Por Jesús Méndez Jiminián
La influencia política y la personalidad de Buenaventura Báez (1812-1884), a quien sus íntimos llamaban Ventura, han sido objeto de estudio y análisis por parte de investigadores nacionales y extranjeros de la historia dominicana._
El caudillo del Sur “compartió junto al general Santana el liderazgo político nacional desde los primeros años del nacimiento de la República, y más tarde fue rival de Luperón (…)”
Mu-Kien A. Sang ha descrito a Báez como un “político orgulloso, aristócrata y absorbente”. Otros, entre ellos don Emilio Rodríguez Demorizi, ha apuntado sobre su personalidad, que era un “hombre enérgico, altanero, con instrucción no común para la época”.
Quizás en esto ultimo que hemos anotado, radica el pecado mayúsculo de Báez en términos políticos, pues, producto de su esmerada educación el país esperaba más de él en la conducción de sus destinos. Sin embargo, es casi seguro que algunas de sus aficiones, entre ellas su desmedido afán de lucro personal y las mujeres, que formaron parte intrínseca de su vida, hayan eclipsado su trayectoria de servicio al país.
Pero, también puede ser que en sus raíces familiares se encuentre la clave perfecta para examinar su escandalosa conducta pública y privada. El padre de Buenaventura Báez, Pablo Altagracia Báez, nació fruto de una relación adúltera entre un cura, Antonio Sánchez Valverde, y su madre. Producto de esta situación, el niño fue abandonado, y adoptado por un señor francés de oficio platero, de quien adquirió el apellido Báez. Ya hombre, Pablo Altagracia logró hacer fortuna, en Azua, llegando a ser propietario de grandes fincas de cortes de madera, aserraderos, panaderías, destilerías, etc. Incluso, en 1821 llegó a ser alcalde de Azua.
La madre de Buenaventura Báez, Teresa de Jesús Méndez, a quien comúnmente llamaban “Camateta” o “Mai- Teresa”, era una “esclava que Pablo Altagracia Báez compró a un señor llamado Eduardo Ferrer, logrando convertirla en su mujer”. De la relación marital entre los padres de Báez nacieron, incluido él, siete hijos bastardos: Buenaventura, el mayor de todos; Carlos, Félix, Damián, Altagracia, Irene y Rosa. Sabido es, que Pablo Altagracia tuvo hijos con varias mujeres más, algo en lo que con el tiempo le seguirá los pasos su primogénito Buenaventura.
Buenaventura Báez y Méndez, nuestro personaje, “saltó a la vida pública en 1843” cuando fue electo por la provincia de Azua como diputado a la Constituyente haitiana, logrando ocupar más tarde, ya proclamada la República (1844), otras posiciones públicas de cierta relevancia.
Por estos años, en los que alcanza cuanto prestigio político, Charles Christian Hauch en su obra “La Republica Dominicana y sus Relaciones Exteriores (1844-1882)”, describe a Báez en estos términos:
“…Báez era un agradable cortesano, que vestía con elegancia al estilo victoriano de la época, que usaba patillas y cuidaba bien su cabello. Era un político hábil, que sabia valerse del tacto y la suavidad para lograr sus objetivos”. (p. 54).
Con el andar del tiempo, ya en la etapa de madurez de su carrera política, el propio Hauch en su citada obra apunta, que “Báez era un ejemplo típico del político suave, cultivado e inescrupuloso”.
A la edad de 37 años, y con muy buena popularidad en todos los sectores de la vida dominicana, Báez juró por primera vez a la Presidencia de la Republica, el 24 de septiembre de 1849, contando con el apoyo del general Pedro Santana de quien había sido su Consejero. Sin embargo, las confrontaciones políticas entre ambos líderes no tardarían en desatarse. En 1853 se produce la ruptura definitiva entre ellos. Se convertían en enemigos políticos. El poder los apartaría para siempre. Los adversarios de Báez, le dedicaron entonces esta “agresiva copla” al decir de don Emilio Rodríguez Demorizi:
“No le digan Presidente, díganle Ventura Báez,
que es el hijo de Mai- Teresa, esclava de Pablo Báez”.
Desde sus años mozos, Báez, era ya todo un galán para las mujeres. De esta época y, sus primeros pasos en la carrera política, Hauch recuerda esta descripción del joven donjuán de la política criolla
“(…) Báez era un caballero fino y culto, que había recibido una educación en Francia: un hecho que supuestamente le convertía en francófilo (…), más inclinado a esa nación que a otra potencia en el juego dominicano de buscar estrechas relaciones con algunos extranjeros”. (p. 54).
