SI EN ESTE PAIS TUVIERAMOS INVIERNO...

¿Ustedes se imaginan que por causas del cambio climático que se está dando por todo el mundo provocando tantas inundaciones y desastres, en este país en lugar de llegar el "friíto" de navidad se nos instalara un invierno tipo Toronto, por cuatro meses, con temperaturas bajo cero, y unas cuantas nevadas de esas tan impresionantes que vemos en los noticieros?

Aquí, si el termómetro desciende en alguna ocasión a 20 ó 18 grados -para los nórdicos una excelente temperatura de verano- los titulares de los diarios aparecen diciendo "Ola de frío en Santo Domingo", "La gente no sale a la calle por las bajas temperaturas", "Disminuyen las ventas por el frío" y de pronto la gente por una especie de extraña metamorfosis psico-climática, aprovecha la ocasión y saca del fondo del armario, para lucir tanto como para abrigarse, el grueso chaquetón de cuero con cuello de piel de foca que una vez le trajo un familiar despistado de Boston, donde el frío mata hasta los bisontes.

A esa "temperatura" aparecen ya por las calles los yaques con el interior forradito de lana, con su cuello alzado hasta bien arriba, las capuchas enfundadas y las cremalleras bien cerradas, como un esquimal cualquiera, y hasta salen a relucir las elegantes bufandas y los exóticos guantes en fiestas y salidas nocturnas, eso sin contar con unas botas embutidas a lo Nancy Sinatra, o a lo puro Cowboy del oeste americano. ¡Somos tan exagerados para ciertas cosas!

La verdad es que si tuviéramos un invierno toda nuestra vida cambiaría de manera notable, las conversaciones girarían a menudo, no como ahora que acaban siempre en torno al calor que nos ahoga sin clemencia, sino sobre la nevada de medio metro que cayó por la noche y paralizó los servicios de media ciudad, de cómo se congelaron los cristales de las ventanas y la brega que nos dio limpiarlos con agua caliente, de cómo se echaron a perder las matas del jardín que con tanto esmero cultivamos, de la espesa capa de hielo que recubría los estanques y piscinas, del tremendo resbalón que nos dimos al salir de casa y casi nos partimos la rodilla, del carro que no quiso arrancar por nada del mundo y hubo que echarle otro anticongelante, de lo carísimo que nos llegó el recibo de la luz porque la calefacción no se puede quitar ni un solo momento del día, de los niños tan simpáticos que lanzaron una docena de bolas de nieve y casi nos arrancan media oreja de lo gélida que estaba, de que casi se nos congelan los dedos de los pies y las manos haciendo durante varias horas un dichoso muñeco, con una zanahoria por nariz, de la gripe tremenda que cogimos con ese súbito cambio de temperatura al salir del cine, de que el domingo el lugar de dar un paseo matutino tuvimos que palear la nieve acumulada delante del garaje.

Y del tránsito ¿qué decir? Si aquí por cuatro gotas de lluvia se arman esos tapones interminables ¿qué sucedería si nevase? Llegar de la Núñez de Cáceres a la zona colonial sería una aventura de días o semanas, tan arriesgada como la expedición ártica del noruego Amudsen.

Claro que con el frío hay también algunas ventajas, con esos ropajes de invierno no se nos vería tanto las diez libras que engordamos en Navidad, o lo bien caería un sancocho o un cocido de esos que aquí nos "mandamos" en pleno verano y lo sudamos durante horas, o ver y comprar los elegantes y caros modelos de ropa que salen cada temporada.

Claro que sopesando ventajas e inconvenientes, entre hielo y sol, y de manera muy particular, preferimos este último. Por algo los turistas congelados, pálidos, casi transparentes que vienen del norte enloquecen con nuestras playas. De tontos, no tienen nada.



De Sergio Forcadell
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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