasen juntos los grandes desafíos. Desde entonces, el premio casi no ha sido mencionado por una Casa Blanca empeñada en concentrarse en su enorme agenda.
Pero el comité del Nobel dice que sí se trata de Obama. La reacción fue tan fuerte y variada —jubilosa, crítica, perpleja— que los miembros del comité rompieron su silencio habitual para defender la decisión unánime. “Alfred Nobel escribió que el premio debe ser para la persona que más ha contribuido al desarrollo de la paz durante el año anterior”, dijo el presidente del comité, Thorbjorn Jagland. “¿Quién ha hecho más por eso que Barack Obama?” El panel citó sus esfuerzos en pro de un mundo libre de armas nucleares, una mayor participación de Estados Unidos en la lucha contra el calentamiento global, su apoyo a las Naciones Unidas y la diplomacia multilateral y por dar “esperanza” al mundo. Evidentemente, el objetivo del premio es alentar esos esfuerzos además de reconocerlos. Obama llevaba 12 días en el cargo cuando se cumplió el plazo para presentar postulaciones. Llevaba menos de nueve meses cuando se lo otorgaron. Con tantos problemas inmensos pendientes de resolución —enfrentamientos nucleares en Irán y Corea del Norte, choques en el Medio Oriente, un tratado vinculante sobre calentamiento global— muchos observadores ávidos de avances tangibles quedaron aturdidos. Obama lo dijo así: “No lo considero un reconocimiento de mis propios logros”. El jueves, cuando pronuncie el discurso de aceptación en Oslo, podrá decir qué significa el premio Nobel para él, en una época de guerra y recesión.
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