Hoy día se desconoce si Báez alcanzó título académico alguno en sus estudios superiores. Durante su primer período de gobierno (1849-1853) el país disfrutó de una relativa estabilidad político-social. Las revueltas políticas desaparecieron. Santana logró instalarse nuevamente en el poder en junio de 1856. Báez se convierte en exiliado político y se dirige a Saint Thomas. Desde ahí conspiraría hasta volver al poder nuevamente en septiembre de 1856. En su segundo gobierno, muy breve por cierto, una revolución cibaeña lo sacaría del poder en el verano de 1857: la Revolución de Julio. Pese a que Santana asume por nueva vez las riendas del Estado, sus días de gloria estarían contados. Báez, por su lado, tendría todo un mundo político por delante, y también, fortuna que amasar y muchas mujeres con las que se enredaría en el camino, prometiéndoles a todas amor y boda, cosas que nunca cumpliría.
Tras la desaparición física de Santana, en 1864, y finalizada la Guerra de la Restauración, con la salida de las tropas españolas de nuestro territorio (1865), Báez inaugura su tercer período de gobierno al juramentarse como presidente el 8 de diciembre del 1865 ante la Asamblea Nacional. En la ocasión, el padre Meriño retrató en cuerpo y alma a Báez, en un discurso que resultó ser un dolor de cabeza para el caudillo azuano, exhortándole, que pese a todo la Republica se “ha mantenido pura en medio del sufrimiento”; y que el “vicio y el crimen, apoyados en brazos de la tiranía, invadieron los puestos públicos e hicieron de los bienes de la nación su patrimonio”. Báez replicó a Meriño tras aquellas enérgicas palabras, recordándole: “yo nunca he andado descalzo vendiendo palomas en estas calles”. Meriño logró convertirse años después en el primer sacerdote en América, en dirigir un Estado. Asumió el cargo el 1 de septiembre de 1880.
No hay dudas de que Báez “engañó más de una vez a quienes trataban de retratar su personalidad”. El comisionado norteamericano Samuel Hazard, en 1871, visitó a Báez en varias ocasiones, y nos dejó esta imagen del caudillo:
“El Presidente Báez es un hombre elegante y agradable, de mediana estatura y buena apariencia. Tiene cincuenta y siente años justos, y en ningún caso se le podría tomar por otra cosa que por español si no fuese por su cabello, cuando gira la cabeza, presenta una cierta semejanza con el pelo característico de los africanos. Habla el francés tan bien como el español, pero él inglés solo tolerablemente. Parece completamente franco”.
El tercer “período de Báez trajo consigo numerosos movimientos revolucionarios”. Un triunvirato compuesto por los generales Gregorio Luperón, Pedro A. Pimentel y Federico de Jesús García lo sustituiría el primero de junio de 1866. Su destino sería Curazao. Retornaría al país en mayo de 1868, para iniciar su cuarto período de gobierno hasta el 2 de enero de 1874. Este período se conoce en nuestra historia como el de los “Seis años”. Más de treinta rebeliones se producen por estos años contra su régimen. Cabral y Luperón no le dieron tregua a Báez. Su intento de anexión a los Estados Unidos fue motivo de muchas adversidades y confrontaciones, que tuvieron en Luperón su mayor oponente.
El célebre autor de la obra “Don Juan Tenorio”, José Zorrilla, conoció a Báez personalmente en una travesía por el Caribe, por aquellos años, y lo describió con estas palabras:
“(…) Hablaba de la política, de la literatura y los personajes influyentes de España y las Antillas con un conocimiento y un aplomo, con una moderación y un tacto tan especial que descarriaba todos los cálculos (…)”.
Las recepciones que Báez ofrecía a amigos especiales y a mujeres con las que establecía relaciones intimas, se dice, que era extravagantes: se disfrutaban los buenos vinos de Rhin y de Bordeaux, la champagne, buenos jamones y exquisitos quesos traídos desde Europa; las frutas de todas clases abundaban en la mesa y, la buena música de entonces nunca faltaba en sus banquetes.
