Escrito por: Juan Carlos García
(Juajua24@hotmail.com)
El faraón Kéops sube al trono en 2696 antes de Cristo, casi al término de la edad de piedra, con el auge de la cerámica y las piedras pulimentadas para diferentes trabajos, tecnología muy primitiva con la que jamás se podría levantar una casa modesta, mucho menos una estructura tan compleja como una pirámide de 149 metros de altura.
Fascinados por la obra, muchos piensan que la pirámide era una gigantesco libro de piedra, cuyos elementos arquitectónicos esconderían, codificados, revelaciones de carácter iniciático. Que fue un faro colosal para guiar el aterrizaje de potentes naves interestelares. Que era un reactor nuclear, potencialmente reactivable. Que su forma geométrica concentraba energía para diferentes usos. Que era un mayúsculo calendario universal, donde, por la disposición de pasadizos y cámaras, podría leerse el pasado y el futuro de toda la humanidad.
Que fue un observatorio donde se conservarían las “grandes ecuaciones del Universo”. Que de su interior salió el Arca de la Alianza de Moisés. Que emitía una fuerza magnética intensa: concluyen, con una aparente lógica, que los bloques de piedra fueron trasladados por extraterrestres gracias a la fuerza antigravitacional, desconocida para la humanidad.
Que lo más absurdo es pensar que la gran pirámide fue la tumba para una persona. Para apreciar la magnitud de la obra, se tuvo que colocar un bloque de piedra cada 4 minutos y medio, con un promedio de 2.500 kilos por bloque. En total, 8.972.500 metros cúbicos y 12.000.000 de bloques manipulados entre 25.000 personas trabajando una jornada de 10 horas diarias. Lo que es imposible con la tecnología de la Edad de Piedra y tampoco de la actualidad. Cálculos por ordenador para levantar la obra con tecnología de punta, han determinado una complejidad de construcción mayor que la del Eurotúnel, que por debajo del mar une a Francia con Inglaterra, con una longitud de 50,5 km, 39 de ellos submarinos. ¡Imagínese!
(Juajua24@hotmail.com)
El faraón Kéops sube al trono en 2696 antes de Cristo, casi al término de la edad de piedra, con el auge de la cerámica y las piedras pulimentadas para diferentes trabajos, tecnología muy primitiva con la que jamás se podría levantar una casa modesta, mucho menos una estructura tan compleja como una pirámide de 149 metros de altura.
Fascinados por la obra, muchos piensan que la pirámide era una gigantesco libro de piedra, cuyos elementos arquitectónicos esconderían, codificados, revelaciones de carácter iniciático. Que fue un faro colosal para guiar el aterrizaje de potentes naves interestelares. Que era un reactor nuclear, potencialmente reactivable. Que su forma geométrica concentraba energía para diferentes usos. Que era un mayúsculo calendario universal, donde, por la disposición de pasadizos y cámaras, podría leerse el pasado y el futuro de toda la humanidad.
Que fue un observatorio donde se conservarían las “grandes ecuaciones del Universo”. Que de su interior salió el Arca de la Alianza de Moisés. Que emitía una fuerza magnética intensa: concluyen, con una aparente lógica, que los bloques de piedra fueron trasladados por extraterrestres gracias a la fuerza antigravitacional, desconocida para la humanidad.
Que lo más absurdo es pensar que la gran pirámide fue la tumba para una persona. Para apreciar la magnitud de la obra, se tuvo que colocar un bloque de piedra cada 4 minutos y medio, con un promedio de 2.500 kilos por bloque. En total, 8.972.500 metros cúbicos y 12.000.000 de bloques manipulados entre 25.000 personas trabajando una jornada de 10 horas diarias. Lo que es imposible con la tecnología de la Edad de Piedra y tampoco de la actualidad. Cálculos por ordenador para levantar la obra con tecnología de punta, han determinado una complejidad de construcción mayor que la del Eurotúnel, que por debajo del mar une a Francia con Inglaterra, con una longitud de 50,5 km, 39 de ellos submarinos. ¡Imagínese!
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