CUANDO LOS AMIGOS IMPORTABAN

Antes éramos libres, decididamente libres, sólo sentíamos debilidad por las personas, por los amigos, no teníamos cuenta de banco, ni tarjetas de crédito, no bebíamos Don Perignon ni vinos, ni conocíamos a Paco Rabanne


Antes, cuando éramos demasiado felices e indocumentados, sólo teníamos amigos con los que nos pasábamos los días haciendo travesuras, con ellos nos peleábamos y nos reconciliábamos sin que nadie interviniera, solo la ley de la subsistencia del barrio, que nos indicaba instintivamente cuando estar en guerra y cuando estar en paz.

Cuando el mundo nuestro era solo el vecindario, y cada adulto era el papá del barrio, teníamos amigos de verdad, solidarios hasta el cansancio, con los que compartíamos sin mezquindad la pelota de baloncesto, los helados de molde o de potes de compota, la macita o el pan, la patineta de caja de bolas hechas en el patio de la casa, el carrito de carreteles, y la única bicicleta a muchos metros a la redonda.

Antes éramos amigos sin distracción, no teníamos computadora, ni nintendo, no existía la Black Berry, ni el Iphone, ni el Ipad, no teníamos telecables ni DVD, cuando queríamos hablar con amigo sencillamente íbamos a su casa y si queríamos ver una película juntábamos todos los centavos de una semana y nos íbamos a pie en trulla al cine, vivíamos feliz como una lombriz.

En mis años coleccionábamos amigos, no autos, ni revistas pornográfica, ni aparatos sofisticados, el mueble de la casa fue el que heredamos de la abuela y no le decíamos antigüedad, antes comíamos en cualquier casa porque éramos una sola familia en el barrio, pero almorzábamos comida no basura, hechas por nuestras madres, abuelas o tías.

Antes éramos libres, decididamente libres, solo sentíamos debilidad por las personas, por los amigos, no teníamos cuenta de banco, ni tarjetas de crédito, no bebíamos Don Perignon ni vinos importados, no conocíamos a Paco Rabanne, Christian Dior, Louis Vuitton ni a Carolina Herrera, éramos inmortalmente felices con las ropas que nos confeccionaba la modista o el sastre del barrio.

En mi tiempo fuimos felices juntos, lo que importaba era el amigo, el familiar, nadie moría por papeles, éramos alegres, arrojados, puerilmente temerarios, dichosos, atrevidos pero respetuosos, no hacía falta un tabaco de marihuana ni una pizca de cocaína para ser feliz, sonreíamos con ganas antes el éxito de un allegado.

Antes vivíamos plenamente aunque gastábamos poco, disfrutábamos de la gente, de la sonrisa de los niños, íbamos al río o la playa en gira y gozábamos un mundo sin necesidad de pagar un resort, los amigos y los compadres eran los hermanos que asumíamos como tal porque nos daba la gana, sin imposición del mercado, el no nos enfermaba el éxito ajeno, los artistas eran solo gente que salía en la televisión, que en nada afectaban nuestra vida cotidiana ni queríamos imitar y vestir o gastar como ellos.

La solidaridad implica afecto: la fidelidad del amigo, la comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido, la apuesta por causas impopulares o perdidas, todo eso puede no constituir propiamente un deber de justicia, pero si es un deber de solidaridad.

Antes disfrutábamos un café de colador en cualquier casa sin aspaviento ni petulancia, vestíamos de Blé, de kaki, de polyester o de gabardina sin avergonzarnos, no importaban las cosas, sino la gente, la familia, los amigos…Cuándo fue que empezamos a cambiar?
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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