(Palabras del escritor Pedro Peix al recibir el premio Caonabo de Oro 2012, el 7 de noviembre)
Pedro Peix pronuncia una palabras durante la entrega del Caonabo de Oro. |
De ahí que por cada escritor dominicano aparezcan cien críticos que quisieran ser poetas, novelistas, cuentistas y ensayistas, y que sólo por alcanzar notoriedad y ganar lectores, se ufanan en demoler obras –y mientras más innovadoras sean- más se ensañan en ajustar cuentas con los que no simpatizan o no buscan su tutela literaria.
Entran y salen difamando, intrigando, mezquinos por doquier, siempre con su labor de zapa van y vienen por las salas de redacción de los periódicos, por las mesas de diagramación de revistas y suplementos, y caen como buitres puntuales en cafeterías y tertulias con cada nuevo premio, con cada nuevo éxito de nuestros poetas y escritores.
Y aun así, la literatura dominicana, tal como dijimos, goza de buena salud. Pero es la salud del anciano. Frágil y precaria, llena de prescripciones, regulada con altas dosis de prudencia y mesura, que no tolera excesos ni disipaciones, y menos desplantes y licencia para estar fuera de la moral social y las buenas costumbres.
Esa sería la “literatura correcta”, de la decencia y el buen gusto, la que siempre va por el carril derecho, la que no viola la luz roja ni pisa el césped del canon literario, la que respeta la tradición, el orden establecido, la norma y las reglas de la gramática, los protocolos del saber, la solemnidad de la cátedra doctoral y de la cultura impartida en paraninfos.
Contra ellos, contra el paternalismo y la jerarquía excluyente, yo proclamo la “literatura del desacato”, la desobediencia al sanedrín del intelecto y a su irrebatible aura deliberante, y a sus prerrogativas de marginar y descalificar las transgresiones de la creatividad más vertiginosa y arrolladora.
Y precisamente, no es la juventud la que encarna la “inversión de valores”, sino que son los adultos los que la transmiten con la práctica de su mal vivir y, al mismo tiempo, de su fingir para mejor progresar. Sí, son ustedes, los dirigentes, los que prostituyen los sistemas éticos del pensamiento y del convivir institucional. Sí, ustedes, los honorables, los civilistas, los que pasan por virtuosos, los moralistas de panel, los paradigmas fraudulentos, los magnates y jerarcas, los vándalos con inmunidad, los partidos-guaridas y sus líderes esquizoides y mitómanos, Sí, ustedes, la “sociedad civil”, que capitalizan su prestigio, prohíjan a la banca y a los emprendedores del lucro máximo.
Estamos hablando de esta “democracia de vodevil”, de testaferros y sicarios.
Esta democracia de cupones y subsidios, de legisladores calibre 45, y de sepultureros con uniformes y rangos floreados, de áulicos de arrabal, truculentos o convictos. Estamos hablando de esta democracia de jueces de manga ancha, de altas cortes y bajos escrúpulos, de todo un clero de faldas largas y otro de padrotes furtivos, socios del bien y del mal, que siempre recriminan al poder, pero se sirven de él con los mesías electorales, sentándose como prebendados golosos en los banquetes del “mundanal ruido”.
Pero esta “inversión de valores” es más que una bancarrota de la razón; ha devenido en una progresiva “quiebra de lo divino”, y por lo cual hoy vivimos una crisis de la cultura que es imagen y semejanza de toda esta “crisis de lo sagrado”.
Son los tiempos: Después de tantos siglos, el papa Benedicto XVI anula el Purgatorio de un plumazo, y proclama que no hay contradicción entre la ciencia y los evangelios, entre la fe y la razón, no obstante los cientos de miles de hombres y mujeres que fueron llevados a la hoguera por creer y practicar la libertad de espíritu, la emancipación de conciencia, de cultos y dogmas.
Son los tiempos: las religiones siguen siendo narcotraficantes del “otro mundo”.
