Una conversación intensiva de cuatro días permitió extraer este contenido sobre los que piensan estas mujeres orientales sobre el amor, matrimonio, los encantos del cuerpo y otros temas tabúes
Escrito por: PEDRO ANGEL MARTINEZ
GRANADA, España.- Es tan grande el mundo que concentra en un solo espacio creencias religiosas, culturas, modos de pensar, ideologías, el amor y la sonrisa; tan grande que en él cabe una musulmana.
En esta ciudad, en una calle empinada que mira La Alhambra, una muchacha musulmana con sonrisa de niña mira a “vuestras sociedades” con estupor y curiosidad. Tiene ojos de puro negro, como sus cejas y el bello de algodón que moja sus mejillas rosadas; y piel mora, de porcelana.
En su pureza de alma, esta chica mostró expresiones de curiosidad y exclamación, y develó su modo de vida y costumbres islámicas.
Su hiyab color mostaza (pañuelo o velo islámico tradicional árabe que cubre la cabeza, el cuello y parte de la cara) la convierte en foco de turistas en esta ciudad cuyas aguas calman los fuertes calores del estío andaluz.
Reflejaban sus expresiones los valiosos tesoros de niña en coqueteo con la curiosidad del mundo occidental y los atajos ancestrales de su religión, la islámica.
Esa muchacha musulmana, cuyo nombre omito por respeto a su identidad (lo que me pidió con vehemencia), expresa en esta esquina del mundo lo que piensa del amor, el matrimonio, la familia y los encantos del cuerpo, entre otros temas imposibles de tratar por espacio. Lo hace sentada en la tienda en la que sirve como empleada, interrumpida en ocasiones para atender turistas.
El amor
El amor, para ella, es simple. Parte del corazón, del que emanan las alegrías del alma, y se expresa con madurez. Piensa que el amor sigue hilo conductor que termina en una conversación madura con el pretendiente y un camino directo al matrimonio.
Las musulmanas –cuenta- muestran el mismo fervor que las occidentales al sentir ese cosquilleo delicioso del corazón y buscan de forma conservadora acercarse al hombre causante de su interés.
En un coqueteo conservador y sublime, se acercan al pretendido y entablan amistad con conversaciones sobre temas diversos, hasta que llegan al punto de expresar lo que quieren, en el que plantean, de inmediato, sus interés.
La muchacha musulmana establece, de inmediato, las condiciones para establecer una relación: el hombre tiene que ser de su tribu (en este caso berebere), de su país, Marruecos; árabe y además musulmán. Fuera de ahí, lo demás es leyenda.
Por un asunto religioso, no puede entablar relación con un hombre cuyos ingresos económicos dependan de empresas, actividades o negocios relacionados con el alcohol, las discotecas, los vicios y la corrupción. Por eso, el pretendido debe dejar su trabajo si se gana la vida en establecimiento donde comercialicen bebidas alcohólicas, para poner un ejemplo.
Los novios se consiguen de dos maneras: en contacto directo con una persona o recomendado por un miembro de la familia; en esta última opción cobra fuerza de ley y moral la recomendación de los padres, aunque la mujer no haya visto al hombre en su vida ni lo conozca a fondo.
A diferencia de otras culturas, las musulmanas pueden ver a un hombre por primera vez y concertar un compromiso de noviazgo o matrimonio en lo inmediato, si sus intereses religiosos, familiares y personales acogen la compatibilidad.
Una vez concretada la relación de noviazgo, el hombre debe comprometerse de inmediato al matrimonio, pero no puede ni tocarle ni las uñas hasta el día fijado para el compromiso nupcial.
Cuatro esposas
El día de la boda, describe, es una gran fiesta al estilo musulmán. Se baila, se toma té (cero alcohol), se disfruta entre los miembros de la familia y los amigos, con las distancias que propone la costumbre: los hombres en un lado y las mujeres en otro.
Para llegar a él hay que agotar los trámites implícitos que suponen la cultura y la religión, y previamente establecer un juramento eterno de amor que, sin embargo, admite el divorcio como elemento de una sociedad cerrada para estos temas.
El hombre musulmán, según explica, puede tener hasta cuatro esposas, aceptadas por la consorte en tanto cumpla ciertas condiciones de compromiso, responsabilidad paterna y económica, y no salte las barreras morales de la sociedad.
Esa tolerancia cultural es aceptada con mansedumbre, habida cuenta de que, según narra en sus palabras esta chica, es peor estar casada con un hombre que tiene varias mujeres a escondidas que tener varias mujeres en matrimonio.
La edad social tope para casarse y tener hijos es de 25 años, a partir de ahí la sociedad y la familia musulmanas ponen quisquilla sobre las mujeres. Y sobre el número de hijos, mínimo cinco.
El cuerpo
El cuerpo es el sagrado templo de una mujer; enseñarlo, una herejía. Los encantos de porcelana de esta chica, a su entender, no son necesarios mostrarlos.
porque el hombre debe ver los valores de su interior por encima de los tesoros corporales.
“En vuestras sociedades las chicas andan desnudas, enseñan sus cuerpos con faldas cortas y venden la carne; nosotras las musulmanas enseñamos los valores interiores que son los verdaderos encantos de una mujer”, comenta esta muchacha de 23 años, de belleza rugosa y frugal, al exponer sus argumentos sobre la vestimenta que usa, que distrae las miradas masculinas del cuerpo.
Por eso se viste con vestimenta habitual compuesta de hiyab, falda hasta el tobillo y mangas de blusa hasta las manos. Nunca se deja ver el pelo de la cabeza, pues lo considera una vergüenza y una falta de respeto hacia sí misma.
La familia es el paredón o la gloria, pues en ese núcleo se toman decisiones trascendentales sobre sus mujeres: si se casan o no, y con quién se casan, entre otros asuntos.
Si el Corán y la religión juegan un papel preponderante en el amor, la familia es el etiquetado indispensable para establecer una relación.
La primera opción la tienen los padres y el núcleo familiar para proponer futuros esposos a las hijas de la familia, aunque la mujer no haya visto nunca al hombre ni lo conozca. Si ésta no aprueba, no hay novio ni matrimonio.
Si la mujer busca por su cuenta y surge un pretendiente, una vez aceptadas todas las condiciones que le plantea como decálogo ineludible, pasa a la aprobación de los padres, quienes decidirán el futuro de la relación que se gesta.
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