Nosotros, los imbeciles

Las reglas del juego y los jugadores siguen siendo los mismos 

 Escrito por: HAMLET HERMANN

El gobierno del presidente Danilo Medina propuso un mecanismo recaudador tan perjudicial para las mayorías, que solo los imbéciles y los privilegiados podrían considerarlo aceptable. Aumentar impuestos a los “palitos de coco latigosos” y al casabe son exageraciones que reflejan el abuso del poderoso contra el indefenso.

Esto es lo menos que podía esperarse de aquellos que saquearon la economía nacional y ahora quieren que paguemos los platos que ellos rompieron. Dice Joan Manuel Serrat: “Si no fueran tan temibles nos darían risa. Si no fueran tan dañinos nos darían lástima. Porque, como los fantasmas, sin pausa y sin prisa, no son nada si les quitas la sábana”.

¿Quién nos garantiza que éstos mejorarán el nivel de vida de la población si son los mismos depredadores de Leonel Fernández? El Contralor General de la República, quien siempre avaló el “desguañangue” de la economía nacional, es ahora el Ministro de Hacienda. El actual Contralor fue Superintendente de Bancos y, no bien fue designado, se fabricó un botín de pirata como pensión eterna para su beneficio. Encabezando el grupo económico, sigue imperando el ideólogo de toda esta trama, el inamovible Ministro de Economía, pieza fundamental del eterno despilfarro y la permanente impunidad. ¿Cómo podemos esperar un comportamiento beneficioso para el pueblo si las reglas del juego y los jugadores siguen siendo los mismos de los tiempos del “desguañangue”?

El grupo corporativo gobernante está reclamando ahora el uso de una teoría económica que recomienda incrementar el gasto en tiempos de crisis como la actual. Según eso, hay que seguir gastando para que la economía se reanime. Con este sofisma como base, no se les ocurre siquiera reducir el gasto excesivo que mantienen. Olvidan, con mucha mala fe, que en tiempos de grandes crecimientos económicos, cuando debieron ser austeros, nunca quisieron serlo.

Desgraciadamente, el actual grupo gobernante no tiene experiencia en cuestiones de austeridad ni de ahorro. Ellos han sido reprobados reiteradamente en esas materias. De alguna forma, por dolorosa que sea, debemos encontrar la forma para que los funcionarios sean sometidos a un proceso de desintoxicación de los vicios del despilfarro y la corrupción.

Al que no tuviera bien claro qué tramaba Leonel Fernández cuando fabricó sumisos Poderes Legislativo, Judicial, Constitucional y Electoral, además de inventar mecanismos para preservar la impunidad total, ahora descubren lo que eso significaba. Ellos han establecido las reglas del juego y nos obligan a jugarlo a su manera. Si para decidir lanzan una moneda al aire y sale cara, ganan ellos, y si sale escudo, nosotros perdemos. No hay forma de ganarles, y eso es malo porque están forzando al pueblo a tomar la justicia en sus propias manos.

El código para los imbéciles establece que su condición de gobernantes los habilita para opinar como les dé la gana sobre cualquier tema que se les plantee. Consideran que sus explicaciones respecto de los acontecimientos nacionales son suficientes, únicas y verdaderas. Decretan culpabilidades y aplican sanciones a los demás; contra ellos mismos, nunca. No educan ni hacen sugerencias, sino que dan órdenes.

Y para colmo, recriminan a quienes no las cumplen acusándolos de tener escasa inteligencia para conceptualizar sus sinrazones. Se sienten autorizados a dar consejos, sobre todo cuando nadie se los pide, aunque sea evidente que carecen de la mínima aptitud para hacerlo. Suponen que lo que les conviene a sus bolsillos es bueno y aceptable para el resto. Reconocen la existencia de errores y problemas, pero solo en los demás. Ellos nunca se equivocan. Leonel los enseñó a buscar fama y dinero y les hizo creer que se lo merecían. Eso al tiempo que desprecian la solidaridad, la gratitud y la austeridad. Se atreven a hacerlo porque consideran que este es un pueblo de imbéciles.

Los que ahora gobiernan, son la misma cosa; tienen el mismo origen, la misma práctica, el mismo desarrollo y buscan el mismo beneficio que los de antes. ¿Hay alguna razón para que una mente sana pueda confiar en ellos? Como diría Joan Manuel, “Si no fueran tan temibles nos darían risa. Si no fueran tan dañinos nos darían lástima. Porque, como los fantasmas, sin pausa y sin prisa, no son nada si les quitas la sábana”.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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