El autor revela que por instrucciones del entonces presidente Joaquín Balaguer tuvo que intervenir durante la ocupación de una finca en SFM
Escrito por: Francisco Dorta-Duque
Escrito por: Francisco Dorta-Duque
Aquel día de 1967, al llegar a la Oficina de Planificación de la Secretaría de Agricultura, que estaba a mi cargo, el mensaje sobre la mesa me resultó inusual.
El doctor José A. Quezada, secretario administrativo de la Presidencia, me informaba que el doctor Joaquín Balaguer, presidente de la República, deseaba verme a mi cómoda brevedad.
El Presidente me dijo nada más sentarme: “¿Por qué será que el jesuita padre Cipriano Cavero ataca tanto al gobierno nada menos que desde Radio Santa María, instalada en el alto del Santo Cerro?”
Al responderle que yo deseaba saber lo que dijo el padre Cavero, con quien me unía una estrecha amistad, el Presidente mandó a buscar la grabación que, por cierto, nunca apareció. Me imaginé que era un chisme de boca.
Poco tuve que adelantar porque el Presidente estaba totalmente informado. Hasta me mencionó, casi con estupor, que un impulsivo coronel de la Policía había tirado al suelo al secretario general de la FEDELAC, agrónomo Luis Estrella, pisando con su bota el cuello del dirigente agrario.
Casi interrumpió mis palabras el Presidente Balaguer para decirme: “Pues vaya allá y resuélvame ese caso”. Y añadió: “Pero hágase acompañar de otro funcionario de la Secretaria de Agricultura.”
Le respondí que le pediría al subsecretario de Producción, agrónomo Ligio Tavarez Miolán, que me acompañara. A lo cual asintió.
A la mañana siguiente, al acercarme a ese acogedor pero rebelde pueblo de San Francisco de Macorís, ya había seleccionado las dos personas que me podían explicar con detalles la situación.
Se trataba de don César Fernández Mena, ganadero de los Indios de Cenoví, que encarnaba la recia personalidad y seriedad que califica a los Fernández de Puñal, Santiago.
Era, además, padre de doña Arlette Fernández Viuda Fernández Domínguez, a quien yo había conocido en su casa paterna en Cenoví en 1964 en su viaje de verano desde Madrid, donde su esposo, el distinguido militar coronel Rafael Fernández Domínguez, ejercía las funciones de agregado militar de la embajada en Madrid. Supe cosas interesantes.
El otro consultado era don Carlos Brea Mejía, joven, aguzado, serio y experto conocedor de todo lo que sucedía en su amplio entorno.
Como podía esperarse, ambos, con quienes hable por separado, me confiaron con detalles lo que sucedía en las fincas invadidas que eran propiedad de don Gugú Ortega.
El agrónomo Luis Estrella, había convocado a los miembros de las Ligas Agrarias de varias localidades del Cibao y de Puerto Plata para invadir la finca.
Al enfrentarse Luis Estrella, sin ceder a las bravatas del coronel, este procedió a la escena que me describió en su Despacho el Presidente Balaguer con estupor.
Conocidos los antecedentes, fui a visitar a don Gugú Ortega, recién regresado del exilio en New York por su antitrujillismo, persona discreta, abierta al dialogo, desprovisto, como sus hermanos, de intereses mezquinos, que aceptó de inmediato mi mediación y del ingeniero Tavarez.
En conversaciones anteriores, tanto con Luis Estrella como con los agricultores invasores, estos me expusieron su disposición de llegar a un acuerdo con don Gugú, basado en la remoción del encargado lo que daría término a la invasión de la finca en litigio.
Tavarez y yo debíamos gestionar ante el Presidente de la República que les fueran otorgadas a los invasores tierras del Instituto Agrario Dominicano, (IAD) en zonas de riego. Y, terminada la recolección de sus frutos, entregarían sus predios a don Gugú.
Don Gugú, adornado con las virtudes arriba descritas, consintió con el acuerdo. Pero su abogado, se resistió a esa decisión.
Entonces surgió la difícil tarea de obviar los argumentos del abogado. Pero, por fin, tarde en la noche de aquel día el abogado desistió y don Gugú, concilio su parecer con la propuesta de los agricultores y de la FEDELAC.
Para que aquello no quedara en meras palabras me dirigí al doctor Pilia Moreno Martínez, alto dirigente del PRSC y reconocido luchador antitrujillista, a la par que sus hermanos, el doctor Alfonso y Luis Moreno Martínez, fallecidos los tres.
El doctor Moreno, mi inolvidable amigo Pilia, conocía ya del conflicto por aquellas tierras y también de nuestras gestiones ante, su también amigo, don Gugú.
