Generales de la Policía y el Ejército simpatizantes del Escogido, se opusieron a que el carro fúnebre que llevaba al Tigre fuera escoltado por miembros de (Amet)
Lloré en el momento que los empleados del cementerio dijeron: “Mezcla”. Fue el instante más doloroso cuando introdujeron el ataúd al pequeño y destartalado nicho en el cementerio de la avenida Máximo Gómez.
El Tigre murió sin pelear.
Y eso nunca se olvidará.
Pepe Busto, presidente del Club Atlético Licey, prohibió que una comisión de las Aguilas, encabezada por Chilote Llenas, se acercara a la caja donde estaba el pobre y acuchillado Tigre.
Eso molestó a Llenas, quien al marcharse del campo santo, empujó a la periodista Elvira Trinidad, directora de Relaciones Públicas del Licey, que lloraba desconsolada.
Se armó el rebú cuando Idelfonso Ureña (quien siempre ha sido guapo), salió a defenderla y recibió una trompada de un seguridad de Chilote.
El ingeniero Víctor Martínez y el periodista Alexander Gómez, cogieron piedras, pero Juanchy Sánchez, directivo de las Aguilas, sacó una ametralladora y se armó el corre-corre.
José Monegro
José Monegro, sub-director del matutino “El Día”, lloraba como un niño y me dijo: “Viejo Leo, perdóname, pero es que no aguanto. Reconozco que estoy haciendo un papelazo, pero es que quiero mucho al Tigre. Leo ayúdame a resistir este dolor”. Todavía me duelen los huesos del fuerte abrazo que recibí del conocido comunicador.
Castro Castillo
El general Manuel Castro Castillo pidió a su jefe, el mayor general José Polanco Gómez, que le permitiera llorar aunque fuese a escondidas.
Polanco Gómez le respondió: “Usted es un hombre y todo el que nace tiene que morir”.
El jefe de la Policía comentó incómodo que no entendía a Castro Castillo, “pues yo soy liceísta y no he llorado tanto”.
Rebú
Un rebú, donde por poco hay muertos y varios heridos, se originó cuando el periodista Franklin Mirabal, editor deportivo del matutino “Hoy”, estaba transmitiendo en directo para radio y televisión y acusó al Tigre de no luchar con gallardía y criticó acremente a la directiva azul.
Eso indignó a varios de los presentes y Francisco Busto, el hijo de don Pepe, intentó agredir a Franklin.
En ese momento intervine, al ponerme furioso por la agresión a Mirabal, y pido excusas a la familia Busto, pues irrespeté a esos amigos protegiendo a Franklin.
Alvarito Arvelo
Al llegar el ataúd todo era silencio.
Se escuchó la voz fuerte de Alvaro Arvelo hijo, quien pronunció un panegírico que pasará a la historia por las cosas que dijo y su gran inteligencia.
“Moriste maldito Tigre del diablo. Cobarde. Lloro porque te quiero, pero hiedes, eres sucio y pusilánime. Tenías que morir antes. Fue mejor que cayera, ya que no aguantaba más sufrimiento”.
Alvarito le dio una patada al ataúd cuando Pepe Busto le impidió transmitir para el Gobierno de la Mañana, tras escucharlo decir improperios al Tigre en el panegírico.
El periodista Julio Martínez Pozo, pana de Alvarito, se lo llevó a la fuerza.
Mis hijos
César, Amaury y Cecilia Heredia Guerra, mis tres hijos, junto a los hermanos Luis y Carlito Molina, don Víctor y Jesús González, asistieron al cementerio en una guaguita y no se desmontaron en señal de protesta, pero nunca dejaron de llorar y uno de ellos se desmayó.
César, mi hijo mayor, me preguntó: Papi, usted que sabe de deportes y de entierros, explíqueme la razón por la que mataron al Tigre. Usted sabe que ese era un animal bueno y un amigo sincero.
Sixto González
Uno de los más enfermos liceístas, Sixto González, se hincó y delante de su enllave Olivo Calcaño (Papiro), prometió no asistir más al play.
Papiro, quien brega con camiones tiró a Sixto en la cama y le dijo “tú si jodes, ya perdimos y los familiares del Tigres están tranquilos”.
El gerente
Fernando Ravelo (Fernad), gerente del Licey, se metió en el baúl de un carro público y a pesar de los esfuerzos de su esposa y amigos no quería salir. “Yo amo más al Tigre que a mi propia vida. Ojalá me lleve el diablo”.
Belkis e Ingrid
Las hermanitas Belkis e Ingrid Aquino, esposa y cuñada de Saturnino Martínez, presidente del club Mauricio Báez, sufrieron un ataque. Brincaron y cayeron en medio del ataúd, creando un caos, pues las dos muchachas salieron llena de sangre , pues todavía el Tigre no había cicatrizado sus heridas.
Nandy Rivas
El publicista Nandy Rivas se marchó a Nueva York para no ver el funeral, al expresar que ver al Tigre descender a la tumba no lo aguanta nadie.
Nandy, en el aeropuerto, sacó un pañuelo azul y disimuladamente derramó algunas lágrimas.
Los cascos negros
La multitud que se congregó en el cementerio gritaba: “Lo mataron a traición, por que no tenían valor”.
Y luego vociferaban: “Asesinos, mataron al Tigre a escondidas y sin poder defenderse”.
Nadie quería marcharse y el coronel Ramos, jefe de Barrio Seguro, ordenó desalojar a la buena o a la mala a los que se quedaron en el campo santo.
Murió el más grande.
Falleció el indomable.
Cayó el combatiente.
Ha muerto un campeón.
Paz al Tigre.
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