Por Miguel Guerrero
Siempre hubo presencia femenina en el periodismo dominicano. El hecho de que esa presencia sea más notable en una época que en otras, no desdice del valor que ella ha representado para el periodismo nacional e incluso para la literatura.
La mujer comenzó a afianzar su espacio en esta área de la actividad profesional a comienzos de los años setenta, cuando un grupo importante de egresadas de la Escuela de Información Pública de la UASD, como se llamaba entonces, llenó las redacciones de los periódicos y estaciones de radio—para esa época no existían las oportunidades de ahora en la televisión–, impregnándolas de inteligencia y buen sentido.
Recuerdo perfectamente que esas pioneras femeninas del diarismo nacional contribuyeron también a darle un toque de afabilidad al trato interno en las redacciones, por lo general muy rudo en ausencia de ellas.
La llegada de aquel grupo abrió las puertas del periodismo a otras generaciones de mujeres, españolas y chilenas entre ellas, que resultaron igualmente brillantes.
Si bien he estado alejado de las redacciones por años, limitando mi ejercicio a labores de articulista y comentarista de televisión, puedo testimoniar que la contribución de periodistas de la calidad y preparación intelectual de muchas que laboran en nuestros diarios, revistas y otros medios, ha sido de una importancia enorme y ha ayudado a mejorar el nivel del ejercicio profesional en este país.
Pienso además que el talento de estas mujeres, entre las que hay de mucha experiencia y jóvenes con un gran porvenir, ha despertado el orgullo de sus compañeros de trabajo, promoviendo una competencia que ha sido muy útil y valerosa para el periodismo.
Bastaría con abrir las páginas de cualquier diario o revista del país, para uno encontrar las muestras de esa invalorable contribución al desarrollo de esta profesión y al crecimiento de nuestras aún débiles instituciones democráticas.
Siempre hubo presencia femenina en el periodismo dominicano. El hecho de que esa presencia sea más notable en una época que en otras, no desdice del valor que ella ha representado para el periodismo nacional e incluso para la literatura.
La mujer comenzó a afianzar su espacio en esta área de la actividad profesional a comienzos de los años setenta, cuando un grupo importante de egresadas de la Escuela de Información Pública de la UASD, como se llamaba entonces, llenó las redacciones de los periódicos y estaciones de radio—para esa época no existían las oportunidades de ahora en la televisión–, impregnándolas de inteligencia y buen sentido.
Recuerdo perfectamente que esas pioneras femeninas del diarismo nacional contribuyeron también a darle un toque de afabilidad al trato interno en las redacciones, por lo general muy rudo en ausencia de ellas.
La llegada de aquel grupo abrió las puertas del periodismo a otras generaciones de mujeres, españolas y chilenas entre ellas, que resultaron igualmente brillantes.
Si bien he estado alejado de las redacciones por años, limitando mi ejercicio a labores de articulista y comentarista de televisión, puedo testimoniar que la contribución de periodistas de la calidad y preparación intelectual de muchas que laboran en nuestros diarios, revistas y otros medios, ha sido de una importancia enorme y ha ayudado a mejorar el nivel del ejercicio profesional en este país.
Pienso además que el talento de estas mujeres, entre las que hay de mucha experiencia y jóvenes con un gran porvenir, ha despertado el orgullo de sus compañeros de trabajo, promoviendo una competencia que ha sido muy útil y valerosa para el periodismo.
Bastaría con abrir las páginas de cualquier diario o revista del país, para uno encontrar las muestras de esa invalorable contribución al desarrollo de esta profesión y al crecimiento de nuestras aún débiles instituciones democráticas.
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