Escrito por: Ramón Rodríguez
(centrodeidiomaswashingto@gmail.com)
La frustración como pueblo no debe llevarnos jamás a decir que los dominicanos merecemos nuevamente un Trujillo. Aunque la impotencia colectiva ha obligado a una nueva generación a revalorar muchos aspectos del régimen trullista por la incapacidad de nuestra clase política, pretender tener un Trrujillo en los momentos actuales es un anacronismo histórico, posible solamente en la fecunda imaginación de Herbert Wells.
Ahora bien, si analizamos la historia con todo su carácter de ciencia, es de justicia manifestar que cuando el jefe cayó de bruces (no por balas aleves, sino gloriosas) el 30 de mayo de 1961, dejó una impronta imperecedera en aspectos fundamentales de la nación en el más amplio sentido de la palabra. (Claro está, incluyendo sus crímenes)
El hecho de que Trujillo haya permanecido en la psiquis de los dominicanos por tanto tiempo, siempre será un reto para aquellos que tengan la virtud de estudiar los procesos históricos desapasionadamente.
Es innegable, está a la vista de todos, que a 51 años de la gesta del 30 de mayo, el país parece haberse eclipsado en aspectos cruciales del progreso y la democracia. Todavía están sobre el tapete los mismos temas que hicieron opinión pública hace más de 40 años: el problema dominico-haitiano, a el Estado de derecho, la corrupción administrativa, la educación dominicana, el culto a la personalidad, el transfuguismo politico, los problemas fronterizos, la alternabilidad del poder, y la incidencia de los Estados Unidos en el país.
En fin, los mismos temas y la misma problemática sin solución a los mismos. Sólo que ahora la posmodernidad lo ha complicado todo, al traer nuevos retos como : una ampliación de la brecha de la pobreza, la pérdida de la soberanía, un irrespeto a los símbolos patrios, inseguridad ciudadana.
(centrodeidiomaswashingto@gmail.com)
Rafael Leonidas Trujillo |
La frustración como pueblo no debe llevarnos jamás a decir que los dominicanos merecemos nuevamente un Trujillo. Aunque la impotencia colectiva ha obligado a una nueva generación a revalorar muchos aspectos del régimen trullista por la incapacidad de nuestra clase política, pretender tener un Trrujillo en los momentos actuales es un anacronismo histórico, posible solamente en la fecunda imaginación de Herbert Wells.
Ahora bien, si analizamos la historia con todo su carácter de ciencia, es de justicia manifestar que cuando el jefe cayó de bruces (no por balas aleves, sino gloriosas) el 30 de mayo de 1961, dejó una impronta imperecedera en aspectos fundamentales de la nación en el más amplio sentido de la palabra. (Claro está, incluyendo sus crímenes)
El hecho de que Trujillo haya permanecido en la psiquis de los dominicanos por tanto tiempo, siempre será un reto para aquellos que tengan la virtud de estudiar los procesos históricos desapasionadamente.
Es innegable, está a la vista de todos, que a 51 años de la gesta del 30 de mayo, el país parece haberse eclipsado en aspectos cruciales del progreso y la democracia. Todavía están sobre el tapete los mismos temas que hicieron opinión pública hace más de 40 años: el problema dominico-haitiano, a el Estado de derecho, la corrupción administrativa, la educación dominicana, el culto a la personalidad, el transfuguismo politico, los problemas fronterizos, la alternabilidad del poder, y la incidencia de los Estados Unidos en el país.
En fin, los mismos temas y la misma problemática sin solución a los mismos. Sólo que ahora la posmodernidad lo ha complicado todo, al traer nuevos retos como : una ampliación de la brecha de la pobreza, la pérdida de la soberanía, un irrespeto a los símbolos patrios, inseguridad ciudadana.
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