Como aficionado que fue a los caballos, era un deleite para Báez pasear en ellos a sus presas femeninas. Una dama de nombre Julia Ward Howe que conoció a Báez, publicó de él en un periódico neoyorquino, en 1871, lo siguiente:
” (…) Permítanme describirlo… brevemente como a un hombre cordial y cortés, de rostro inteligente y voz agradable. Es de estatura regular; de una edad que anda entre los cincuenta y sesenta años. Su tez revela una ligera mezcla de sangre africana; pero sus ojos son azules y su pelo un poco rizado. Es ciertamente de distinción a menos que su cara mienta”.
Báez era sumamente obsequioso y detallista con las mujeres. Se afirma que hasta con los niños, los ancianos y sus parientes. Realizaba “frecuentemente donativos de dinero en efectivo, y ofrecía fiestas especiales…”. Según detalles de sus cuentas personales, los gastos mensuales de Báez oscilaban entre los 218 y los 616 pesos; una cantidad de dinero muy apreciable para entonces. Se ha afirmado, que a Báez le gustaban las peleas de gallos, aunque hoy día lo hay constancias de sus visitas a galleras. Lo cierto es, que Báez si sabia, de entre cien gallos, si el que canta “es pinto o, es el canelo”. Su hermano Damián con el que fue más afín, sí era dedicado a estas lides. Era también el que llevaba los records de sus cuentas y de los trabajos que el personal bajo su dependencia realizaba para Báez.
Es sabido al día de hoy, que “Báez fue un solterón toda su vida (…). Su pasión por una falda era un secreto a voces en todos los confines de país y fuera de aquí”.
Se conoce con toda seguridad, que cuando Báez dio la orden de fusilar al poeta e intelectual Manuel Rodríguez Objío, una señora se le presentó para pedirle de rodillas, clemencia para la victima, a lo que él dijo: “Levántese, Señora! Si su belleza pudiera salvarme del enemigo, yo la perdonara”.
La joven y elegante dama “era de la familia Godoy, los que conocían el donjuanismo de Báez – dice Rodríguez Demorizi –, la escogieron, exprofeso, para esa piadosa misión…”
Que sepamos nosotros, Buenaventura Báez y Méndez, dejó descendientes con las siguientes mujeres, según investigaciones que hemos llevado a cabo, y publicamos en nuestra obra “El Presidente Báez y La Vega (1849-1878)”:
“Férmina Andújar, con quien tuvo una hija: Amelia. Con la señora Teresa Batista, tuvo tres hijos: Carlos Báez Batista, Manuel María Báez Batista y Pablo Báez Batista.
Con María del Carmen Cordero, a quien hizo la promesa de matrimonio que nunca llego a consumarse, tuvo un hijo: Félix Báez Cordero. La señora Corina Dupont, de nacionalidad francesa, establecida en Saint Thomas, fue amante de Báez también. Con ella tuvo dos hijos: Manuel Báez Dupont, a quien llamaban Manolito, y María Báez Dupont.
Con la señora Concepción Machado y Peralta, viuda del señor Martin Miura, Báez tuvo dos hijos: el doctor Ramón Báez Machado y el ingeniero Teodoro Osvaldo Buenaventura Báez y Machado.
Ramón Báez y Machado ocupó diversas posiciones públicas de importancia, entre ellas: diputado, Presidente del Ayuntamiento de Santo Domingo, y Presidente Provisional de la República… 1914.
Finalmente, con la señora Josefa Silverio, Buenaventura Báez tuvo un hijo: el general Francisco Báez, quien durante el gobierno de Alejandro Woss y Gil, en 1903, ocupó el cargo de gobernador de Azua”. (p. 44).
Como puede apreciarse, Báez reconoció a todos sus hijos; los dejó en buena posición económica y les brindo muy buena educación.
En mayo de 1869, Báez tramitó con Edward Hartmont y Compañía un préstamo que inicialmente era de 757,000 libras esterlinas. El Congreso Nacional redujo la cifra en 20,000. “… Báez consiguió el préstamo, no con el supuesto fin de construir carreteras y ferrocarriles, sino mas bien – dice Hauch – para redimir parte del papel de moneda y para hacer frente a sus obligaciones políticas y gubernamentales”. Este se constituyó en uno de los peores desastres económicos de nuestro país.
El corresponsal norteamericano Andrew D. White en su “Autobiografía”, reseñó de Báez en la década de los años 70 del siglo XIX, estas palabras:
“Un gobernante que triunfa gobernando a las mujeres, está seguro de la obediencia de los hombres”.
