Por Pedro Domínguez Brito
En mi infancia, estaba prohibido ser ñoño, y quien se comportaba de tal modo recibía de inmediato su castigo. La vida era más simple, las opciones eran pocas, o hacíamos una cosa o la otra. O nos comíamos el mangú o no cenábamos. O cuidábamos nuestros tenis Campeón o andábamos descalzos. O respetábamos a nuestros padres o nos daban chancletazos. Así nos criaron, y eso fue vital para que muchos se desarrollaran como seres humanos de bien.
Hoy, hasta en una familia promedio hay cierta abundancia, o al menos el menú para elegir es mayor. Los niños dicen “no” cuando quieren. Se han vuelto exigentes. En estos tiempos son los padres los que deben adaptarse a los caprichos de los hijos. Esto va creando una verdadera y preocupante generación de ñoños.
Gran parte de los que eran ñoños en mi época hoy son adultos ultra susceptibles. Se ofenden por nada. Se creen del cristal más fino. La gente teme dirigirles la palabra para no incomodarlos. Hay que conversarles con cuidado, con diplomacia extrema, calculando cada verbo y hasta el menor de los gestos para evitar que exploten. Su personalidad fluctúa de acuerdo a sus antojos.
Se quejan de todo, menos de ellos. Todo lo agrandan. Lo simple lo vuelven complicado. Son liosos. Hacen un espectáculo por cualquier disparate. Viven realizando ejercicios mentales absurdos, ilógicos, pero los consideran geniales.
Quienes fueron ñoños desde pequeños, generalmente de adultos lo siguen siendo. Se alteran si no los complacen. Gritan y patalean cuando sus necedades no triunfan. Desbaratan el juego cuando están abajo. Se cierran momentáneamente con una idea, la que tratan de imponer de cualquier modo.
Y se consideran con pleno derecho de insultar y juran que tienen permiso celestial para burlarse del prójimo; pero ¡ay de aquel que osare señalarlos! Sólo miran los defectos de los otros. No reconocen ninguna virtud en los demás. Provocan situaciones desagradables con el fin de perjudicar a alguien. Gozan con la desgracia ajena. Se deleitan con el olor del dolor. Exigen mucho y cumplen poco. Y no son activos, tienen su espíritu manganzón.
Tienen excusas para todo. Adoran la manipulación. Difaman con naturalidad. No son solidarios. No saben de sentimientos, porque son egoístas. No tienen amigos. Son capaces de traicionarse a sí mismos para lograr su propósito. Envidian hasta a Dios, por tener tanto poder.
El hogar debe tener cierto orden y jerarquía, lo que no es incompatible con el amor, el respeto a la dignidad y a las diferencias accidentales de cada cual. Hay peligro de que surja una generación de ñoños, y ya tenemos idea de cómo pueden ser cuando crezcan. Los padres tenemos la última palabra.
En mi infancia, estaba prohibido ser ñoño, y quien se comportaba de tal modo recibía de inmediato su castigo. La vida era más simple, las opciones eran pocas, o hacíamos una cosa o la otra. O nos comíamos el mangú o no cenábamos. O cuidábamos nuestros tenis Campeón o andábamos descalzos. O respetábamos a nuestros padres o nos daban chancletazos. Así nos criaron, y eso fue vital para que muchos se desarrollaran como seres humanos de bien.
Hoy, hasta en una familia promedio hay cierta abundancia, o al menos el menú para elegir es mayor. Los niños dicen “no” cuando quieren. Se han vuelto exigentes. En estos tiempos son los padres los que deben adaptarse a los caprichos de los hijos. Esto va creando una verdadera y preocupante generación de ñoños.
Gran parte de los que eran ñoños en mi época hoy son adultos ultra susceptibles. Se ofenden por nada. Se creen del cristal más fino. La gente teme dirigirles la palabra para no incomodarlos. Hay que conversarles con cuidado, con diplomacia extrema, calculando cada verbo y hasta el menor de los gestos para evitar que exploten. Su personalidad fluctúa de acuerdo a sus antojos.
Se quejan de todo, menos de ellos. Todo lo agrandan. Lo simple lo vuelven complicado. Son liosos. Hacen un espectáculo por cualquier disparate. Viven realizando ejercicios mentales absurdos, ilógicos, pero los consideran geniales.
Quienes fueron ñoños desde pequeños, generalmente de adultos lo siguen siendo. Se alteran si no los complacen. Gritan y patalean cuando sus necedades no triunfan. Desbaratan el juego cuando están abajo. Se cierran momentáneamente con una idea, la que tratan de imponer de cualquier modo.
Y se consideran con pleno derecho de insultar y juran que tienen permiso celestial para burlarse del prójimo; pero ¡ay de aquel que osare señalarlos! Sólo miran los defectos de los otros. No reconocen ninguna virtud en los demás. Provocan situaciones desagradables con el fin de perjudicar a alguien. Gozan con la desgracia ajena. Se deleitan con el olor del dolor. Exigen mucho y cumplen poco. Y no son activos, tienen su espíritu manganzón.
Tienen excusas para todo. Adoran la manipulación. Difaman con naturalidad. No son solidarios. No saben de sentimientos, porque son egoístas. No tienen amigos. Son capaces de traicionarse a sí mismos para lograr su propósito. Envidian hasta a Dios, por tener tanto poder.
El hogar debe tener cierto orden y jerarquía, lo que no es incompatible con el amor, el respeto a la dignidad y a las diferencias accidentales de cada cual. Hay peligro de que surja una generación de ñoños, y ya tenemos idea de cómo pueden ser cuando crezcan. Los padres tenemos la última palabra.
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