Tratar a las personas que se sienten atraídas por menores ayuda a evitar que cometan abusos. Dos pacientes relatan su experiencia
Por PATRICIA GOSÁLVEZ
La primera señal fue que “con los niños conocidos se le iba la mano”. Cuando el adolescente al que llamaremos Sergi tenía 16 años, su madre encontró por casualidad unas fotos que había bajado de Internet. Imágenes de menores desnudos, mucho más pequeños que él. “Nada pornográfico, nada explícito... Pero ves que aquello no es sano, no puede serlo”, dice su madre. “Tratas de meterle miedo, le regañas. Nuestro hijo es un chico cariñoso, ayuda en casa y cede el asiento en el autobús... Le dijimos, te queremos ayudar, le preguntamos, ¿te gustan los niños?, ¿de dónde viene esta atracción?, ¿por qué lo haces? Pero él solo respondía: ‘No lo sé. No lo sé”. La afable pareja de clase media cuenta su historia en la consulta del terapeuta barcelonés que ha devuelto la alegría a su hijo adolescente. “El problema este, cuanto antes se aborde mucho mejor”, dicen. “Pero hay un tabú enorme... No sabes dónde buscar ayuda”.
Los casos de abusos a menores repugnan a la sociedad. Sin embargo, no todos los pedófilos los cometen —lo que los convertiría además en pederastas—, y muchos quieren dejar de hacerlo. Por ello, la comunidad científica, sobre todo en Alemania y Canadá, está apostando por lo que llaman “prevención primaria”: ofrecen terapia gratuita para pedófilos que la quieran, financiada públicamente, cuyo objetivo es evitar los abusos antes de que ocurran, ayudando al potencial agresor a controlar, eliminar o prevenir su parafilia sexual.
En España no existe nada parecido. De 40 sexólogos contactados por este periódico en busca de pedófilos que acudan voluntariamente a terapia, la mayoría coincidieron en que muy pocos buscan ayuda voluntariamente. “En parte porque no es fácil encontrarla...”, opina el catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburúa. “Aquí los únicos programas de tratamiento se hacen en la cárcel y la inmensa mayoría de los pedófilos que llegan a las consultas privadas vienen referidos de prisión”. “No basta con rasgarse las vestiduras cuando ya se ha abusado de un niño”, añade Josep María Farré, jefe de Psiquiatría del Hospital Quirón Dexeus. “Para prevenir el abuso tienes que ocuparte de quien puede convertirse en agresor. Pero, desgraciadamente, este país no está preparado para ello”.
En Alemania existe desde hace una década el Proyecto Dunkelfeld —que significa ‘campo oscuro’, porque quiere llegar a los lugares donde no llega la ley—. Está financiado por el Ministerio de Justicia y de Familia “ya que el objetivo principal es proteger a los niños”, dice Till Amelung, uno de los terapeutas. El fin está claro; la forma rompe clichés. El programa se anuncia con un vídeo donde aparecen hombres enmascarados, un médico, un ejecutivo, uno con pinta de profesor. “Es obvio lo que debes pensar de los que son como yo”, dice la voz en off. “Yo también lo pensaba. Enfermo. Pervertido. Escoria”. El último se quita la máscara: “En terapia he aprendido que nadie tiene la culpa de su inclinación sexual, pero todos somos responsables de nuestros actos”. El 5 de noviembre el Proyecto Dunkelfeld lanzó un programa para pacientes de entre 12 y 18 años con quienes esperan que la terapia sea más efectiva. La idea es que los años de aislamiento y secreto solo empeoran las cosas y muchos acaban autojustificándose.
¿Se nace, se hace, se cura, se palía?
El manual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría establece como criterios para diagnosticar un “trastorno pedófilo” tener impulsos sexuales relacionados con prepúberes de forma recurrente durante más de seis meses y haber actuado sobre ellos o sentir malestar (culpa, ansiedad) por tenerlos. El origen de la parafilia no se conoce. James Cantor, investigador del Centro de Salud Mental de Toronto (Canadá), lleva una década recopilando datos sobre pederastas y comparándolos con otros agresores sexuales. “Se investiga muy poco este tema y el apoyo gubernamental es escaso”, dice por correo. Tras escanear el cerebro de 127 agresores, la mitad pederastas, descubrió en estos una alteración de la materia blanca, que rodea la materia gris. Cantor habla de un “cortocircuito en la mente del pedófilo”. Para él es una “orientación” con la que se nace y que no se puede cambiar. Cree, sin embargo, que la mayoría no son violentos y que la terapia les permite controlar la conducta.
