Escrito por: Carlos Salcedo
(carlos30salcedo@hotmail.com)
Esta semana recibí la visita de un amigo, para manifestarme que quería ser funcionario público.
Como lo conozco y sé de su éxito empresarial le manifesté mi extrañeza por el cambio de actitud, pues hasta ahora renegaba de ello.
Tú serías un excelente servidor público, conozco de tu integridad y formación administrativa. ¡Enhorabuena!, le dije. Pero, ¿cómo, si no perteneces a ninguna estructura partidaria ni cercana, siquiera?
Eso no importa, me contestó. Tengo los contactos para acercarme al candidato; eso está amarrado. Con mi apoyo abierto y dinero para la campaña me lo garantizaron.
No voy a seguir viendo la desproporción entre lo trabajado, lo ganado y lo acumulado.
Tengo unos años y para sobrevivir tengo que trabajar alrededor de 14 horas diarias.
Pero durante toda mi vida he visto cómo gente que nunca tuvo nada o que teniendo algo ha llega al Gobierno hoy exhibe una bonanza económica que no se corresponde con los niveles de ingresos. Se acabó, ya me hastié de trabajar como un esclavo, sentenció.
Lo que me narró mi amigo es desalentador, por muchas razones. Entre otras, porque el mal ejemplo de los funcionarios que gobiernan para su propio beneficio está arrebatándonos las esperanzas de un mejor país; porque ello manifiesta que existe la idea de que aquí no vale la pena correr riesgos, ser innovador, tener ideas originales, buscar un trabajo creativo, ser íntegro, ni ser serio, y porque presiona a muchos a abandonar sus ideales y principios para enrolarse en la política como medio de subsistencia y de ascenso social y económico.
El paredón de la historia ha crucificado a muchos que fueron revolucionarios. ¿Recuerdas la Revolución Francesa? No solamente fue el Rey el guillotinado, también muchos protagonistas del proceso revolucionario fueron sus víctimas.
¡Imaginate que les puede pasar a los que hacen revoluciones en palabras!, fue mi respuesta.
(carlos30salcedo@hotmail.com)
Esta semana recibí la visita de un amigo, para manifestarme que quería ser funcionario público.
Como lo conozco y sé de su éxito empresarial le manifesté mi extrañeza por el cambio de actitud, pues hasta ahora renegaba de ello.
Tú serías un excelente servidor público, conozco de tu integridad y formación administrativa. ¡Enhorabuena!, le dije. Pero, ¿cómo, si no perteneces a ninguna estructura partidaria ni cercana, siquiera?
Eso no importa, me contestó. Tengo los contactos para acercarme al candidato; eso está amarrado. Con mi apoyo abierto y dinero para la campaña me lo garantizaron.
No voy a seguir viendo la desproporción entre lo trabajado, lo ganado y lo acumulado.
Tengo unos años y para sobrevivir tengo que trabajar alrededor de 14 horas diarias.
Pero durante toda mi vida he visto cómo gente que nunca tuvo nada o que teniendo algo ha llega al Gobierno hoy exhibe una bonanza económica que no se corresponde con los niveles de ingresos. Se acabó, ya me hastié de trabajar como un esclavo, sentenció.
Lo que me narró mi amigo es desalentador, por muchas razones. Entre otras, porque el mal ejemplo de los funcionarios que gobiernan para su propio beneficio está arrebatándonos las esperanzas de un mejor país; porque ello manifiesta que existe la idea de que aquí no vale la pena correr riesgos, ser innovador, tener ideas originales, buscar un trabajo creativo, ser íntegro, ni ser serio, y porque presiona a muchos a abandonar sus ideales y principios para enrolarse en la política como medio de subsistencia y de ascenso social y económico.
El paredón de la historia ha crucificado a muchos que fueron revolucionarios. ¿Recuerdas la Revolución Francesa? No solamente fue el Rey el guillotinado, también muchos protagonistas del proceso revolucionario fueron sus víctimas.
¡Imaginate que les puede pasar a los que hacen revoluciones en palabras!, fue mi respuesta.
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