POR MANUEL MATOS MOQUETE
matosmoquete@hotmail.com
Él lo sabía, debió morir convencido de que no iba a sobrevivir. Desde que lo hirieron y cayó prisionero, su muerte era un hecho, la venía venir al paso de los minutos y los segundos en que no llegaba el necesario rescate por parte de sus hombres, los mismos que ya en ese momento o habían sido aniquilados por el enemigo o estaban, los sobrevivientes, camino a entregarse, en esa hora de su vida cuando estaba convencido de que sus enemigos no lo iban a perdonar, no porque era el temible guerrillero esperado y proclamado hasta en volantes "el hombre vuelve", que ya nada debían temer de él, sino porque habiendo sido como ellos lo consideraban un traidor, acerca de lo cual, de seguro él debía afirmar que efectivamente traicionó sus originales ideales y era necesario que eso se afirmara sin ambages en ese instante final de su vida.
En un momento pensó que un día lo perdonarían y lo celebrarían. Lo considerarían como un héroe y le rendirían homenaje. Calles y mausoleos se unirían a esos reconocimientos y hasta lo llevarían al Panteón Nacional. Pero él, de antemano, rechazaba esos reconocimientos. No pertenecía a esa guarida de gente sin honor que, deliberadamente, él abandonó.
Por el momento, sus captores no le perdonaban el haber asumido el difícil acontecimiento en su vida y en su pensamiento de haberse apartado de sus originales fuentes nutricias del error que ellos representaban y lo iban a matar, a asesinar cobardemente, al considerarlo un traidor, habiendo sido uno de los suyos, y no uno cualquiera, sino un exponente principal de su mundo, que llevó siempre adelante la defensa de sus intereses, traicionándoles al expresarse su vocación por el pueblo por primera vez cuando fue Presidente Constitucional de la República en Armas durante la guerra de abril de 1965, en la cual tuvo sobre sus hombros la responsabilidad de dirigir y aglutinar las fuerzas constitucionalistas en lucha contra las tropas invasoras de los Estados Unidos y un ejército dominicano diezmado y en desbandada, pero todavía con mucha capacidad de crueldad contra la población civil, traicionándoles nueva vez y con más pronunciada y fogueada vocación por el pueblo cuando optó por irse a Cuba en 1967, consciente de que había quemado la nave de su pasado, ese pasado del experimentado coronel represivo de las fuerzas armadas dominicanas.
Su mentalidad de entrada era la de un opresor. Ideológicamente provenía de la derecha más radical de la República Dominicana, y ese había sido el pecado original que le había acompañado desde que tomó partido por el pueblo en la guerra de abril de 1965 hasta su muerte en la guerrilla de Ocoa en 1973. Ciertamente, murió consciente de que era heredero de la tradición de la derecha dominicana más recalcitrante, católica confesional, trujillista, militarista, oligárquica. También era parte de una casta militar formada en gran medida por descendientes de generales y grandes caudillos militares que fueron pilares de la dictadura de Trujillo, y que, a raíz de la revolución cubana y como respuesta a la guerra de guerrilla liderada por Fidel Castro, esa casta de jóvenes militares fue entrenada en Estados Unidos en contrainsurgencia urbana y rural para reprimir al pueblo en las calles cuando reclamaba sus derechos sociales y políticos y para combatir a los movimientos de liberación nacional, que fueron la expresión más común y genuina de la juventud rebelde y revolucionaria de los años sesenta en América latina.
Esa fue la historia de Caamaño hasta antes de abril de 1965. Esa fue su escuela y su práctica, situación que no podía negar. En su conciencia reconocía, los datos en su diario de campaña así lo testimonian, que en realidad se encontraba en una extraña situación de acechanza y rechazo por dos bandos extremistas y antagónicos, ninguno lo aceptaba, ninguno lo entendía, ni el que lo condenaba y de seguro le daría el tiro de gracia, como en efecto se lo dio en Ocoa, porque a partir de la gesta histórica de abril de 1965 cambió, se fue del lado del pueblo que antes reprimía, abandonando a los Wessin, los Pérez, los Matos, los Jiménez, los Beauchamp y las demás yerbas de la cúpula militar que lo fusilaron; ni el otro, el de la izquierda de aposento que seguramente no iba a rescatarle de su mortal situación en Ocoa, porque le endilgaba su pasado reaccionario diciendo, como suele hacerlo en reuniones de salón y con aire doctoral, pero entre los labios porque también se proclama ser caamañista después de su muerte, "Caamaño fue siempre un simple coronel, no llegó a ser un revolucionario, a lo sumo fue un militar progresista a lo Velazco Alvarado y lo Omar Torrijos, pero nunca quemó la nave del guardia autoritario y cuartelario que siempre fue, se nace esbirro y se muere esbirro, nunca cambió, nunca abrazó los ideales de la izquierda, el lenguaje de la izquierda, la vocación y la capacidad dialéctica que nos caracteriza como herederos de Marx, Engels, Stalin y Mao". Bla, bla, bla.