¿Y usted que piensa?
La influencia política y la personalidad de Buenaventura Báez (1812-1884), a quien sus íntimos llamaban Ventura, han sido objeto de estudio y análisis por parte de investigadores nacionales y extranjeros de la historia dominicana._
El caudillo del Sur “compartió junto al general Santana el liderazgo político nacional desde los primeros años del nacimiento de la República, y más tarde fue rival de Luperón (…)”
Mu-Kien A. Sang ha descrito a Báez como un “político orgulloso, aristócrata y absorbente”. Otros, entre ellos don Emilio Rodríguez Demorizi, ha apuntado sobre su personalidad, que era un “hombre enérgico, altanero, con instrucción no común para la época”.
Quizás en esto ultimo que hemos anotado, radica el pecado mayúsculo de Báez en términos políticos, pues, producto de su esmerada educación el país esperaba más de él en la conducción de sus destinos. Sin embargo, es casi seguro que algunas de sus aficiones, entre ellas su desmedido afán de lucro personal y las mujeres, que formaron parte intrínseca de su vida, hayan eclipsado su trayectoria de servicio al país.
Pero, también puede ser que en sus raíces familiares se encuentre la clave perfecta para examinar su escandalosa conducta pública y privada. El padre de Buenaventura Báez, Pablo Altagracia Báez, nació fruto de una relación adúltera entre un cura, Antonio Sánchez Valverde, y su madre. Producto de esta situación, el niño fue abandonado, y adoptado por un señor francés de oficio platero, de quien adquirió el apellido Báez. Ya hombre, Pablo Altagracia logró hacer fortuna, en Azua, llegando a ser propietario de grandes fincas de cortes de madera, aserraderos, panaderías, destilerías, etc. Incluso, en 1821 llegó a ser alcalde de Azua.
La madre de Buenaventura Báez, Teresa de Jesús Méndez, a quien comúnmente llamaban “Camateta” o “Mai- Teresa”, era una “esclava que Pablo Altagracia Báez compró a un señor llamado Eduardo Ferrer, logrando convertirla en su mujer”. De la relación marital entre los padres de Báez nacieron, incluido él, siete hijos bastardos: Buenaventura, el mayor de todos; Carlos, Félix, Damián, Altagracia, Irene y Rosa. Sabido es, que Pablo Altagracia tuvo hijos con varias mujeres más, algo en lo que con el tiempo le seguirá los pasos su primogénito Buenaventura.
Buenaventura Báez y Méndez, nuestro personaje, “saltó a la vida pública en 1843” cuando fue electo por la provincia de Azua como diputado a la Constituyente haitiana, logrando ocupar más tarde, ya proclamada la República (1844), otras posiciones públicas de cierta relevancia.
Por estos años, en los que alcanza cuanto prestigio político, Charles Christian Hauch en su obra “La Republica Dominicana y sus Relaciones Exteriores (1844-1882)”, describe a Báez en estos términos:
“…Báez era un agradable cortesano, que vestía con elegancia al estilo victoriano de la época, que usaba patillas y cuidaba bien su cabello. Era un político hábil, que sabia valerse del tacto y la suavidad para lograr sus objetivos”. (p. 54).
Con el andar del tiempo, ya en la etapa de madurez de su carrera política, el propio Hauch en su citada obra apunta, que “Báez era un ejemplo típico del político suave, cultivado e inescrupuloso”.
A la edad de 37 años, y con muy buena popularidad en todos los sectores de la vida dominicana, Báez juró por primera vez a la Presidencia de la Republica, el 24 de septiembre de 1849, contando con el apoyo del general Pedro Santana de quien había sido su Consejero. Sin embargo, las confrontaciones políticas entre ambos líderes no tardarían en desatarse. En 1853 se produce la ruptura definitiva entre ellos. Se convertían en enemigos políticos. El poder los apartaría para siempre. Los adversarios de Báez, le dedicaron entonces esta “agresiva copla” al decir de don Emilio Rodríguez Demorizi:
“No le digan Presidente, díganle Ventura Báez,
que es el hijo de Mai- Teresa, esclava de Pablo Báez”.
Desde sus años mozos, Báez, era ya todo un galán para las mujeres. De esta época y, sus primeros pasos en la carrera política, Hauch recuerda esta descripción del joven donjuán de la política criolla
“(…) Báez era un caballero fino y culto, que había recibido una educación en Francia: un hecho que supuestamente le convertía en francófilo (…), más inclinado a esa nación que a otra potencia en el juego dominicano de buscar estrechas relaciones con algunos extranjeros”. (p. 54).
