POR A. JORGE PANTANO
El imbécil no escucha cuando le hablan. Usted le pide caléndulas y él responde que se acabaron las begonias.
A la hora de mayor tránsito, el imbécil se detiene en mitad de la calzada a regatear con el vendedor de espejos o de guineos sin importarle un pito de los que vienen detrás de él. No es que al imbécil lo haya asaltado una necesidad repentina de espejos o de guineos. Él hace eso porque es imbécil, no le busque más explicación.
Incapaz de concentrarse en nada, el imbécil siempre está tratando de hacer varias cosas al mismo tiempo. Como se sabe, al imbécil le resulta difícil guiar su automóvil sin una cerveza en la mano, preferentemente si en la otra sostiene un pedazo de pizza. Del mismo modo que le es imposible poner la música si no es a todo volumen, sobre todo si está hablando. Procediendo así, el imbécil cumple con el primero de los dos grandes objetivos de comunicación de todo imbécil: que no se entienda nada de lo que dice. El segundo es que, si se entiende algo, se entienda mal.
El imbécil nunca escucha, pero siempre habla, sobre todo de lo que no entiende. Así el imbécil impide que la gente sensata pueda hacerse oír con claridad. Porque al imbécil, como a Drácula, la claridad lo pone enfermo. Lo suyo es la oscuridad, la confusión, el río revuelto: allí es donde él medra y sobrevive.
Si el imbécil es rico -cosa que no debe sorprender a nadie-, su imbecilidad se adorna de prepotencia. Al toparse con un cartel que dice NO PASE, se obstinará en pasar. En el banco, en el aeropuerto, en la oficina pública, hará caso omiso de la fila y exigirá que lo atiendan primero. Si alguien se le opone, lo abrumará con invocaciones de privilegios e influencias.
No hay campo de la actividad humana que al imbécil le sea ajeno, de manera que es prácticamente imposible no encontrarse con un imbécil a cada momento.
Pero la gente no toma en cuenta al imbécil.
La gente dice "es un imbécil" y se encoge de hombros.
Como si el imbécil fuera inofensivo.
Grave error.
Desde su posición, modesta o encumbrada, el imbécil no deja pasar la oportunidad de dañarle a usted la vida. Poquito o mucho.
Y usted lo siente. En el producto o servicio deficientes. En las dilaciones viciosas. En la información tergiversada. En las mil y una cosas mal hechas. En las innumerables groserías y pequeñas miserias que, diariamente, empañan la alegría de vivir.
Pero hay más. Historias que la Historia repite una y otra vez. Y que usted, yo, todos, deberíamos tener muy en cuenta.
Porque la gente que gusta llamarse sensata no supo detenerlos a tiempo, notorios imbéciles se hicieron con el poder y sumieron a sociedades enteras en la catástrofe y el espanto.
El imbécil no escucha cuando le hablan. Usted le pide caléndulas y él responde que se acabaron las begonias.
A la hora de mayor tránsito, el imbécil se detiene en mitad de la calzada a regatear con el vendedor de espejos o de guineos sin importarle un pito de los que vienen detrás de él. No es que al imbécil lo haya asaltado una necesidad repentina de espejos o de guineos. Él hace eso porque es imbécil, no le busque más explicación.
Incapaz de concentrarse en nada, el imbécil siempre está tratando de hacer varias cosas al mismo tiempo. Como se sabe, al imbécil le resulta difícil guiar su automóvil sin una cerveza en la mano, preferentemente si en la otra sostiene un pedazo de pizza. Del mismo modo que le es imposible poner la música si no es a todo volumen, sobre todo si está hablando. Procediendo así, el imbécil cumple con el primero de los dos grandes objetivos de comunicación de todo imbécil: que no se entienda nada de lo que dice. El segundo es que, si se entiende algo, se entienda mal.
El imbécil nunca escucha, pero siempre habla, sobre todo de lo que no entiende. Así el imbécil impide que la gente sensata pueda hacerse oír con claridad. Porque al imbécil, como a Drácula, la claridad lo pone enfermo. Lo suyo es la oscuridad, la confusión, el río revuelto: allí es donde él medra y sobrevive.
Si el imbécil es rico -cosa que no debe sorprender a nadie-, su imbecilidad se adorna de prepotencia. Al toparse con un cartel que dice NO PASE, se obstinará en pasar. En el banco, en el aeropuerto, en la oficina pública, hará caso omiso de la fila y exigirá que lo atiendan primero. Si alguien se le opone, lo abrumará con invocaciones de privilegios e influencias.
No hay campo de la actividad humana que al imbécil le sea ajeno, de manera que es prácticamente imposible no encontrarse con un imbécil a cada momento.
Pero la gente no toma en cuenta al imbécil.
La gente dice "es un imbécil" y se encoge de hombros.
Como si el imbécil fuera inofensivo.
Grave error.
Desde su posición, modesta o encumbrada, el imbécil no deja pasar la oportunidad de dañarle a usted la vida. Poquito o mucho.
Y usted lo siente. En el producto o servicio deficientes. En las dilaciones viciosas. En la información tergiversada. En las mil y una cosas mal hechas. En las innumerables groserías y pequeñas miserias que, diariamente, empañan la alegría de vivir.
Pero hay más. Historias que la Historia repite una y otra vez. Y que usted, yo, todos, deberíamos tener muy en cuenta.
Porque la gente que gusta llamarse sensata no supo detenerlos a tiempo, notorios imbéciles se hicieron con el poder y sumieron a sociedades enteras en la catástrofe y el espanto.
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