Tener algunos “rascacielos” y un Metro no nos convierte en urbe
Escrito por: MARIEN ARISTY CAPITÁN
La tarde plomiza era un presagio. La lluvia, nostálgica y plena, hablaba de lo peor. Calles convertidas en lagunas, tapones y la incertidumbre colándose bajo los techos de zinc de las casas de quienes viven en las riberas de los ríos Ozama e Isabela.
Al pensar en ello, me pregunto si en Nueva York viven la misma pesadilla con algo tan trivial como la lluvia. También si, a la par de su Metro, conviven con las voladoras, se irrespetan las leyes de tránsito, hay hoyos en las calles... en fin, esas cotidianidades que por acá, en este Nueva York chiquito que el presidente Leonel Fernández ha construido para nosotros.
Tal vez no haber visto la ciudad desde un helicóptero hace que mi visión de Santo Domingo esté distorsionada. Por eso me cuesta reconocer la imagen del río Hudson en el Ozama o la estatua de la Libertad en el mancillado Montesinos que, a pesar de sus gritos, nunca terminan de rescatar.
Peor aún es imaginarse al Central Park vestido con esa noches de aciago, oscuridad y tenebrosidad que tiene el Mirador Sur; o pensar en la situación de algunos de nuestros museos y compararlos con el Metropolitan... son tantas las cosas que nos faltan (desde la cultura al estilo de vivir y de pensar) que es casi como un insulto compararnos.
Con esto no quiero decir que ser un país pequeño, subdesarrollado y con miles de problemas sea un pecado. Pecado es no aceptarlo, pretendiendo decirnos que todo está bien, y tomarnos el pelo de esa manera. Sólo nos falta que, gracias a un decreto presidencial, nos digan que a partir del próximo invierno tendremos nieve. ¡Qué bella se verá la ciudad vestida de blanco!
Escrito por: MARIEN ARISTY CAPITÁN
La tarde plomiza era un presagio. La lluvia, nostálgica y plena, hablaba de lo peor. Calles convertidas en lagunas, tapones y la incertidumbre colándose bajo los techos de zinc de las casas de quienes viven en las riberas de los ríos Ozama e Isabela.
Al pensar en ello, me pregunto si en Nueva York viven la misma pesadilla con algo tan trivial como la lluvia. También si, a la par de su Metro, conviven con las voladoras, se irrespetan las leyes de tránsito, hay hoyos en las calles... en fin, esas cotidianidades que por acá, en este Nueva York chiquito que el presidente Leonel Fernández ha construido para nosotros.
Tal vez no haber visto la ciudad desde un helicóptero hace que mi visión de Santo Domingo esté distorsionada. Por eso me cuesta reconocer la imagen del río Hudson en el Ozama o la estatua de la Libertad en el mancillado Montesinos que, a pesar de sus gritos, nunca terminan de rescatar.
Peor aún es imaginarse al Central Park vestido con esa noches de aciago, oscuridad y tenebrosidad que tiene el Mirador Sur; o pensar en la situación de algunos de nuestros museos y compararlos con el Metropolitan... son tantas las cosas que nos faltan (desde la cultura al estilo de vivir y de pensar) que es casi como un insulto compararnos.
Con esto no quiero decir que ser un país pequeño, subdesarrollado y con miles de problemas sea un pecado. Pecado es no aceptarlo, pretendiendo decirnos que todo está bien, y tomarnos el pelo de esa manera. Sólo nos falta que, gracias a un decreto presidencial, nos digan que a partir del próximo invierno tendremos nieve. ¡Qué bella se verá la ciudad vestida de blanco!
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