El desarrollo de los medios sustituyó los mítines de los partidos, y el ingenio de publicistas y militantes dio paso a las señales manuales para identificar simpatías en las elecciones
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
SANTIAGO. El símbolo es uno de los códigos básicos de la historia de la humanidad.
A través suyo se han podido descifrar los códigos del raro tiempo humano, no el que decide sin cesar el universo que es variable y es exacto. Ser es simbolizar.
A través de su presencia dices lo que quieres que otros reconozcan en ti o por lo menos, que lo crean.
Aunque carece de organicidad, el símbolo experimenta una vasta recurrencia que comunica una sucesión de intenciones en potencia y de actos en concreción.
Se los encuentra por doquier como en un bosque se hallan esparcidas y amontonadas las hojas sueltas que el otoño derrotó.
Al poder político, desde los sumerios hasta nuestros días, se le ha hecho imprescindible su utilización.
El poder corre en el devenir impregnado de esa representación que tiene de patética lo que le falta de teatro circense.
El hombre es un ser forjado en el símbolo.
Hace descansar en ellos jerarquías, cosmovisión, decisiones inéditas o previsibles.
Ni siquiera los más toscos hombres de poder han podido prescindir de su eficacia.
Los partidos políticos dominicanos, que no tienen el monopolio de esa praxis cognitiva y astuta, ya que la sustenta una formidable universalidad, procuran hacerse representar en un caballo, un tizón encendido, un gallo, un toro, una mata de la bella palma, un rancho de tabaco u otros géneros de la nobleza animal y vegetal y por extensión de la naturaleza.
Hay asimismo la representación del macho rompiente y decidido que es otra disposición hereditaria en la erótica del mando.
Nadie que no quiera perder una contienda, cualquiera que ésta sea, olvida mostrarse sexualmente enérgico, dominante, expansivo e intenso.
Estas figuraciones mueven una codigología que procura asombrar, detener un acto de poder que se considera injusto, ilegal, inusual o que se quiere enfrentar, sin más.
¿Qué sucede cuando las mujeres, sumándose ahora a la carrera del predominio, cruzan la línea de esa relación de sexo y poder?
¿Es que los hombres fracasaron políticamente?
¿Es que los pueblos han sido empujados a saborear otro postre político, otra manera de mirar el espectáculo?
¿Finalmente se hizo conciencia de la injusta discriminación de la mujer por ser mujer y ahora ese mito ominoso cae fragmentado en mil bloques de lágrimas inútiles?
Hay una mujer que desde el cabildo de Santiago y fuera de él a la vez, por razones claramente políticas, que usa símbolos de poder como la cárcel y la muerte.
Primero se “encierra” detrás de unas rejas de lata y cartón frente al Palacio de Justicia y ahora arrastra hasta el cabildo tres cajas de muertos.
El simbolismo no va a convencer a los militantes políticos ya saturados de mensajes y organizados para ejercer por determinadas formaciones que controlan factores de poder determinantes.
No va a provocar un oleaje de importancia pero llama la atención sobre un problema latente en una campaña política (que luego se apagará y dormirá, como otros temas y como los niños de un albergue), el de la corrupción, insumergible, que mana del poder municipal y el del otro poder pero éste es el que le interesa a ella por ahora.
Con esa hábil estratagema, la vicealcaldesa, cuya defenestración del Ayuntamiento nace de una división en las filas de su organización que le permite abrazar otra causa, expone y denuncia con cierta eficacia efectista, imaginativamente, los males del municipio.
Tiene claro la autoridad municipal que no podrá arrastrar a una multitud hasta el escenario cuya autoridad principal ella impugna.
Hay en su interesante proposición un planteo del orden de lo simbólico que no puede pasar inadvertido a quienes analizan esos momentos de clara agitación controlada, de anuncios exacerbados, de promesas más infladas aún, que resultan de los comicios de medio tiempo y de período completo.
Si tienen un mérito estas iniciativas representacionales, que concitan un impacto por su creatividad, frente al ruido inmenso de otras publicidades políticas al uso, es el de provocar, el de constituirse en un arte y el de haber sido meditados con arreglos a una realidad que no escapa las preocupaciones ciudadanas y por tanto, públicas, además de crear cierta expectativa en torno a quién ha tenido la premisa de impulsarlas, una dama que cree en el poder que tienen esas iniciativas netamente gráficas.
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