Por WILFREDO MORA
La odorología forense, mejor conocida como peritaje de olor, peritaje canino, rinde la utilidad pericial tal como ocurre en los peritajes químicos, físicos, biológicos o trazológicos, que se sirven de esta técnica como medio de pruebas en casos de sustanciación de procesos penales.
Se trata de una técnica criminalística propia de la antigua URSS y de la ex RDA, a partir de los 60. Allí experimenté con esta prueba, en el antiguo edificio de la Universidad Estatal de Rostov del Don.
En los mismos países del Primer Mundo esta técnica no ha arribado a la mayoría de edad y se reconoce que muchos de sus resultados suscitan aún polémicas jurídicas. Hoy día se puede apreciar que en cualquier país existe una Unidad Técnica Canina.
Actualmente en América Latina no se explota la odorología en el sistema de investigación criminal y creo -porque no estoy seguro- es en los 1990 cuando comienza la República Dominicana a entrenar los perros para la odorología, en el Ejército.
La odorología forense funciona porque el perro -a diferencia del gato- piensa por la nariz.
El perro responde más a los estímulos olfativos que el hombre y si queremos entender el mundo olfativo del perro, estamos obligados a utilizar instrumentos adecuados muy sofisticados que renueven el poco desarrollo de nuestro rudimentario sentido del olfato.
El mecanismo que facilita esto al perro puede ser comparado con un “contador Geiger (radioactividad) que percibe fuertemente el estímulo mientras más se acerca el objetivo”. De esto se deriva que sin el olfato la vida del perro sería inútil.
Los canes altamente entrenados son empleados a los fines de descubrir, esclarecer y prevenir las actividades delictivas. Se habla, pues, de perros de rastreo: permiten seguir rastros, ayudan a realizar la selección de personas y objetos, saben registrar terrenos y locales. Perros de drogas, para señalar indicios de drogas en la realización de registros de locales, terrenos, vehículos, personas y otros.
Perros de explosivos, que permiten localizar explosivos durante la realización de registros de locales, terrenos, vehículos, personas, etc. Se han utilizado en el rastreo de personas desaparecidas en los Alpes (perros San Bernardo) y por qué no, por la Policía para el rastreo de criminales.
Para aplicar esta técnica, lo primero es detectar en el lugar del hecho aquellos sitios u objetos donde el autor halla estado o manipulado (la ventana por la que penetró, el maletín que movió de lugar, el sitio del piso donde estuvo parado para cargar un televisor, etc.), luego se abre el frasco estéril (pomo de boca ancha) de donde se extrae con una pinza también estéril, una colchita o paño de fibras de algodón de 22 x 19 cms, y se coloca sobre la superficie que tuvo contacto con el autor del hecho, dejándose allí por espacio de unos 0.30 minutos aproximadamente para que recoja los olores existentes.
Posteriormente, se levanta la huella olorosa, invisible al sistema sensorial del hombre. El levantamiento puede hacerse en huellas de calzado, huellas de pies desnudos, huellas dermatoscópicas, de fluidos y secreciones biológicas, del césped, de vías de penetración al lugar, de fibras textiles, objetos de madera, porcelana, cristal, hierro, etc…
Se levantan con independencia de que puedan existir varios olores, ya que posteriormente pueden individualizarse y determinarse a quiénes corresponde algunos de ellos. Luego viene el análisis del peritaje odorológico como medio de prueba. Esta parte requiere incluir todos los factores que inciden en ella.
La odorología forense, mejor conocida como peritaje de olor, peritaje canino, rinde la utilidad pericial tal como ocurre en los peritajes químicos, físicos, biológicos o trazológicos, que se sirven de esta técnica como medio de pruebas en casos de sustanciación de procesos penales.
Se trata de una técnica criminalística propia de la antigua URSS y de la ex RDA, a partir de los 60. Allí experimenté con esta prueba, en el antiguo edificio de la Universidad Estatal de Rostov del Don.
En los mismos países del Primer Mundo esta técnica no ha arribado a la mayoría de edad y se reconoce que muchos de sus resultados suscitan aún polémicas jurídicas. Hoy día se puede apreciar que en cualquier país existe una Unidad Técnica Canina.
Actualmente en América Latina no se explota la odorología en el sistema de investigación criminal y creo -porque no estoy seguro- es en los 1990 cuando comienza la República Dominicana a entrenar los perros para la odorología, en el Ejército.
La odorología forense funciona porque el perro -a diferencia del gato- piensa por la nariz.
El perro responde más a los estímulos olfativos que el hombre y si queremos entender el mundo olfativo del perro, estamos obligados a utilizar instrumentos adecuados muy sofisticados que renueven el poco desarrollo de nuestro rudimentario sentido del olfato.
El mecanismo que facilita esto al perro puede ser comparado con un “contador Geiger (radioactividad) que percibe fuertemente el estímulo mientras más se acerca el objetivo”. De esto se deriva que sin el olfato la vida del perro sería inútil.
Los canes altamente entrenados son empleados a los fines de descubrir, esclarecer y prevenir las actividades delictivas. Se habla, pues, de perros de rastreo: permiten seguir rastros, ayudan a realizar la selección de personas y objetos, saben registrar terrenos y locales. Perros de drogas, para señalar indicios de drogas en la realización de registros de locales, terrenos, vehículos, personas y otros.
Perros de explosivos, que permiten localizar explosivos durante la realización de registros de locales, terrenos, vehículos, personas, etc. Se han utilizado en el rastreo de personas desaparecidas en los Alpes (perros San Bernardo) y por qué no, por la Policía para el rastreo de criminales.
Para aplicar esta técnica, lo primero es detectar en el lugar del hecho aquellos sitios u objetos donde el autor halla estado o manipulado (la ventana por la que penetró, el maletín que movió de lugar, el sitio del piso donde estuvo parado para cargar un televisor, etc.), luego se abre el frasco estéril (pomo de boca ancha) de donde se extrae con una pinza también estéril, una colchita o paño de fibras de algodón de 22 x 19 cms, y se coloca sobre la superficie que tuvo contacto con el autor del hecho, dejándose allí por espacio de unos 0.30 minutos aproximadamente para que recoja los olores existentes.
Posteriormente, se levanta la huella olorosa, invisible al sistema sensorial del hombre. El levantamiento puede hacerse en huellas de calzado, huellas de pies desnudos, huellas dermatoscópicas, de fluidos y secreciones biológicas, del césped, de vías de penetración al lugar, de fibras textiles, objetos de madera, porcelana, cristal, hierro, etc…
Se levantan con independencia de que puedan existir varios olores, ya que posteriormente pueden individualizarse y determinarse a quiénes corresponde algunos de ellos. Luego viene el análisis del peritaje odorológico como medio de prueba. Esta parte requiere incluir todos los factores que inciden en ella.
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