De Simón Guerrero
guerrero.simon@gmail.com
SANTO DOMINGO. Hace unos meses el Ministro de Medio Ambiente, Jaime David Fernández Mirabal, me comentó que le preocupaba el efecto negativo de las visitas de observación de ballenas. Aunque no es experto en ballenas (yo tampoco), intuitivamente percibe que muchas embarcaciones merodeando frecuentemente el lugar a donde estos animales vienen a reproducirse, puede afectarlos negativamente. Estudios recientes (Chávez Ramírez, 2009) le dan la razón al Ministro: un programa de observación de ballenas puede tener efectos negativos en sus ecosistemas debido a la contaminación química y auditiva, lo que puede ocasionar cambios conductuales fruto del estrés, interrumpiendo patrones de nado, produciendo desplazamientos de las zonas habituales y variando el consumo de energía.
La observación de ballenas comenzó como actividad comercial en la costa sur de California hace más de 50 años. Es la actividad turística que ha crecido en una mayor proporción a partir de 1993, alcanzando en México tasas de aumento siete veces superiores a las del turismo convencional. Ese país obtuvo en el 2006 alrededor de 70 millones de dólares de la industria de observación de ballenas.
A nivel mundial, en los últimos 10 años la observación creció a tasas de 12 y 13 % anual (turismo convencional 3 y 4%). En el 2000 generó cerca de 1,253 billones y atrajo a más de 10 millones de turistas. Esta actividad dinamiza las economías de muchos países en desarrollo. Lo más importante es que hace un "uso directo no extractivo" de este recurso, lo que garantiza su sostenibilidad, siempre que se implemente con estrictas reglas de manejo. Otro indicador de la pujanza de la observación de ballenas lo constituye el hecho de que en 1990 existían 300 comunidades de observación en 30 países, cifra que cambió a 500 comunidades en 87 países 10 años más tarde, llegando a cubrir 90 países en el 2007. Este gran crecimiento y los grandes beneficios justifican la inversión en estudios que para evaluar los posibles daños que la observación pueda causar a las ballenas, y establecer una regulación y un manejo adecuados de esta pujante y lucrativa actividad.
Los estudios realizados hasta la fecha demuestran que no son los factores físicos los que arruinan a las ballenas y sus hábitats, sino el crecimiento turístico desmedido y la ausencia de regulación en los permisos de observación los que saturaran el mercado y podrían conducir a la desaparición de la gallina de los huevos de oro. Sería lamentable, pues la observación deja beneficios económicos, recreativos y educativos, además de ampliar el conocimiento científico sobre estas especies y su entorno.
La actividad crece de manera acelerada y desmedida, lo que conlleva serios problemas de manejo. La mayoría de los países que se benefician de esta actividad tienen legislaciones o reglamentos cuyo fin es controlar "el riesgo en las dinámicas de población (tasas de nacimiento y reproducción) o cambios en los patrones normales de uso del hábitat (alimentación, descanso y reproducción)."
No son los factores físicos los que arruinan a las ballenas y sus hábitats, sino el crecimiento turístico desmedido y la ausencia de regulación.
Los artículos anteriores, donde denunciaba la irracionalidad y la crueldad de la cacería de ballenas tuvieron una gran acogida. Recibí muchas muestras de solidaridad militante y "Silvia" ha sido invitada a más de un programa de televisión. Espero que cuando pasemos a la fase autocrítica del manejo que damos a las ballenas en el país durante las jornadas anuales de observación, mantengamos la misma actitud de compasiva objetividad.
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