Hoy día se desconoce si Báez alcanzó título académico alguno en sus estudios superiores. Durante su primer período de gobierno (1849-1853) el país disfrutó de una relativa estabilidad político-social. Las revueltas políticas desaparecieron. Santana logró instalarse nuevamente en el poder en junio de 1856. Báez se convierte en exiliado político y se dirige a Saint Thomas. Desde ahí conspiraría hasta volver al poder nuevamente en septiembre de 1856. En su segundo gobierno, muy breve por cierto, una revolución cibaeña lo sacaría del poder en el verano de 1857: la Revolución de Julio. Pese a que Santana asume por nueva vez las riendas del Estado, sus días de gloria estarían contados. Báez, por su lado, tendría todo un mundo político por delante, y también, fortuna que amasar y muchas mujeres con las que se enredaría en el camino, prometiéndoles a todas amor y boda, cosas que nunca cumpliría.
Tras la desaparición física de Santana, en 1864, y finalizada la Guerra de la Restauración, con la salida de las tropas españolas de nuestro territorio (1865), Báez inaugura su tercer período de gobierno al juramentarse como presidente el 8 de diciembre del 1865 ante la Asamblea Nacional. En la ocasión, el padre Meriño retrató en cuerpo y alma a Báez, en un discurso que resultó ser un dolor de cabeza para el caudillo azuano, exhortándole, que pese a todo la Republica se “ha mantenido pura en medio del sufrimiento”; y que el “vicio y el crimen, apoyados en brazos de la tiranía, invadieron los puestos públicos e hicieron de los bienes de la nación su patrimonio”. Báez replicó a Meriño tras aquellas enérgicas palabras, recordándole: “yo nunca he andado descalzo vendiendo palomas en estas calles”. Meriño logró convertirse años después en el primer sacerdote en América, en dirigir un Estado. Asumió el cargo el 1 de septiembre de 1880.
No hay dudas de que Báez “engañó más de una vez a quienes trataban de retratar su personalidad”. El comisionado norteamericano Samuel Hazard, en 1871, visitó a Báez en varias ocasiones, y nos dejó esta imagen del caudillo:
“El Presidente Báez es un hombre elegante y agradable, de mediana estatura y buena apariencia. Tiene cincuenta y siente años justos, y en ningún caso se le podría tomar por otra cosa que por español si no fuese por su cabello, cuando gira la cabeza, presenta una cierta semejanza con el pelo característico de los africanos. Habla el francés tan bien como el español, pero él inglés solo tolerablemente. Parece completamente franco”.
El tercer “período de Báez trajo consigo numerosos movimientos revolucionarios”. Un triunvirato compuesto por los generales Gregorio Luperón, Pedro A. Pimentel y Federico de Jesús García lo sustituiría el primero de junio de 1866. Su destino sería Curazao. Retornaría al país en mayo de 1868, para iniciar su cuarto período de gobierno hasta el 2 de enero de 1874. Este período se conoce en nuestra historia como el de los “Seis años”. Más de treinta rebeliones se producen por estos años contra su régimen. Cabral y Luperón no le dieron tregua a Báez. Su intento de anexión a los Estados Unidos fue motivo de muchas adversidades y confrontaciones, que tuvieron en Luperón su mayor oponente.
El célebre autor de la obra “Don Juan Tenorio”, José Zorrilla, conoció a Báez personalmente en una travesía por el Caribe, por aquellos años, y lo describió con estas palabras:
“(…) Hablaba de la política, de la literatura y los personajes influyentes de España y las Antillas con un conocimiento y un aplomo, con una moderación y un tacto tan especial que descarriaba todos los cálculos (…)”.
Las recepciones que Báez ofrecía a amigos especiales y a mujeres con las que establecía relaciones intimas, se dice, que era extravagantes: se disfrutaban los buenos vinos de Rhin y de Bordeaux, la champagne, buenos jamones y exquisitos quesos traídos desde Europa; las frutas de todas clases abundaban en la mesa y, la buena música de entonces nunca faltaba en sus banquetes.
