La gran destreza de los magos del siglo pasado les valió la reputación de ser capaces de manipular el azar, la gravedad, el espacio y la mente de las personas asistentes a los actos
En el siglo XVIII la mayoría de los artistas del engaño en Europa, que no necesariamente se hacían llamar magos, realizaban sus actos de escapismo e ilusionismo en lugares concurrentes o eventos como ferias y circos.
Los números más comunes con los que entretenían a los transeúntes consistían en desaparecer esferas, levitar y librarse de ataduras complicadas.
Originalmente el termino “magia” no fue empleado para designar la provocación de trucos aparentemente inexplicables, sino que aludía al oficio de los sacerdotes persas magoi quienes desde el siglo VI a.C, fueron conocidos por los antiguos griegos como seguidores del líder religioso Zarathustra.
Este sacerdote iraní practicaba el culto a las auras y a los elementos de la naturaleza, habilidades que le otorgaban el supuesto poder de predecir el futuro con base en las constelaciones.
Así, los pensadores racionalistas griegos, escépticos de ese espiritualismo asiático, comenzaron a utilizar el término maegia con un sentido negativo que señalaba creencias extravagantes.
Aunado a lo anterior, la connotación oscura de lo mágico fue acentuada cuando la Iglesia católica de Europa medieval la relacionó con lo demoniaco.
No obstante, como indica el mago y escritor francés Eliphas Lévi en The History of Magic (2001), pese a que las misas del siglo XV guardaban ciertos parecidos con las ceremonias místicas de otros cultos, los obispos justificaban sus costumbres gracias al poder político que representaba la cruz sobre los demás pueblos “paganos”.
En otras palabras, las autoridades eclesiásticas buscaron erradicar prácticas espirituales distintas a la suya al establecer los supuestos delitos de hechicería, herejía e idolatría.
Ejemplo de lo anterior es el tratado Malleus Maleficarum (1487), famoso manuscrito del inquisidor católico alemán Heinrich Kramer (1430-1505) que buscaba demostrar la existencia de la brujería.
De igual forma, De Praestigiis Daemonum (1563), un catálogo de 69 criaturas y demonios pertenecientes a distintos cultos, es un documento histórico en el cual el médico holandés Johann Weyer (1516-1588) pretendió sistematizar el conocimiento de las artes mágicas o satánicas.
En este contexto, debido a la carga simbólica y multicultural del concepto, quienes han teorizado sobre la magia proveen categorías que la mezclan con filosofías oscurantistas.
De acuerdo con el investigador Michael D. Bailey, del Departamento de Historia de la Universidad Estatal de Iowa, EUA, en su articulo “The Meanings of Magic” (Magic, Ritual and Witchcraft, 2006), esta palabra no adquirió un sentido de asombro y perplejidad hasta que los pensadores europeos del Renacimiento descubrieron ciertas prácticas y creencias de culturas remotas. Por ejemplo, el filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) estudió el esoterismo de los textos de la cábala judía; por su parte, el matemático Giordano Bruno (1548-1600) exploró las tradiciones místicas del hermetismo egipcio.
Gracias a aproximaciones académicas como estas, los investigadores modernos han podido interpretar históricamente a la magia como el deseo del hombre por manipular a placer fuerzas naturales y espirituales, en contraste con la súplica religiosa o la oración.
Así fue como el misticismo en torno a la figura de un alquimista o un profeta permeó en aquellos artistas callejeros que ejecutaban actos aparentemente sobrehumanos; su gran destreza les valió la reputación de seres capaces de manipular el azar, la gravedad, el espacio y la mente.
La única explicación para semejantes acontecimientos fue la magia, o su equivalente lingüístico en cada idioma.
Entre los actos de magia que más fama alcanzaron a nivel mundial fue el de Houdini cuando supuestamente atrapó una bala con sus dientes.