Tenían razón los dos bandos, pues su ofensa y vergüenza podría ser pertenecer a uno de ellos. Caamaño no era ni como el uno ni como el otro. Del primero renunció porque era honesto y ellos no, porque ellos eran una partida de ladrones, criminales y mentirosos. Y del segundo bando, la de izquierda de aposento, Dios lo libró. No quiso tener los vicios melindrosos y pequeñoburgueses que le impedían luchar por el pueblo, dedicarse sinceramente a la causa del pueblo en lugar de estar mirándose el ombligo de sus vanidades y vanas palabrerías.
En cuanto a él, lo reconocía, era ciertamente un militar de formación, de profesión, como se es abogado o médico, y eso nada tenia de malo. Era incluso una ventaja para la lucha del pueblo. Él era un híbrido entre la derecha y la izquierda, entre el pasado y el presente, entre el pueblo y la oligarquía, y era que la generación militar a la que perteneció era distinta a la vieja camarilla de militares golpistas y dictadores de América latina de los años treinta hasta los cincuenta, académicamente era mejor preparada y tenía un mayor sentido profesional, esa generación estaba formada por militares de carrera .
Pero heredó la misma ideología caudillista y autoritaria, a la que nunca renunció integralmente, de todos los militares del continente americano, quienes al servicio de los Estados Unidos y las oligarquías nacionales entendían la misión para la cual fueron formados como lo es la defensa y garantía del estatus quo, el cual, presente en la doctrina de los manuales y las academias militares, se identificaba con lo más atrasado de la sociedad, el poder de los ricos contra los pobres, la sumisión a los interés foráneos antinacionales en procura de jugosas prebendas, la supresión y la discriminación a todo dar de los derechos de la mayoría y de los más débiles y necesitados de reconocimientos, dicho en unas cuantas palabras, la autoridad, el orden y la tradición, ésa y no otra era la cara más visible de la historia oficial de la República Dominicana.
Y si Caamaño había de ser sacrificado por uno o por el otro debido a su pasado, como en efecto lo fue, ahí estaba él herido y cautivo en las montañas de Ocoa en espera del tiro de gracia, ladeado en el suelo con la pierna herida colocada debajo de la pierna sana, encima de un montículo de piedras que le martillaba la herida hasta el dolor llegarle a los sesos.
matosmoquete@hotmail.com
Él lo sabía, debió morir convencido de que no iba a sobrevivir. Desde que lo hirieron y cayó prisionero, su muerte era un hecho, la venía venir al paso de los minutos y los segundos en que no llegaba el necesario rescate por parte de sus hombres, los mismos que ya en ese momento o habían sido aniquilados por el enemigo o estaban, los sobrevivientes, camino a entregarse, en esa hora de su vida cuando estaba convencido de que sus enemigos no lo iban a perdonar, no porque era el temible guerrillero esperado y proclamado hasta en volantes "el hombre vuelve", que ya nada debían temer de él, sino porque habiendo sido como ellos lo consideraban un traidor, acerca de lo cual, de seguro él debía afirmar que efectivamente traicionó sus originales ideales y era necesario que eso se afirmara sin ambages en ese instante final de su vida.
En un momento pensó que un día lo perdonarían y lo celebrarían. Lo considerarían como un héroe y le rendirían homenaje. Calles y mausoleos se unirían a esos reconocimientos y hasta lo llevarían al Panteón Nacional. Pero él, de antemano, rechazaba esos reconocimientos. No pertenecía a esa guarida de gente sin honor que, deliberadamente, él abandonó.
Por el momento, sus captores no le perdonaban el haber asumido el difícil acontecimiento en su vida y en su pensamiento de haberse apartado de sus originales fuentes nutricias del error que ellos representaban y lo iban a matar, a asesinar cobardemente, al considerarlo un traidor, habiendo sido uno de los suyos, y no uno cualquiera, sino un exponente principal de su mundo, que llevó siempre adelante la defensa de sus intereses, traicionándoles al expresarse su vocación por el pueblo por primera vez cuando fue Presidente Constitucional de la República en Armas durante la guerra de abril de 1965, en la cual tuvo sobre sus hombros la responsabilidad de dirigir y aglutinar las fuerzas constitucionalistas en lucha contra las tropas invasoras de los Estados Unidos y un ejército dominicano diezmado y en desbandada, pero todavía con mucha capacidad de crueldad contra la población civil, traicionándoles nueva vez y con más pronunciada y fogueada vocación por el pueblo cuando optó por irse a Cuba en 1967, consciente de que había quemado la nave de su pasado, ese pasado del experimentado coronel represivo de las fuerzas armadas dominicanas.