Como aficionado que fue a los caballos, era un deleite para Báez pasear en ellos a sus presas femeninas. Una dama de nombre Julia Ward Howe que conoció a Báez, publicó de él en un periódico neoyorquino, en 1871, lo siguiente:
” (…) Permítanme describirlo… brevemente como a un hombre cordial y cortés, de rostro inteligente y voz agradable. Es de estatura regular; de una edad que anda entre los cincuenta y sesenta años. Su tez revela una ligera mezcla de sangre africana; pero sus ojos son azules y su pelo un poco rizado. Es ciertamente de distinción a menos que su cara mienta”.
Báez era sumamente obsequioso y detallista con las mujeres. Se afirma que hasta con los niños, los ancianos y sus parientes. Realizaba “frecuentemente donativos de dinero en efectivo, y ofrecía fiestas especiales…”. Según detalles de sus cuentas personales, los gastos mensuales de Báez oscilaban entre los 218 y los 616 pesos; una cantidad de dinero muy apreciable para entonces. Se ha afirmado, que a Báez le gustaban las peleas de gallos, aunque hoy día lo hay constancias de sus visitas a galleras. Lo cierto es, que Báez si sabia, de entre cien gallos, si el que canta “es pinto o, es el canelo”. Su hermano Damián con el que fue más afín, sí era dedicado a estas lides. Era también el que llevaba los records de sus cuentas y de los trabajos que el personal bajo su dependencia realizaba para Báez.
Es sabido al día de hoy, que “Báez fue un solterón toda su vida (…). Su pasión por una falda era un secreto a voces en todos los confines de país y fuera de aquí”.
Se conoce con toda seguridad, que cuando Báez dio la orden de fusilar al poeta e intelectual Manuel Rodríguez Objío, una señora se le presentó para pedirle de rodillas, clemencia para la victima, a lo que él dijo: “Levántese, Señora! Si su belleza pudiera salvarme del enemigo, yo la perdonara”.
La joven y elegante dama “era de la familia Godoy, los que conocían el donjuanismo de Báez – dice Rodríguez Demorizi –, la escogieron, exprofeso, para esa piadosa misión…”
Que sepamos nosotros, Buenaventura Báez y Méndez, dejó descendientes con las siguientes mujeres, según investigaciones que hemos llevado a cabo, y publicamos en nuestra obra “El Presidente Báez y La Vega (1849-1878)”:
“Férmina Andújar, con quien tuvo una hija: Amelia. Con la señora Teresa Batista, tuvo tres hijos: Carlos Báez Batista, Manuel María Báez Batista y Pablo Báez Batista.
Con María del Carmen Cordero, a quien hizo la promesa de matrimonio que nunca llego a consumarse, tuvo un hijo: Félix Báez Cordero. La señora Corina Dupont, de nacionalidad francesa, establecida en Saint Thomas, fue amante de Báez también. Con ella tuvo dos hijos: Manuel Báez Dupont, a quien llamaban Manolito, y María Báez Dupont.
Con la señora Concepción Machado y Peralta, viuda del señor Martin Miura, Báez tuvo dos hijos: el doctor Ramón Báez Machado y el ingeniero Teodoro Osvaldo Buenaventura Báez y Machado.
Ramón Báez y Machado ocupó diversas posiciones públicas de importancia, entre ellas: diputado, Presidente del Ayuntamiento de Santo Domingo, y Presidente Provisional de la República… 1914.
Finalmente, con la señora Josefa Silverio, Buenaventura Báez tuvo un hijo: el general Francisco Báez, quien durante el gobierno de Alejandro Woss y Gil, en 1903, ocupó el cargo de gobernador de Azua”. (p. 44).
Como puede apreciarse, Báez reconoció a todos sus hijos; los dejó en buena posición económica y les brindo muy buena educación.
En mayo de 1869, Báez tramitó con Edward Hartmont y Compañía un préstamo que inicialmente era de 757,000 libras esterlinas. El Congreso Nacional redujo la cifra en 20,000. “… Báez consiguió el préstamo, no con el supuesto fin de construir carreteras y ferrocarriles, sino mas bien – dice Hauch – para redimir parte del papel de moneda y para hacer frente a sus obligaciones políticas y gubernamentales”. Este se constituyó en uno de los peores desastres económicos de nuestro país.
El corresponsal norteamericano Andrew D. White en su “Autobiografía”, reseñó de Báez en la década de los años 70 del siglo XIX, estas palabras:
“Un gobernante que triunfa gobernando a las mujeres, está seguro de la obediencia de los hombres”.
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