Otro acto famoso fue el de David Copperfiel, quien hizo “desaparecer” la estatua de la libertad ante un multitudinario público.
En el siglo XVIII la mayoría de los artistas del engaño en Europa, que no necesariamente se hacían llamar magos, realizaban sus actos de escapismo e ilusionismo en lugares concurrentes o eventos como ferias y circos.
Los números más comunes con los que entretenían a los transeúntes consistían en desaparecer esferas, levitar y librarse de ataduras complicadas.
Originalmente el termino “magia” no fue empleado para designar la provocación de trucos aparentemente inexplicables, sino que aludía al oficio de los sacerdotes persas magoi quienes desde el siglo VI a.C, fueron conocidos por los antiguos griegos como seguidores del líder religioso Zarathustra.
Este sacerdote iraní practicaba el culto a las auras y a los elementos de la naturaleza, habilidades que le otorgaban el supuesto poder de predecir el futuro con base en las constelaciones.
Así, los pensadores racionalistas griegos, escépticos de ese espiritualismo asiático, comenzaron a utilizar el término maegia con un sentido negativo que señalaba creencias extravagantes.
Aunado a lo anterior, la connotación oscura de lo mágico fue acentuada cuando la Iglesia católica de Europa medieval la relacionó con lo demoniaco.
No obstante, como indica el mago y escritor francés Eliphas Lévi en The History of Magic (2001), pese a que las misas del siglo XV guardaban ciertos parecidos con las ceremonias místicas de otros cultos, los obispos justificaban sus costumbres gracias al poder político que representaba la cruz sobre los demás pueblos “paganos”.
En otras palabras, las autoridades eclesiásticas buscaron erradicar prácticas espirituales distintas a la suya al establecer los supuestos delitos de hechicería, herejía e idolatría.
Ejemplo de lo anterior es el tratado Malleus Maleficarum (1487), famoso manuscrito del inquisidor católico alemán Heinrich Kramer (1430-1505) que buscaba demostrar la existencia de la brujería.
De igual forma, De Praestigiis Daemonum (1563), un catálogo de 69 criaturas y demonios pertenecientes a distintos cultos, es un documento histórico en el cual el médico holandés Johann Weyer (1516-1588) pretendió sistematizar el conocimiento de las artes mágicas o satánicas.
En este contexto, debido a la carga simbólica y multicultural del concepto, quienes han teorizado sobre la magia proveen categorías que la mezclan con filosofías oscurantistas.
De acuerdo con el investigador Michael D. Bailey, del Departamento de Historia de la Universidad Estatal de Iowa, EUA, en su articulo “The Meanings of Magic” (Magic, Ritual and Witchcraft, 2006), esta palabra no adquirió un sentido de asombro y perplejidad hasta que los pensadores europeos del Renacimiento descubrieron ciertas prácticas y creencias de culturas remotas. Por ejemplo, el filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) estudió el esoterismo de los textos de la cábala judía; por su parte, el matemático Giordano Bruno (1548-1600) exploró las tradiciones místicas del hermetismo egipcio.
Gracias a aproximaciones académicas como estas, los investigadores modernos han podido interpretar históricamente a la magia como el deseo del hombre por manipular a placer fuerzas naturales y espirituales, en contraste con la súplica religiosa o la oración.
Así fue como el misticismo en torno a la figura de un alquimista o un profeta permeó en aquellos artistas callejeros que ejecutaban actos aparentemente sobrehumanos; su gran destreza les valió la reputación de seres capaces de manipular el azar, la gravedad, el espacio y la mente.
La única explicación para semejantes acontecimientos fue la magia, o su equivalente lingüístico en cada idioma.
Entre los actos de magia que más fama alcanzaron a nivel mundial fue el de Houdini cuando supuestamente atrapó una bala con sus dientes.
Otro acto famoso fue el de David Copperfiel, quien hizo “desaparecer” la estatua de la libertad ante un multitudinario público.
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