Escrito por: Juan Carlos García
(gmjc24@hotmail.com)
Luis II de Baviera subió al trono en 1864, con solo 18 años. Lo apodaron el loco porque verdaderamente lo estaba. Nunca gobernó Alemania, llevaba la corona por simple protocolo. Solía realizar juegos infantiles hasta la madrugada, mientras hablaba con árboles, columnas, cisnes y espejos. En su vida existieron 2 grandes obsesiones: la construcción de grandiosos castillos y su pasión por la música de Richard Wagner. El monarca dilapidaba el dinero público en las representaciones de las obras de Wagner, sin importarle si era buen o mal momento para su reino.
Su legado: 4 maravillosos castillos de montaña, 2 completados en vida, uno a medio construir y uno más en planos. El castillo de Neuschwanstein, en Baviera, fue donde se encerró para vivir su locura, en medio de un paisaje sobrecogedor. Su arquitectura inspiró al castillo de La Cenicienta creado por Walt Disney y el físico del rey sirvió de modelo del príncipe azul para la cinta Blanca Nieves.
Al morir el rey, ahogado por manos criminales en su hermoso lago, dentro del castillo se oyeron gritos, golpes, portazos y hasta movimiento de objetos, al menos eso dice la leyenda, pero hoy el formidable castillo atrae más de 300 mil turistas al año, por 2 cosas: su hermosa edificación y las supuestas anomalías que ocurren en su interior.
El suelo es de mosaicos cristalinos e incrustaciones en mármol, que representa el círculo terrestre simbolizando por la madre naturaleza. En el techo existe una colosal lámpara araña que pesa 900 kilogramos, chapada en oro e incrustaciones de cristal teñido. Tenía 2 asadores giratorios automáticos para asar 2 venados completos al mismo tiempo, pero nunca cocinó ninguno.
Contaba con 122 habitaciones, 67 espejos, 15 puertas, 6 techos y 6 pisos falsos, 2 trampas interiores, 7 chorreras artificiales, 5 mil cisnes, 200 teñidos de azul, 5 paredes y 3 chimeneas giratorias, una habitación secreta y 2 mazmorras. Los turistas van a que los asusten, gracias a la modalidad de Terroturismo que ofrece la propiedad, que dicho sea de paso es un éxito.
(gmjc24@hotmail.com)
Luis II de Baviera subió al trono en 1864, con solo 18 años. Lo apodaron el loco porque verdaderamente lo estaba. Nunca gobernó Alemania, llevaba la corona por simple protocolo. Solía realizar juegos infantiles hasta la madrugada, mientras hablaba con árboles, columnas, cisnes y espejos. En su vida existieron 2 grandes obsesiones: la construcción de grandiosos castillos y su pasión por la música de Richard Wagner. El monarca dilapidaba el dinero público en las representaciones de las obras de Wagner, sin importarle si era buen o mal momento para su reino.
Su legado: 4 maravillosos castillos de montaña, 2 completados en vida, uno a medio construir y uno más en planos. El castillo de Neuschwanstein, en Baviera, fue donde se encerró para vivir su locura, en medio de un paisaje sobrecogedor. Su arquitectura inspiró al castillo de La Cenicienta creado por Walt Disney y el físico del rey sirvió de modelo del príncipe azul para la cinta Blanca Nieves.
Al morir el rey, ahogado por manos criminales en su hermoso lago, dentro del castillo se oyeron gritos, golpes, portazos y hasta movimiento de objetos, al menos eso dice la leyenda, pero hoy el formidable castillo atrae más de 300 mil turistas al año, por 2 cosas: su hermosa edificación y las supuestas anomalías que ocurren en su interior.
El suelo es de mosaicos cristalinos e incrustaciones en mármol, que representa el círculo terrestre simbolizando por la madre naturaleza. En el techo existe una colosal lámpara araña que pesa 900 kilogramos, chapada en oro e incrustaciones de cristal teñido. Tenía 2 asadores giratorios automáticos para asar 2 venados completos al mismo tiempo, pero nunca cocinó ninguno.
Contaba con 122 habitaciones, 67 espejos, 15 puertas, 6 techos y 6 pisos falsos, 2 trampas interiores, 7 chorreras artificiales, 5 mil cisnes, 200 teñidos de azul, 5 paredes y 3 chimeneas giratorias, una habitación secreta y 2 mazmorras. Los turistas van a que los asusten, gracias a la modalidad de Terroturismo que ofrece la propiedad, que dicho sea de paso es un éxito.
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