Su mentalidad de entrada era la de un opresor. Ideológicamente provenía de la derecha más radical de la República Dominicana, y ese había sido el pecado original que le había acompañado desde que tomó partido por el pueblo en la guerra de abril de 1965 hasta su muerte en la guerrilla de Ocoa en 1973. Ciertamente, murió consciente de que era heredero de la tradición de la derecha dominicana más recalcitrante, católica confesional, trujillista, militarista, oligárquica. También era parte de una casta militar formada en gran medida por descendientes de generales y grandes caudillos militares que fueron pilares de la dictadura de Trujillo, y que, a raíz de la revolución cubana y como respuesta a la guerra de guerrilla liderada por Fidel Castro, esa casta de jóvenes militares fue entrenada en Estados Unidos en contrainsurgencia urbana y rural para reprimir al pueblo en las calles cuando reclamaba sus derechos sociales y políticos y para combatir a los movimientos de liberación nacional, que fueron la expresión más común y genuina de la juventud rebelde y revolucionaria de los años sesenta en América latina.
Esa fue la historia de Caamaño hasta antes de abril de 1965. Esa fue su escuela y su práctica, situación que no podía negar. En su conciencia reconocía, los datos en su diario de campaña así lo testimonian, que en realidad se encontraba en una extraña situación de acechanza y rechazo por dos bandos extremistas y antagónicos, ninguno lo aceptaba, ninguno lo entendía, ni el que lo condenaba y de seguro le daría el tiro de gracia, como en efecto se lo dio en Ocoa, porque a partir de la gesta histórica de abril de 1965 cambió, se fue del lado del pueblo que antes reprimía, abandonando a los Wessin, los Pérez, los Matos, los Jiménez, los Beauchamp y las demás yerbas de la cúpula militar que lo fusilaron; ni el otro, el de la izquierda de aposento que seguramente no iba a rescatarle de su mortal situación en Ocoa, porque le endilgaba su pasado reaccionario diciendo, como suele hacerlo en reuniones de salón y con aire doctoral, pero entre los labios porque también se proclama ser caamañista después de su muerte, "Caamaño fue siempre un simple coronel, no llegó a ser un revolucionario, a lo sumo fue un militar progresista a lo Velazco Alvarado y lo Omar Torrijos, pero nunca quemó la nave del guardia autoritario y cuartelario que siempre fue, se nace esbirro y se muere esbirro, nunca cambió, nunca abrazó los ideales de la izquierda, el lenguaje de la izquierda, la vocación y la capacidad dialéctica que nos caracteriza como herederos de Marx, Engels, Stalin y Mao". Bla, bla, bla.
Tenían razón los dos bandos, pues su ofensa y vergüenza podría ser pertenecer a uno de ellos. Caamaño no era ni como el uno ni como el otro. Del primero renunció porque era honesto y ellos no, porque ellos eran una partida de ladrones, criminales y mentirosos. Y del segundo bando, la de izquierda de aposento, Dios lo libró. No quiso tener los vicios melindrosos y pequeñoburgueses que le impedían luchar por el pueblo, dedicarse sinceramente a la causa del pueblo en lugar de estar mirándose el ombligo de sus vanidades y vanas palabrerías.
En cuanto a él, lo reconocía, era ciertamente un militar de formación, de profesión, como se es abogado o médico, y eso nada tenia de malo. Era incluso una ventaja para la lucha del pueblo. Él era un híbrido entre la derecha y la izquierda, entre el pasado y el presente, entre el pueblo y la oligarquía, y era que la generación militar a la que perteneció era distinta a la vieja camarilla de militares golpistas y dictadores de América latina de los años treinta hasta los cincuenta, académicamente era mejor preparada y tenía un mayor sentido profesional, esa generación estaba formada por militares de carrera .
Pero heredó la misma ideología caudillista y autoritaria, a la que nunca renunció integralmente, de todos los militares del continente americano, quienes al servicio de los Estados Unidos y las oligarquías nacionales entendían la misión para la cual fueron formados como lo es la defensa y garantía del estatus quo, el cual, presente en la doctrina de los manuales y las academias militares, se identificaba con lo más atrasado de la sociedad, el poder de los ricos contra los pobres, la sumisión a los interés foráneos antinacionales en procura de jugosas prebendas, la supresión y la discriminación a todo dar de los derechos de la mayoría y de los más débiles y necesitados de reconocimientos, dicho en unas cuantas palabras, la autoridad, el orden y la tradición, ésa y no otra era la cara más visible de la historia oficial de la República Dominicana.
Y si Caamaño había de ser sacrificado por uno o por el otro debido a su pasado, como en efecto lo fue, ahí estaba él herido y cautivo en las montañas de Ocoa en espera del tiro de gracia, ladeado en el suelo con la pierna herida colocada debajo de la pierna sana, encima de un montículo de piedras que le martillaba la herida hasta el dolor llegarle a los sesos.
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