POR LIGIA MINAYA
En sus profundidades, además del celular, el monedero, una carterita con pintalabios, lápiz de cejas, perfume, crema de manos, un comprobante de depósito bancario, kleenes, una libretita con números de teléfonos, la parte de un boleto de una función a la que se asistió hace varios meses, las llaves del carro, las de casa y la del armario, unos pesos en efectivos para dárselos al tigre de la calle que “cuida” el carro, un abanico, vitaminas, calmantes, antiácidos, pastillas para la tos, aguja e hilo y otras tantas cositas, así andamos las mujeres, como el hombre que mostraba un ladrillo para que supieran como era su casa. Así es, una cartera de mujer tiene la misma importancia que un macuto.
En ella uno mete la mano hasta su profundidad y no encuentra lo que anda buscando, pero sí lo que no buscaba. Y si va de pasadía, a la playa, al campo, hay un panti, un cepillo y una pasta de dientes. Así, el marido que vive quejándose de que su mujer nunca está lista a tiempo, sólo tiene que pedir, por esa bocaza, cualquier cosa que necesite y que nunca, ni por asomo se le ocurre llevar. Es que una mete cosas en esa cartera como en un calidoscopio con más de mil facetas. Si se es madre, esposa, chofer de niños, compradora del supermercado, etc., tiene una lista tan larga como una ristra de ajo. Por eso decían nuestras abuelas que no se debe dejar que el hombre entre la mano en esa cartera femenina. ¿Qué puede encontrar? Lo que no anda buscando y sorprenderse de lo que encuentre.
Y cuando una se decide a ordenar lo que tiene, encuentra lo que no estaba buscando y otras tantas cosas que no recuerda porqué estaban ahí. Si no cree lo que le digo, abra su cartera, y me dará la razón. Por supuesto, hay quienes la cambian día a día: Unas por la mañana para ir al trabajo y otras en la noche para ir a fiesta. Y ni hablar de las carteritas pequeñas. Allí no cabe ni el portamonedas, ni los lentes, ni el llavero que tiene por lo menos cinco llaves, ni una cajita de chicles. Y eso es como andar desnuda. A veces, en los “carterones” una se encuentra con un dinerillo que no sabía que tenía y es como sacarse una mano de bingo, y eso da alegría. Esas tantas cosas dicen que la mujeres somos previsoras. No salimos con el marido o el novio, sin llevar un Alka-Seltzer por si se bebe unos tragos de más, unas aspirinas por si pasa por un mal momento y le duele la cabeza. Aguja e hilo por si le rompe el pantalón.
Esta clase de cartera puede ser desconcertante para el sector masculino, pues allí, antes de ir a la playa con los hijos, se lleva un bronceador, un bloqueador solar y un repelente para los mosquitos conjunto con un vick-vaporu por si le pica lo que siempre le pica. Entonces ese macuto puede se convierte en un par de árganas como las llevan los mulos y burritos. Pero nada, la vida es así. Cada uno hace lo que puede, lo que le conviene y lo que le impone el día a día. Y sin entrar en murmuraciones, hay que decir que las carteras femeninas, por grandes que sean, son preciosas.
En sus profundidades, además del celular, el monedero, una carterita con pintalabios, lápiz de cejas, perfume, crema de manos, un comprobante de depósito bancario, kleenes, una libretita con números de teléfonos, la parte de un boleto de una función a la que se asistió hace varios meses, las llaves del carro, las de casa y la del armario, unos pesos en efectivos para dárselos al tigre de la calle que “cuida” el carro, un abanico, vitaminas, calmantes, antiácidos, pastillas para la tos, aguja e hilo y otras tantas cositas, así andamos las mujeres, como el hombre que mostraba un ladrillo para que supieran como era su casa. Así es, una cartera de mujer tiene la misma importancia que un macuto.
En ella uno mete la mano hasta su profundidad y no encuentra lo que anda buscando, pero sí lo que no buscaba. Y si va de pasadía, a la playa, al campo, hay un panti, un cepillo y una pasta de dientes. Así, el marido que vive quejándose de que su mujer nunca está lista a tiempo, sólo tiene que pedir, por esa bocaza, cualquier cosa que necesite y que nunca, ni por asomo se le ocurre llevar. Es que una mete cosas en esa cartera como en un calidoscopio con más de mil facetas. Si se es madre, esposa, chofer de niños, compradora del supermercado, etc., tiene una lista tan larga como una ristra de ajo. Por eso decían nuestras abuelas que no se debe dejar que el hombre entre la mano en esa cartera femenina. ¿Qué puede encontrar? Lo que no anda buscando y sorprenderse de lo que encuentre.
Y cuando una se decide a ordenar lo que tiene, encuentra lo que no estaba buscando y otras tantas cosas que no recuerda porqué estaban ahí. Si no cree lo que le digo, abra su cartera, y me dará la razón. Por supuesto, hay quienes la cambian día a día: Unas por la mañana para ir al trabajo y otras en la noche para ir a fiesta. Y ni hablar de las carteritas pequeñas. Allí no cabe ni el portamonedas, ni los lentes, ni el llavero que tiene por lo menos cinco llaves, ni una cajita de chicles. Y eso es como andar desnuda. A veces, en los “carterones” una se encuentra con un dinerillo que no sabía que tenía y es como sacarse una mano de bingo, y eso da alegría. Esas tantas cosas dicen que la mujeres somos previsoras. No salimos con el marido o el novio, sin llevar un Alka-Seltzer por si se bebe unos tragos de más, unas aspirinas por si pasa por un mal momento y le duele la cabeza. Aguja e hilo por si le rompe el pantalón.
Esta clase de cartera puede ser desconcertante para el sector masculino, pues allí, antes de ir a la playa con los hijos, se lleva un bronceador, un bloqueador solar y un repelente para los mosquitos conjunto con un vick-vaporu por si le pica lo que siempre le pica. Entonces ese macuto puede se convierte en un par de árganas como las llevan los mulos y burritos. Pero nada, la vida es así. Cada uno hace lo que puede, lo que le conviene y lo que le impone el día a día. Y sin entrar en murmuraciones, hay que decir que las carteras femeninas, por grandes que sean, son preciosas.
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