Paul Fedoroff, director de la Clínica de conducta sexual de Ottawa (Canadá), opina lo mismo desde la premisa opuesta. Considera la pedofilia un “interés” que se puede “curar y prevenir”. Sus argumentos: ha tratado a miles “con un índice de reincidencia cercano a cero”. Su programa, público y gratuito, recibe cada vez más pacientes. “En gran parte por el esfuerzo que hemos hecho por aparecer en los medios”, cuenta por correo.
Cuando los padres de Sergi encontraron las fotos, el chico ya iba a un psicólogo porque tenía problemas para relacionarse. Sus padres le comentaron el hallazgo: “No le dio importancia, lo minimizó, ‘cosas de críos’, te lo dice un profesional, así que te lo crees”. Sin embargo, un tiempo después encontraron más imágenes y su hijo mayor les contó que en una ocasión Sergi había toqueteado a un niño pequeño. Era un conocido, no estaban solos y no fue violento. El crío dijo, “Ey, no me toques” y se marchó. “Hasta aquí hemos llegado”, pensaron los padres. “No podemos permitir que siga por esos derroteros, hay que buscar a un especialista”.
Tras ratrear la web dieron con Xavier Pujols, del Instituto de Sexología de Barcelona, que ha tratado a siete pedófilos en 13 años con la terapia familiar de Cloé Madanes (dueña de un centro en California que ha ayudado a 72 adolescentes pedófilos). Consiste en 20 pasos, el primero, “reconocer lo que se ha hecho”. La familia ha estado un año en tratamiento. “El primer día ya salimos los tres con una sonrisa”, recuerdan. Fue aquí donde el chico aceptó lo que le pasaba, donde relató que había sufrido acoso escolar durante años en secreto —el origen del problema, según su terapeuta—, donde pidió disculpas a su familia y a su víctima. Donde confesó que había pensado en “quitarse de en medio”. El recuerdo quiebra la voz de sus padres: “Quizás nuestra historia ayude a otros, tiene que haber miles pasando por lo mismo”.
Pablo acepta hablar sobre su pedofilia en un chat usando un nombre ficticio y acompañado de su terapeuta en Sevilla. Como a los padres de Sergi, le mueve que su testimonio sirva a otros. “A mí la terapia me ha devuelto la vida”, repite. Llegó a ella por mandato judicial. Tenía “treinta y muchos” cuando le denunciaron por tocar los genitales a una niña de su entorno. Como no tenía antecedentes, el juez le obligó a buscar ayuda. Si reincidía, iría a la cárcel. “Un par de psicólogos me dijeron que no sabían tratarme y eso no me molestaba, pero una terapeuta me echó a voces de su consulta, me llamó sinvergüenza, me dijo que a quien había que tratar era a los pobres niños con los que yo había hecho algo, y que como mujer y madre le parecía inaceptable que yo pidiese ayuda”. “Entiendo que no somos casos fáciles, ¿pero qué hacemos?”, escribe Pablo en el chat. “Yo no he elegido esto”.
Entre lo mucho que no sabemos de la pedofilia —sorprendentemente, tratándose de algo que preocupa tanto— es cómo se origina. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre si el pedófilo nace o se hace, aunque algunas investigaciones recientes apuntan a un origen fisiológico (se nace así y no se puede cambiar). Los datos sugieren también que muchos pedófilos han sufrido abusos en la infancia pero que ello no es causa necesaria ni suficiente para desarrollar el trastorno.
De los cuatro a los ocho años un adulto obligó a Pablo a hacerle felaciones. “Lo viví con miedo, con extrañeza, con sorpresa”, recuerda. “No me gustó, pero como no me gustaban otras cosas. Quizás di por hecho que era así y punto. Luego, cuando yo jugaba con otros niños les enseñaba eso que me habían enseñado”. “Ahora entiendo que nunca he tenido sexualidad de niño”, dice. “El adulto que abusó de mí me la robó”.
Cuando un lego investiga durante meses el tema de la pedofilia, entra con un puñado de certezas y sale con un saco de dudas. También con algún cliché de menos: en torno a la mitad de los condenados por pederastia no son pedófilos, es decir, no abusaron de niños por sentirse principalmente atraídos por ellos, sino por otras razones como la oportunidad o el abuso de alcohol o drogas.
