En ofensas conyugales, en la “High Society” se prefiere llegar a un arreglo de silencio y económico, evitando mancillar en público la honra familiar
Por Rafael Alonso Rijo
Aunque los registros oficiales no señalan los niveles socioeconómicos de las víctimas mortales de violencia de género o familiar, lo que se observa a nivel de las diversas publicaciones es que la tasa de feminicidios entre los ricos es casi ínfima, dándole a este fenómeno un sello de clase social baja.
Una simple ojeada a los diarios o un mediano prorrateo a los noticiarios de televisión, radio y medios digitales, y lo que se observa es una violencia de género o familiar que está íntimamente vinculada a la pobreza, a la marginación, al poco nivel educativo.
La abogada Ebarista Rodríguez, que ha conocido casos de disputas conyugales a nivel de clase alta, asegura que la baja tasa de feminicidio entre los ricos inciden los niveles educativos y el conocimiento de la ley penal, por un lado, y los intereses económicos y la imagen pública por el otro.
“El hecho mismo de pertenecer a la alta sociedad facilita a esas familias un mayor acceso a la educación y a la información, y como tal son conscientes de las consecuencias que en todos los ámbitos conlleva cometer un acto de asesinato, un feminicidio, y eso lleva a evitarlo”, apunta.
Subraya observando que “Por otro lado está la cuestión económica: un marido agresor, homicida, preso por haber cometido feminicidio, sabe que no podrá disfrutar de sus bienes, además del daño que a los hijos le provoca”.
“No en vano se dice que en la High Society prefieren llegar a un arreglo de silencio y económico cuando se presentan casos de ofensas conyugales, que caer en el error de cometer un acto de sangre y mancillar públicamente la honra familiar”, subraya.
La violencia del dinero
La periodista argentina Gabriela Barcaglioni, que se ha especializado en dar seguimiento y estudiar a fondo el fenómeno de los feminicidio y violencia intrafamiliar, encuentra patrones comunes en los países de la región en cuanto a la clase alta.
“No es menor violencia el hecho del marido rico que le estruja una amante o novia a su esposa, y ésta debe soportarlo porque depende económicamente de él”, señala.
En República Dominicana son más que conocidos casos como los señalados. Tres o cuatro décadas atrás era común –y aún hay casos en algunos pueblos del interior- de las dos familias que convivían en el mismo espacio físico: la familia de adelante, unida legalmente, y la familia de atrás, sabida y aceptada, pero bastarda.
La imagen señalada describe una forma de violencia acallada, explicable solamente por la decisión de soportar un hecho que mata el ego interno a cambio de la comodidad material y el apego a los hijos.
La última gota
Pero siempre hay una última gota que rebosa el vaso. Imaginar a una Sandra Kurdas decidiendo romper con una situación como la que ha denunciado y que las alegadas grabaciones de su esposo parecen ratificar, hace suponer que entre alhajas y la imagen feliz el infierno es poca cosa.
Preguntada al respecto, la socióloga Milqueya Mateo, directora de la Unidad de Género de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), señala que “‘Este caso es más que demostrativo de que la violencia intrafamiliar toca a todas las clases sociales, y la diferencia estriba en las posibilidades que tienen las mujeres víctimas para poder escapar, porque aunque muchas mujeres pobres son conscientes de su situación no pueden hacerlo, mientras que en las capas de alta sociedad se cuenta con asesoría legal, vivienda y recursos para vivir”.
Ya seguidas apunta que “Lo que tiene de diferente son las posibilidades de las mujeres de poder salir. Hay mujeres que en una situación de extrema pobreza no tienen posibilidad de salir, aún siendo conscientes de la violencia. En sectores con más posibilidades cuentan con un abogado o un lugar donde ir a vivir’,
Según la socióloga, y en ello coincide con allegados a la pareja, la Kurdas habría optado por romper las cadenas.
Sin vuelta atrás
El médico psiquiatra Secundino Palacios cree que en el “destape” de las damas de alta sociedad denunciando que son víctimas de violencia familiar es un claro indicador de que algo interesante está pasando en la sociedad dominicana.
“Eso es bueno que pase”, dice, “porque esa violencia ha existido siempre, de muchas formas, sustentada sobre todo en el poder que da el dinero y en unos valores que hacen que las víctimas muchas veces se miraran así mismas como victimarias”.
Para Palacios, “ya no hay vuelta atrás, esta sociedad definitivamente está cambiando y ya no es posible seguir ocultando una violencia que es por todos sabida, pero que se ha negado, ya que se ha hecho creer durante mucho tiempo que solo los pobres son violentos”.
“La tarjeta y el viaje disipan el maltrato”
De acuerdo con la socióloga Milqueya Mateo, “la tarjeta de crédito y los viajes contribuyen a disipar los maltratos de que son víctimas las mujeres de clase alta”. Al respecto, sostiene que la condición de dependencia económica es un factor que por años ha condicionado las tomas de decisiones de las mujeres maltratadas, llegando éstas a preferir una jaula de oro en una torre y las comodidades que ofrece el dinero, a verse obligadas a tomar decisiones propias. No obstante, reconoce, a estas mujeres se les hace más fácil romper con una relación de maltratos y abusos, pues saben que en una separación no quedarán con las manos vacías.
“Deben saber que violan sus derechos”
Para Manuel María Mercedes, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la violencia familiar y de género que se da en la clase alta tiene el inconveniente de que por lo general las víctimas prefieren ocultar esa realidad. Observa que aún siendo conscientes de que se les están violentando sus derechos fundamentales, sobre todo su dignidad como personas, éstas mujeres han preferido el silencio y la comodidades que a exponerse a lo que entienden es la vergüenza pública. “La violencia a la que las mujeres ricas son sometidas es la misma violencia a la que es sometida una mujer pobre, y eso es denigrante”, subraya.
