Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. Pitágoras
Escrito por: FÁTIMA ÁLVAREZ
( rodalvaja@gmail.com @fatimaisolina)
Hacernos visibles a partir de una definición requiere más que etimología y estereotipos. El concepto que manejamos se limita a la mujer como contraposición del hombre. La hembra frente al macho. El sexo complementario, la costilla, el apéndice.
“Conceptualmente, las diferencias entre los sexos no implican desigualdad legal. Es posible concebir a mujeres y hombres como legalmente iguales en su diferencia mutua. Pero ese no ha sido el caso, al menos en los últimos 5 o 6 mil años. Las diferencias entre los sexos y la desigualdad legal están estrechamente ligadas, porque la diferencia mutua entre hombres y mujeres se concibió como la diferencia de las mujeres con respecto a los hombres cuando los primeros tomaron el poder y se erigieron en el modelo de lo humano. Desde entonces, la diferencia sexual ha significado desigualdad legal en perjuicio de las mujeres”, dice Aldo Facio.
En este acto se estableció la relación de supremacía. Se dieron formas a instituciones que determinan el modo de pensar, de actuar y de sentir, como son la religión, la nacionalidad y la familia.
Histórica y antropológicamente no hemos sido vistas, ni aun por nosotras mismas, como seres humanos en condiciones de igualdad y a los que solo diferencia del hombre la biología. Diferencia que no acrecienta desigualdades, sino que crea complementos.
¿Qué es una mujer? Es la interrogante que le lanzara Sartre a Simone de Beauvoir, -de quien tomo el nombre de esta columna, por su obra fundacional sobre el feminismo-. Beauvoir analizó a la mujer como una construcción social y cultural que promueve un estereotipo. Entendió cómo se dio forma a una cultura en la que la mujer, en su relación con el hombre, se convierte en la cuidadora, la protectora, la que produce el placer, el segundo sexo.
Ella revela que el primer papel de la mujer es reconquistar su identidad. Pero eso no solo implica invalidar patrones establecidos, sino también desestimar los propios, cosidos en la piel a fuerza de dominio y de eufemismos que nos hacen un producto del mercado. “Las ideas patriarcales son independientes del sexo de quienes las formulan y detentan”, dice Isabel Moya.
Las mujeres son en sí mismas y la definición solo debe aportar el núcleo. Cualquier otra cosa siempre será accesoria a lo primario.
Escrito por: FÁTIMA ÁLVAREZ
( rodalvaja@gmail.com @fatimaisolina)
Hacernos visibles a partir de una definición requiere más que etimología y estereotipos. El concepto que manejamos se limita a la mujer como contraposición del hombre. La hembra frente al macho. El sexo complementario, la costilla, el apéndice.
“Conceptualmente, las diferencias entre los sexos no implican desigualdad legal. Es posible concebir a mujeres y hombres como legalmente iguales en su diferencia mutua. Pero ese no ha sido el caso, al menos en los últimos 5 o 6 mil años. Las diferencias entre los sexos y la desigualdad legal están estrechamente ligadas, porque la diferencia mutua entre hombres y mujeres se concibió como la diferencia de las mujeres con respecto a los hombres cuando los primeros tomaron el poder y se erigieron en el modelo de lo humano. Desde entonces, la diferencia sexual ha significado desigualdad legal en perjuicio de las mujeres”, dice Aldo Facio.
En este acto se estableció la relación de supremacía. Se dieron formas a instituciones que determinan el modo de pensar, de actuar y de sentir, como son la religión, la nacionalidad y la familia.
Histórica y antropológicamente no hemos sido vistas, ni aun por nosotras mismas, como seres humanos en condiciones de igualdad y a los que solo diferencia del hombre la biología. Diferencia que no acrecienta desigualdades, sino que crea complementos.
¿Qué es una mujer? Es la interrogante que le lanzara Sartre a Simone de Beauvoir, -de quien tomo el nombre de esta columna, por su obra fundacional sobre el feminismo-. Beauvoir analizó a la mujer como una construcción social y cultural que promueve un estereotipo. Entendió cómo se dio forma a una cultura en la que la mujer, en su relación con el hombre, se convierte en la cuidadora, la protectora, la que produce el placer, el segundo sexo.
Ella revela que el primer papel de la mujer es reconquistar su identidad. Pero eso no solo implica invalidar patrones establecidos, sino también desestimar los propios, cosidos en la piel a fuerza de dominio y de eufemismos que nos hacen un producto del mercado. “Las ideas patriarcales son independientes del sexo de quienes las formulan y detentan”, dice Isabel Moya.
Las mujeres son en sí mismas y la definición solo debe aportar el núcleo. Cualquier otra cosa siempre será accesoria a lo primario.
Hablar de hombre y mujer es igual que hablar de religión, política o baseball, no existe la posibilidad de llegar a ponernos de acuerdo. No tengo la menor idea que le sucedió al pobrecito de Pitágoras para llegar a esa convicción, en mi humilde opinión creo que en el fondo y en esencia somos almas espirituales y el concepto material de hombre y mujer es temporal y superfluo; aún así podría argumentar algo a nuestro favor: nosotras las mujeres somos parte de un maravilloso propósito que no puede llegar a realizarse plenamente si alguno de los dos faltara.
ResponderEliminar