POR ALFONSO QUIÑONES
No conocí a José Carlos. Desconozco qué pensaba de Neruda o de los plagios de Arjona. No sé si le gustaban el mar; el helado de dulce de leche; o si era vegetariano y tenía novia. No conocí a José Carlos.
Pero me basta con que haya sido un ser humano que vivió a su modo, no hizo mal a nadie y era muy joven y amaba la música. Murió de tantas puñaladas que su muerte tuvo que ser fulminante. Pero esa fue su primera muerte.
La otra muerte, la que más duele, la hemos perpetrado todos. O sea, la sociedad. Quienes no lo conocimos, y odiamos su estrafalaria vestimenta, su cabello largo, su música estridente y rara. Sencillamente porque era la Otredad. Pudo haber sido homosexual, negro, marciano. Pudo haber muerto por cuales quiera de esas causas. Pero murió -digo, esta vez- no la de las puñaladas, por ser rockero de heavy metal y pertenecer a ese subgénero que se mueve en las mareas del averno, pero que lo hacen a modo de protesta, a modo de rebeldía contra un mundo injusto.
Blue Jewels lo sabe mejor que yo y así escribió sobre el Heavy Metal en Facebook: "Es símbolo de la juventud enfurecida, postergada, proscrita de la sociedad a la que se supone que pertenece. Juventud bullente, desbordada, sin oportunidad, con ganas de escapar a imposiciones inútiles, de hablar (¿gritar?) con su propia voz, encontrar su identidad, encontrar una mejor forma o al menos una forma diferente de hacer las cosas, porque los jóvenes son los agentes del cambio y todo cambio trae consigo algún elemento de caos. Por eso también, está relacionado al desorden en ciernes o detonado, con exponentes del género en un estado perenne de exaltación, y dan cuenta de ello las habitaciones de hoteles destruidas en giras como si por el paso de un tornado se tratara, las declaraciones incendiarias, la teatralidad electrizante, de cuentos de horror, las calaveras que nos recuerdan que debajo de la piel todos somos iguales y quedará evidenciado en la muerte, las púas en los antebrazos que advierten que el ataque será el resultado de la defensa y la lírica de pasiones desenfrenadas que culminan y mueren en 3:58 minutos".
"A través de la creatividad ese mismo sonido intenso también ha servido para expresar dinamismo y diversión, expresar sarcasmo, transmitir sabiduría de filosofías antiguas, mitos, historias y las propias vidas de los exponentes, sus frustraciones y traumas, sus amores y desamores, narrados a través de una lírica cruda y un pedal de distorsión. Tiene una maquinaria mercadológica que vive de ese sensacionalismo tan fácil de despertar, y sus verdades resuenan en el pecho de mucha, mucha gente que se identifica con las composiciones, se descarga y sublimiza sabiéndose acompañada, comprendida, virtualmente desapegada de su soledad en el medio de la manada... Pero es solo eso: Sonido. El sonido no sabe de intenciones, pero sí de emociones."
En fin, que a José Carlos lo seguimos matando con Odio. A él y a todos los diferentes, los matamos todos los días.
Perdón, querido terrícola que llevaste por nombre José Carlos, a ti y a todos los que han dejado este mundo a causa del Odio. De parte de quienes escribimos. Y de quienes leemos. ¡Descansa en Paz!
No conocí a José Carlos. Desconozco qué pensaba de Neruda o de los plagios de Arjona. No sé si le gustaban el mar; el helado de dulce de leche; o si era vegetariano y tenía novia. No conocí a José Carlos.
Pero me basta con que haya sido un ser humano que vivió a su modo, no hizo mal a nadie y era muy joven y amaba la música. Murió de tantas puñaladas que su muerte tuvo que ser fulminante. Pero esa fue su primera muerte.
La otra muerte, la que más duele, la hemos perpetrado todos. O sea, la sociedad. Quienes no lo conocimos, y odiamos su estrafalaria vestimenta, su cabello largo, su música estridente y rara. Sencillamente porque era la Otredad. Pudo haber sido homosexual, negro, marciano. Pudo haber muerto por cuales quiera de esas causas. Pero murió -digo, esta vez- no la de las puñaladas, por ser rockero de heavy metal y pertenecer a ese subgénero que se mueve en las mareas del averno, pero que lo hacen a modo de protesta, a modo de rebeldía contra un mundo injusto.
Blue Jewels lo sabe mejor que yo y así escribió sobre el Heavy Metal en Facebook: "Es símbolo de la juventud enfurecida, postergada, proscrita de la sociedad a la que se supone que pertenece. Juventud bullente, desbordada, sin oportunidad, con ganas de escapar a imposiciones inútiles, de hablar (¿gritar?) con su propia voz, encontrar su identidad, encontrar una mejor forma o al menos una forma diferente de hacer las cosas, porque los jóvenes son los agentes del cambio y todo cambio trae consigo algún elemento de caos. Por eso también, está relacionado al desorden en ciernes o detonado, con exponentes del género en un estado perenne de exaltación, y dan cuenta de ello las habitaciones de hoteles destruidas en giras como si por el paso de un tornado se tratara, las declaraciones incendiarias, la teatralidad electrizante, de cuentos de horror, las calaveras que nos recuerdan que debajo de la piel todos somos iguales y quedará evidenciado en la muerte, las púas en los antebrazos que advierten que el ataque será el resultado de la defensa y la lírica de pasiones desenfrenadas que culminan y mueren en 3:58 minutos".
"A través de la creatividad ese mismo sonido intenso también ha servido para expresar dinamismo y diversión, expresar sarcasmo, transmitir sabiduría de filosofías antiguas, mitos, historias y las propias vidas de los exponentes, sus frustraciones y traumas, sus amores y desamores, narrados a través de una lírica cruda y un pedal de distorsión. Tiene una maquinaria mercadológica que vive de ese sensacionalismo tan fácil de despertar, y sus verdades resuenan en el pecho de mucha, mucha gente que se identifica con las composiciones, se descarga y sublimiza sabiéndose acompañada, comprendida, virtualmente desapegada de su soledad en el medio de la manada... Pero es solo eso: Sonido. El sonido no sabe de intenciones, pero sí de emociones."
En fin, que a José Carlos lo seguimos matando con Odio. A él y a todos los diferentes, los matamos todos los días.
Perdón, querido terrícola que llevaste por nombre José Carlos, a ti y a todos los que han dejado este mundo a causa del Odio. De parte de quienes escribimos. Y de quienes leemos. ¡Descansa en Paz!
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