Escrito por: Carlos Manuel Estrella
(puntosyenfoques@hotmail.com)
El día del periodismo y del periodista, 5 de abril, coincidió este año con el Jueves Santo y quedó enmarañado en el asueto católico, no obstante estar dentro del proselitismo político, la razón religiosa desfavoreció felicitaciones, celebraciones y halagos que debieron posponerse.
Una que otra congratulación adelantada fue bienvenida y luego de la Pascua de Resurrección se retoma el interés de congraciarse con este sector vapuleado por intereses del mercado electoral e invadido por una plaga de aprovechados cobijados bajo el generalizado término “comunicador social”.
El verdadero periodismo es víctima hoy del otro “periodismo”. Y conviene discriminar y separar el trigo de la paja, porque la amplísima libertad de expresión e información consagrada en la Constitución, permite excesos que rayan en libertinaje y corrupción.
El principal compromiso del periodista es con la verdad, de la que se deriva la credibilidad como mayor riqueza que no supone ganancia material, sino moral, que implica respeto del público y satisfacción por cumplir las nobles tareas de informar, educar y entretener, parte de la responsabilidad del periodismo.
El complicado entramado de poder que se esconde tras la nobleza del periodismo vía la propiedad de los medios y sus vínculos con intereses económicos, políticos, religiosos y sociales, entre otros, es disipado por el manto de la llamada libertad de prensa, que es más de empresa.
El “enganche”, es decir, el ejercicio improvisado y/o coyuntural de un oficio delicado como el periodismo pero libre y protegido por la Constitución que considera apto para desarrollarlo a “toda persona” (artículo 49), es uno de sus graves males actuales y peligroso síntoma degenerativo a cáncer.
Políticos enganchados a comunicadores y periodistas transformados en políticos, desde los medios de comunicación sobre todo electrónicos, han hecho tribunas que son monumentos de desinformación, manipulación y violaciones elementales a principios éticos.
El Estado se ha hecho cómplice por omisión y permite violaciones no solo al derecho de prensa, sino al ordenamiento general que impone respeto.
(puntosyenfoques@hotmail.com)
El día del periodismo y del periodista, 5 de abril, coincidió este año con el Jueves Santo y quedó enmarañado en el asueto católico, no obstante estar dentro del proselitismo político, la razón religiosa desfavoreció felicitaciones, celebraciones y halagos que debieron posponerse.
Una que otra congratulación adelantada fue bienvenida y luego de la Pascua de Resurrección se retoma el interés de congraciarse con este sector vapuleado por intereses del mercado electoral e invadido por una plaga de aprovechados cobijados bajo el generalizado término “comunicador social”.
El verdadero periodismo es víctima hoy del otro “periodismo”. Y conviene discriminar y separar el trigo de la paja, porque la amplísima libertad de expresión e información consagrada en la Constitución, permite excesos que rayan en libertinaje y corrupción.
El principal compromiso del periodista es con la verdad, de la que se deriva la credibilidad como mayor riqueza que no supone ganancia material, sino moral, que implica respeto del público y satisfacción por cumplir las nobles tareas de informar, educar y entretener, parte de la responsabilidad del periodismo.
El complicado entramado de poder que se esconde tras la nobleza del periodismo vía la propiedad de los medios y sus vínculos con intereses económicos, políticos, religiosos y sociales, entre otros, es disipado por el manto de la llamada libertad de prensa, que es más de empresa.
El “enganche”, es decir, el ejercicio improvisado y/o coyuntural de un oficio delicado como el periodismo pero libre y protegido por la Constitución que considera apto para desarrollarlo a “toda persona” (artículo 49), es uno de sus graves males actuales y peligroso síntoma degenerativo a cáncer.
Políticos enganchados a comunicadores y periodistas transformados en políticos, desde los medios de comunicación sobre todo electrónicos, han hecho tribunas que son monumentos de desinformación, manipulación y violaciones elementales a principios éticos.
El Estado se ha hecho cómplice por omisión y permite violaciones no solo al derecho de prensa, sino al ordenamiento general que impone respeto.
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