Por Rafael Alonso Rijo
Sandra Kurdas denunció abuso de parte de su esposo. |
Una simple ojeada a los diarios o un mediano prorrateo a los noticiarios de televisión, radio y medios digitales, y lo que se observa es una violencia de género o familiar que está íntimamente vinculada a la pobreza, a la marginación, al poco nivel educativo.
La abogada Ebarista Rodríguez, que ha conocido casos de disputas conyugales a nivel de clase alta, asegura que la baja tasa de feminicidio entre los ricos inciden los niveles educativos y el conocimiento de la ley penal, por un lado, y los intereses económicos y la imagen pública por el otro.
“El hecho mismo de pertenecer a la alta sociedad facilita a esas familias un mayor acceso a la educación y a la información, y como tal son conscientes de las consecuencias que en todos los ámbitos conlleva cometer un acto de asesinato, un feminicidio, y eso lleva a evitarlo”, apunta.
Subraya observando que “Por otro lado está la cuestión económica: un marido agresor, homicida, preso por haber cometido feminicidio, sabe que no podrá disfrutar de sus bienes, además del daño que a los hijos le provoca”.
“No en vano se dice que en la High Society prefieren llegar a un arreglo de silencio y económico cuando se presentan casos de ofensas conyugales, que caer en el error de cometer un acto de sangre y mancillar públicamente la honra familiar”, subraya.
La violencia del dinero
La periodista argentina Gabriela Barcaglioni, que se ha especializado en dar seguimiento y estudiar a fondo el fenómeno de los feminicidio y violencia intrafamiliar, encuentra patrones comunes en los países de la región en cuanto a la clase alta.
“No es menor violencia el hecho del marido rico que le estruja una amante o novia a su esposa, y ésta debe soportarlo porque depende económicamente de él”, señala.
En República Dominicana son más que conocidos casos como los señalados. Tres o cuatro décadas atrás era común –y aún hay casos en algunos pueblos del interior- de las dos familias que convivían en el mismo espacio físico: la familia de adelante, unida legalmente, y la familia de atrás, sabida y aceptada, pero bastarda.
La imagen señalada describe una forma de violencia acallada, explicable solamente por la decisión de soportar un hecho que mata el ego interno a cambio de la comodidad material y el apego a los hijos.
La última gota
Pero siempre hay una última gota que rebosa el vaso. Imaginar a una Sandra Kurdas decidiendo romper con una situación como la que ha denunciado y que las alegadas grabaciones de su esposo parecen ratificar, hace suponer que entre alhajas y la imagen feliz el infierno es poca cosa.
Preguntada al respecto, la socióloga Milqueya Mateo, directora de la Unidad de Género de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), señala que “‘Este caso es más que demostrativo de que la violencia intrafamiliar toca a todas las clases sociales, y la diferencia estriba en las posibilidades que tienen las mujeres víctimas para poder escapar, porque aunque muchas mujeres pobres son conscientes de su situación no pueden hacerlo, mientras que en las capas de alta sociedad se cuenta con asesoría legal, vivienda y recursos para vivir”.
Ya seguidas apunta que “Lo que tiene de diferente son las posibilidades de las mujeres de poder salir. Hay mujeres que en una situación de extrema pobreza no tienen posibilidad de salir, aún siendo conscientes de la violencia. En sectores con más posibilidades cuentan con un abogado o un lugar donde ir a vivir’,
Según la socióloga, y en ello coincide con allegados a la pareja, la Kurdas habría optado por romper las cadenas.
Sin vuelta atrás
El médico psiquiatra Secundino Palacios cree que en el “destape” de las damas de alta sociedad denunciando que son víctimas de violencia familiar es un claro indicador de que algo interesante está pasando en la sociedad dominicana.
“Eso es bueno que pase”, dice, “porque esa violencia ha existido siempre, de muchas formas, sustentada sobre todo en el poder que da el dinero y en unos valores que hacen que las víctimas muchas veces se miraran así mismas como victimarias”.
Para Palacios, “ya no hay vuelta atrás, esta sociedad definitivamente está cambiando y ya no es posible seguir ocultando una violencia que es por todos sabida, pero que se ha negado, ya que se ha hecho creer durante mucho tiempo que solo los pobres son violentos”.
“La tarjeta y el viaje disipan el maltrato”
De acuerdo con la socióloga Milqueya Mateo, “la tarjeta de crédito y los viajes contribuyen a disipar los maltratos de que son víctimas las mujeres de clase alta”. Al respecto, sostiene que la condición de dependencia económica es un factor que por años ha condicionado las tomas de decisiones de las mujeres maltratadas, llegando éstas a preferir una jaula de oro en una torre y las comodidades que ofrece el dinero, a verse obligadas a tomar decisiones propias. No obstante, reconoce, a estas mujeres se les hace más fácil romper con una relación de maltratos y abusos, pues saben que en una separación no quedarán con las manos vacías.
“Deben saber que violan sus derechos”
Para Manuel María Mercedes, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la violencia familiar y de género que se da en la clase alta tiene el inconveniente de que por lo general las víctimas prefieren ocultar esa realidad. Observa que aún siendo conscientes de que se les están violentando sus derechos fundamentales, sobre todo su dignidad como personas, éstas mujeres han preferido el silencio y la comodidades que a exponerse a lo que entienden es la vergüenza pública. “La violencia a la que las mujeres ricas son sometidas es la misma violencia a la que es sometida una mujer pobre, y eso es denigrante”, subraya.
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