Por todo esto, a media noche de aquel mismo día, el agrónomo Luis Estrella, en representación de los agricultores invasores y don Gugú, el agrónomo Ligio Tavarez acudimos al Bufete del doctor Moreno, quien redactó y notarizó un brillante y minucioso acuerdo entre las partes tal y como se había estipulado.
El doctor José A. Quezada, secretario administrativo de la Presidencia, me informaba que el doctor Joaquín Balaguer, presidente de la República, deseaba verme a mi cómoda brevedad.
El Presidente me dijo nada más sentarme: “¿Por qué será que el jesuita padre Cipriano Cavero ataca tanto al gobierno nada menos que desde Radio Santa María, instalada en el alto del Santo Cerro?”
Al responderle que yo deseaba saber lo que dijo el padre Cavero, con quien me unía una estrecha amistad, el Presidente mandó a buscar la grabación que, por cierto, nunca apareció. Me imaginé que era un chisme de boca.
Poco tuve que adelantar porque el Presidente estaba totalmente informado. Hasta me mencionó, casi con estupor, que un impulsivo coronel de la Policía había tirado al suelo al secretario general de la FEDELAC, agrónomo Luis Estrella, pisando con su bota el cuello del dirigente agrario.
Casi interrumpió mis palabras el Presidente Balaguer para decirme: “Pues vaya allá y resuélvame ese caso”. Y añadió: “Pero hágase acompañar de otro funcionario de la Secretaria de Agricultura.”
Le respondí que le pediría al subsecretario de Producción, agrónomo Ligio Tavarez Miolán, que me acompañara. A lo cual asintió.
A la mañana siguiente, al acercarme a ese acogedor pero rebelde pueblo de San Francisco de Macorís, ya había seleccionado las dos personas que me podían explicar con detalles la situación.
Se trataba de don César Fernández Mena, ganadero de los Indios de Cenoví, que encarnaba la recia personalidad y seriedad que califica a los Fernández de Puñal, Santiago.
Era, además, padre de doña Arlette Fernández Viuda Fernández Domínguez, a quien yo había conocido en su casa paterna en Cenoví en 1964 en su viaje de verano desde Madrid, donde su esposo, el distinguido militar coronel Rafael Fernández Domínguez, ejercía las funciones de agregado militar de la embajada en Madrid. Supe cosas interesantes.
El otro consultado era don Carlos Brea Mejía, joven, aguzado, serio y experto conocedor de todo lo que sucedía en su amplio entorno.
Como podía esperarse, ambos, con quienes hable por separado, me confiaron con detalles lo que sucedía en las fincas invadidas que eran propiedad de don Gugú Ortega.
El agrónomo Luis Estrella, había convocado a los miembros de las Ligas Agrarias de varias localidades del Cibao y de Puerto Plata para invadir la finca.
Al enfrentarse Luis Estrella, sin ceder a las bravatas del coronel, este procedió a la escena que me describió en su Despacho el Presidente Balaguer con estupor.
Conocidos los antecedentes, fui a visitar a don Gugú Ortega, recién regresado del exilio en New York por su antitrujillismo, persona discreta, abierta al dialogo, desprovisto, como sus hermanos, de intereses mezquinos, que aceptó de inmediato mi mediación y del ingeniero Tavarez.
En conversaciones anteriores, tanto con Luis Estrella como con los agricultores invasores, estos me expusieron su disposición de llegar a un acuerdo con don Gugú, basado en la remoción del encargado lo que daría término a la invasión de la finca en litigio.
Tavarez y yo debíamos gestionar ante el Presidente de la República que les fueran otorgadas a los invasores tierras del Instituto Agrario Dominicano, (IAD) en zonas de riego. Y, terminada la recolección de sus frutos, entregarían sus predios a don Gugú.
Don Gugú, adornado con las virtudes arriba descritas, consintió con el acuerdo. Pero su abogado, se resistió a esa decisión.
Entonces surgió la difícil tarea de obviar los argumentos del abogado. Pero, por fin, tarde en la noche de aquel día el abogado desistió y don Gugú, concilio su parecer con la propuesta de los agricultores y de la FEDELAC.
Para que aquello no quedara en meras palabras me dirigí al doctor Pilia Moreno Martínez, alto dirigente del PRSC y reconocido luchador antitrujillista, a la par que sus hermanos, el doctor Alfonso y Luis Moreno Martínez, fallecidos los tres.
El doctor Moreno, mi inolvidable amigo Pilia, conocía ya del conflicto por aquellas tierras y también de nuestras gestiones ante, su también amigo, don Gugú.
Por todo esto, a media noche de aquel mismo día, el agrónomo Luis Estrella, en representación de los agricultores invasores y don Gugú, el agrónomo Ligio Tavarez acudimos al Bufete del doctor Moreno, quien redactó y notarizó un brillante y minucioso acuerdo entre las partes tal y como se había estipulado.
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