UN VIAJE DE IDA Y VUELTA A SANTIAGO

Móntense pasajeros, que arrancamos de una vez. A la salida de la capital podrán ver, donde salen las voladoras para el Cibao, una especie de mercado tan sucio y desorganizado como un mercado africano.

Después pasaremos por debajo de unos puentes con anuncios comerciales y del gobierno, colocados especialmente para distraer a los conductores. Más adelante, seremos asaltados en un semáforo por una turba de personas vendiendo tarjetas de telefonía, botellas de agua, o limpiando vidrios.

De inmediato vendrán a nuestro encuentro unos millares de baches, hoyos, huecos, parches, grietas, y asfalto desgarrado, que amablemente nos acompañarán durante todo el camino de ida y vuelta. Es muy posible que veamos más adelante el espectáculo escalofriante de hombres, mujeres y niños cruzando la autopista a todo correr por falta de puentes o túneles.

Muy posiblemente observemos también algunos perros atropellados y despedazados a un lado o en el medio de la carretera, así como curiosos trozos retorcidos de gomas que reventaron por exceso de carga o de uso.

Recorreremos la zona de los Batata Shops, puestos de batatas asadas y semillas de cajuil ubicados en el mismo borde exterior o dentro del carril auxiliar de la autopista, en los cuales se pesan y compran los tubérculos, sin importar el enorme riesgo que ello conlleva. Después de La Cumbre, veremos los hermosos y coloridos puestos de matas, flores y troncos. Más adelante, cerca de las represas de agua, veremos los ya típicos pejes colgando en la vara inclinada, como un milagro de conservación.

Con suerte, en los 150 kilómetros de viaje nos toparemos con una o dos patrullas motorizadas de Amet, bien sea parando algún camión que no puede ni con su alma o contemplando estoicamente el verde paisaje. También veremos camiones mal parqueados en lechoneras y fondas mientras sus propietarios o conductores engrasan los ejes de sus estómagos.

Otro atractivo turístico para ver y leer son los innumerables carteles, rótulos, letreros, avisos y vallas, plantados casi en la misma orilla, en las rectas, los cruces o en peligrosas curvas. Un espectáculo más son las barreras laterales de protección, dobladas, retorcidas y con pedazos rotos por toda la autopista, y por si fuera poco, las rayas blancas despintadas o ausentes, y notaremos la falta de la mitad de los postes que señalan los kilómetros, desaparecidos o robados impunemente.

Eso sin contar los motores y carros que día y noche circulan en sentido contrario por el carril de servicio, como si fueran ingleses. Aún quedan por admirar las mesas con zapotes, guineos y cocos por el hospital de traumatología.

Cerca de la ciudad corazón, comienzan a aparecer los muebles, alfombras y artesanías regados por la tierra. De vuelta de Santiago, más hoyos y más de lo mismo, pero con algunas variantes. A la salida pájaros, gallinas, gansos, cotorras - atención una vez más fogoso medio ambiente - racimos de plátanos colgados cerca de la Vega, mucha alfarería por las llanuras arroceras de Bonao, más flores cerca de Arroyo Vuelta y las jaibas, cangrejos y camarones colgados en ristras por el Badén.

Y a la entrada de Santo Domingo, nos recibe de noche una oscuridad de boca de lobo gracias a unas farolas siempre apagadas.

Como verán, más que un viaje o aventura, es un puro safari, en el que hemos observado muchas cosas que están prohibidas por simple seguridad vial en cualquier país medianamente civilizado. Lo que no vimos en todo el largo camino fue ni una sola autoridad interesada en civilizarnos. Ni siquiera medianamente.




De Sergio Forcadell




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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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