POR VÍCTOR BAUTISTA
Si se le ve como puesta en escena comunicacional o desde la necesidad de reafirmar el relato creado por el presidente Danilo Medina para proyectar la percepción de un gobierno que maneja su propio guión- la llamada telefónica del mandatario a un ingeniero incumplidor no podía ser más oportuna y adecuada para el logro de un objetivo capital: una reacción del rebaño prodigando adhesiones y aplausos.
Despierta respaldo, emociones y sentido épico que el número uno de la nación tome un teléfono móvil y, cual capataz quisquilloso, lance una reprimenda pública al profesional responsable de que la construcción de una escuela esté paralizada.
Uno ve a un presidente en acción, ocupado y entregado a la micro-gerencia en extremo, con la misma pasión por la indiferencia, pero a la inversa, que mostraron otras administraciones ante la cotidianidad agobiante de los gobernados.
Ahora bien, hay unos sentidos ocultos y unas lecturas que afloran en la llamada telefónica de Medina a un ingeniero de a pie. Resalta nuestra acuciante pobreza institucional y es el desborde del presidencialismo. Yo, particularmente, me niego a aplaudir eso, aunque nade contra corriente.
El presidente renuncia a pedir cuentas siguiendo un orden jerárquico y prefiere ir directamente al ingeniero, ignorando al Ministerio de Educación, al cual hace referencia sólo para recordarle que está lleno de cuartos. Poco le faltó para reclamar la renuncia de la ministra. ¨Si no viene el lunes, yo le quito el contrato y se lo doy a otro¨. Esta es una cita esencial, en el marco del boche al ingeniero, que nos indica hasta qué punto en la figura del presidente se sigue sintetizando todo el Estado y perpetuando la lógica del rey sin corona.
Y es obvio que la acción, altamente aceptada en las redes sociales, funcionará como un paradigma, un modelo de comportamiento que habrán de asumir el resto de los funcionarios públicos: el jefe lo decide todo. Claro, esto tiene un precio, que es la anomia y la hipertrofia institucional.
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Despierta respaldo, emociones y sentido épico que el número uno de la nación tome un teléfono móvil y, cual capataz quisquilloso, lance una reprimenda pública al profesional responsable de que la construcción de una escuela esté paralizada.
Uno ve a un presidente en acción, ocupado y entregado a la micro-gerencia en extremo, con la misma pasión por la indiferencia, pero a la inversa, que mostraron otras administraciones ante la cotidianidad agobiante de los gobernados.
Ahora bien, hay unos sentidos ocultos y unas lecturas que afloran en la llamada telefónica de Medina a un ingeniero de a pie. Resalta nuestra acuciante pobreza institucional y es el desborde del presidencialismo. Yo, particularmente, me niego a aplaudir eso, aunque nade contra corriente.
El presidente renuncia a pedir cuentas siguiendo un orden jerárquico y prefiere ir directamente al ingeniero, ignorando al Ministerio de Educación, al cual hace referencia sólo para recordarle que está lleno de cuartos. Poco le faltó para reclamar la renuncia de la ministra. ¨Si no viene el lunes, yo le quito el contrato y se lo doy a otro¨. Esta es una cita esencial, en el marco del boche al ingeniero, que nos indica hasta qué punto en la figura del presidente se sigue sintetizando todo el Estado y perpetuando la lógica del rey sin corona.
Y es obvio que la acción, altamente aceptada en las redes sociales, funcionará como un paradigma, un modelo de comportamiento que habrán de asumir el resto de los funcionarios públicos: el jefe lo decide todo. Claro, esto tiene un precio, que es la anomia y la hipertrofia institucional.
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