El Apocalipsis y el “Juicio Final” ya no aterrorizan a nadie. La fe en un ser omnipotente y en las “escrituras sagradas” más que un diario consuelo para ingenuos e hipócritas de escotes empolvados y braguetas mal cerradas, continúa siendo un negocio de fanáticos odiadores de sus propios deseos de lascivia y codicia, tanto para la élite metafísica que proviene del Vaticano como la que se postra bajo media luna del oriente.
Son los tiempos: Dios es un “anti-valor” porque nadie ha podido recoger toda la sangre derramada en su nombre. La verdad y la mentira son ficciones legitimadas por las convenciones sociales del mercado y el pensamiento hegemónico de las cultoras dominantes. La “realidad” es un montaje que se edita todos los días a través de los medios de comunicación de masas. La historia, sus acontecimientos, sus hechos, son sólo interpretaciones que reproducen nuestros prejuicios, fobias y resentimientos.
Son los tiempos: El universo crece y se expande por todas partes y no tiene “centro”. Aparecen nuevos planetas. Todos somos hijos apócrifos del eslabón perdido, bastardos de una bestia sin origen porque finalmente el amor no pasa de ser una “construcción de la cultura”.
Son los tiempos: Todo conocimiento es efímero. Y no hay criterios definitivos. Ya el internet ha sustituido a la Biblia, a los tomos y lomos de la ciencia y el saber humanístico, a toda la arqueología del pensamiento. Hoy reina el intelectual Google, el erudito Wikipedia. Atrás quedó el sabio del “rincón oscuro” del que hablaba Rimbaud.
Son los tiempos: Los filósofos, los intelectuales y los doctos en la historia de todas las ideas, respaldaron dictaduras, purgas, bombardeos, atentados, y exterminios, legitimaron ejércitos, torturas y gobiernos genocidas. Se les conoce como los “malditos ilustrados”. Pero también a los científicos que elaboraron fórmulas y ecuaciones, los genios de laboratorio que propiciaron ensayos y experimentos con armas de destrucción masiva. Esos forman parte sustancial de nuestro tiempo. Tal vez por eso Bertolt Brecht dijo en un poema: “Los asesinos salen de las bibliotecas”.
Hoy prevalece el “nihilismo” porque es la destrucción de las ilusiones. Para hombres de mi generación que hemos crecido con el descrédito de todo lo soñado, y que hemos visto cómo se han desmoronado las utopías quedando la esperanza como tierra arrasada, y que ya hemos entrado al siglo XXI amando y desamando los desperdicios que aún arrastra el nuevo milenio, pensamos que todo lo vivido se puede reducir a un archivo de ilusos. Todos los paraísos, los de la antigüedad y los contemporáneos han terminado en operación y servidumbre. Sabemos que no hay tierra prometida, ni voz autorizada ni quimera convincente, ni futuro libre de la alienación y el pesimismo. Hoy sólo nos alimenta la violencia y el caos, y la propia historia que se perdió en la fábula de un hombre que no puede ir por delante de su oscuridad.
Finalmente, después de agradecer a los jurados y a los organizadores de este evento el galardón que me han otorgado, quiero exhortar a la juventud a que no declinen sus convicciones, a que crean en ustedes mismos, que no se dejen intimidar por inquisidor alguno, ni por alta que sea la institución, la investidura sagrada, el arbitraje moral o estético ni la potestad ministerial.
No transijan jamás con su libertad creadora ni con los relámpagos de su inventiva y pensamiento. Sean audaces y radicales, y miren por encima del hombre al mañana, y vean al pasado con la misma arrogancia de los que ayer triunfaron, y hoy son legado por no claudicar ante los desafíos y adversidades de su tiempo… No se impaciente, más tarde o más temprano se impondrán, porque a veces en este país hace falta morirse para hacerse oír y darse a respetar.
Y que nadie se asombre si mañana o la semana que viene, este Caonabo, rindiéndole honor al coraje y dignidad de su pueblo, decida volver a escalar la Loma de Miranda para defender las entrañas de la isla, y proteger toda la riqueza que nos siguen arrebatando desde hace 500 años.
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