Por Tony Pérez
El presentador de noticias de CDN, Claudio Nasco, 37 años, asesinado a puñaladas por tres jovenzuelosel viernes 13 de diciembre de 2013 en una cabaña de la capital, tenía derecho a practicar las opciones sexuales de su preferencia. Si era gay, transexual, transformista, travesti o heterosexual, a nadie debería importarle. Tales condiciones, por sí mismas, no representan delito. Encajan en la intimidad de la persona y, por tanto, jamás deberían ser objeto de un abordaje mediático que se suponga socialmente responsable.
Ahora, si compró sexo a sus verdugos de ahora, desde que eran menores; si se los llevaba hasta en ropa escolar -como alegan familiares-, entonces, él no solo ha sido víctima, sino victimario. Ha cometido un crimen tan cruento como el sucedido a él. Sería un criminal de igual o mayor calaña que sus matones.
Si las autoridades confirman tal versión, habría que convenir en que, tras bambalinas, era un violador y pervertidor de menores. Peor si hace cuatro años visitaba a menudo los tugurios de Hato Nuevo, en Santo Domingo Oeste, para aprovecharse de la indigencia de la juventud y saciar su sed a cambio de unos cuantos pesos que servirían para comprar pan en la familia… o crac para calmar vicios de narcóticos.
Por mucho menos que eso el cantante urbano Vakeró fue encarcelado, humillado y desacreditado en los medios de comunicación. Bastó una denuncia sobre maltrato, difundida en tuíter por su esposa, la ganadora de American Idol, Martha Heredia. Las autoridades lo trataron como un estropajo. Un mar de casos similares –y no similares-- ha sido aireado por los medios, sin que muchos medios y comentaristas hayan reparado en límites éticos en cuanto a la intimidad y al honor de los seres humanos.
En el vocabulario y el accionar de muchos actores mediáticos no existe la expresión “respeto al buen nombre de la persona”. Salvo que sea un perfumado de la sociedad. En el caso de Nasco, ha sido acentuado el celo mediático por cuidar su imagen y respetar el dolor de familiares y amigos. Las fotografías sangrientas sobre la habitación de la cabaña Chévere ni su cuerpo acuchillado han rodado por los instrumentos de difusión. Excelente que así sea. Nada constructivo se lograría con la difusión de morbosidades.
Pero el respeto a la reputación ajena no es un derecho exclusivo de un sector de la sociedad. Los precarizados también son parte nuestra; no tienen voz, pero existen. Carecen de dinero, viviendas, calles, agua potable, salud y educación; andan andrajosos, pero no son necesariamente delincuentes, aunque la vulnerabilidad los expone a las tentaciones de los poderosos aprovechadores.
El triste final del galán cubano de la presentación de noticias, ha de servir para comprender, de una vez y por todas, que deberíamos ser más justos en el tratamiento de la información periodística. Más honestos. Menos prejuiciados. Más constructivos. Trabajar por una sociedad menos inicua.
El presentador de noticias de CDN, Claudio Nasco, 37 años, asesinado a puñaladas por tres jovenzuelosel viernes 13 de diciembre de 2013 en una cabaña de la capital, tenía derecho a practicar las opciones sexuales de su preferencia. Si era gay, transexual, transformista, travesti o heterosexual, a nadie debería importarle. Tales condiciones, por sí mismas, no representan delito. Encajan en la intimidad de la persona y, por tanto, jamás deberían ser objeto de un abordaje mediático que se suponga socialmente responsable.
Ahora, si compró sexo a sus verdugos de ahora, desde que eran menores; si se los llevaba hasta en ropa escolar -como alegan familiares-, entonces, él no solo ha sido víctima, sino victimario. Ha cometido un crimen tan cruento como el sucedido a él. Sería un criminal de igual o mayor calaña que sus matones.
Si las autoridades confirman tal versión, habría que convenir en que, tras bambalinas, era un violador y pervertidor de menores. Peor si hace cuatro años visitaba a menudo los tugurios de Hato Nuevo, en Santo Domingo Oeste, para aprovecharse de la indigencia de la juventud y saciar su sed a cambio de unos cuantos pesos que servirían para comprar pan en la familia… o crac para calmar vicios de narcóticos.
Por mucho menos que eso el cantante urbano Vakeró fue encarcelado, humillado y desacreditado en los medios de comunicación. Bastó una denuncia sobre maltrato, difundida en tuíter por su esposa, la ganadora de American Idol, Martha Heredia. Las autoridades lo trataron como un estropajo. Un mar de casos similares –y no similares-- ha sido aireado por los medios, sin que muchos medios y comentaristas hayan reparado en límites éticos en cuanto a la intimidad y al honor de los seres humanos.
En el vocabulario y el accionar de muchos actores mediáticos no existe la expresión “respeto al buen nombre de la persona”. Salvo que sea un perfumado de la sociedad. En el caso de Nasco, ha sido acentuado el celo mediático por cuidar su imagen y respetar el dolor de familiares y amigos. Las fotografías sangrientas sobre la habitación de la cabaña Chévere ni su cuerpo acuchillado han rodado por los instrumentos de difusión. Excelente que así sea. Nada constructivo se lograría con la difusión de morbosidades.
Pero el respeto a la reputación ajena no es un derecho exclusivo de un sector de la sociedad. Los precarizados también son parte nuestra; no tienen voz, pero existen. Carecen de dinero, viviendas, calles, agua potable, salud y educación; andan andrajosos, pero no son necesariamente delincuentes, aunque la vulnerabilidad los expone a las tentaciones de los poderosos aprovechadores.
El triste final del galán cubano de la presentación de noticias, ha de servir para comprender, de una vez y por todas, que deberíamos ser más justos en el tratamiento de la información periodística. Más honestos. Menos prejuiciados. Más constructivos. Trabajar por una sociedad menos inicua.
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