La literatura científica es extensa, compleja, a veces contradictoria, otras, incierta. El gran escollo es que la mayor parte de lo que sabemos es gracias a estudios con muestras pequeñas de población reclusa o con antecedentes. Por ejemplo, la pedofilia es básicamente un trastorno masculino, pero también se cree que los abusos femeninos podrían estar infrarrepresentados en las estadísticas penitenciarias.
No sabemos apenas nada sobre los pedófilos que, cometiendo abusos, no han entrado en el sistema judicial, ni sobre aquellos que nunca han actuado. Se llaman a sí mismos “pedófilos virtuosos”. Se reunen en foros online (sobre todo estadounidenses) para apoyarse mutuamente y formar a terapeutas. No quieren delinquir y consideran que el sexo con niños está mal (incluido el uso de pornografía).
Bob Radke es portavoz del portal B4uact.org (que significa “antes de que actúes”). “Nunca he cometido un abuso, tengo fantasías, pero eso es todo lo que son”, explica por correo. “Los foros no previenen el abuso, pero puede que la comunicación sí lo haga. Atreverse a ir a terapia es difícil y cuesta encontrar un psicólogo dispuesto a escucharte. Les pedimos que tengan una mente abierta; nadie en sus cabales desea sentirse atraído por menores. Yo nací así. Si podemos hablar sobre lo que sentimos seremos más felices, y no imagino a una persona feliz haciendo daño a otra”.
En la comunidad científica tampoco hay consenso sobre cómo tratar a los pedófilos o hasta qué punto se puede. La terapia más común es la cognitivo conductual, acompañada o no de polémicos fármacos inhibidores de la libido. Los terapeutas sí coinciden en que el pedófilo que busca proactivamente ayuda tiene la mitad del camino hecho. Pablo asiente: “Para que la terapia funcione, hay que quererla, no hacerla por reducciones de condena y cosas así. Y tengo claro que si hubiese recibido ayuda de adolescente, todo esto no habría pasado”.
“En la adolescencia empecé a sentirme un bicho raro”, cuenta. “No estaba cómodo bebiendo alcohol, escuchando la música de los de mi edad... así que seguí rodeándome de niños más chicos. El problema no era que me gustasen las niñas; es que nunca dejaron de gustarme. Todos se flipaban por las tetas y a mí me daban igual”.
La prevalencia de la pedofilia no está clara. Según los investigadores del Proyecto Dunkelfeld, el 1% de los hombres son pedófilos (otros estudios lo elevan hasta el 5%). Piense en uno de ellos. Es improbable que haya imaginado a un adolescente angustiado por algo que empieza a descubrir en su interior y que no puede compartir con nadie. Sin embargo, se sabe que la pedofilia, como todos los despertares sexuales, suele surgir en la adolescencia y venir acompañada de ansiedad, culpa, vergüenza, aislamiento e ideas suicidas.
El Pablo adolescente se acostumbró a vivir “metido en sí mismo”. Pero entre los 18 y los 20 se dio cuenta de que había cruzado una línea. “Fue un momento atroz. Tomé conciencia de que podía estar haciendo daño, aunque yo nunca he sido violento, ni en esto ni en nada”. Tuvo entonces su primer intento de suicidio, con pastillas. El segundo, cortándose las venas, ocurrió cuando le denunciaron. “Lo que me pasaba —ya no me pasa— es que para mí era irresistible limitar mis demostraciones afectivas a los niños. Me saltaba un límite que todo el mundo tiene, me ponía mentalmente como si fuese un niño más. Las cosas que hacen, enseñarse los genitales, a tocarse entre ellos, yo las seguía haciendo una vez abandonada la niñez”. “Ellos lo hacían con inocencia”, dice Pablo. “Pero yo me sentía un niño con cuerpo de adulto. Contaminado... Como uno en una playa nudista que finge naturalidad pero va a echar el ojo. Hacía un teatro”.
Pablo lleva cinco años en terapia, mucho más de lo que recomendó el juez. “Estamos hablando de transformar lo más profundo de la personalidad”, explica su psicólogo, José Luis Sánchez de Cueto, del Colectivo de Salud Avansex. “Empezamos con el control de las conductas, luego trabajamos la ansiedad y ahora estamos reconstruyendo el sentido de la vida”. “Yo estoy limpio con la sociedad”, dice Pablo, “pero quiero estar también limpio conmigo mismo”. Piensa seguir en terapia. Paga 55 euros la sesión semanal y tiene que asistir desde otra provincia. “Pero esto no tiene precio, estoy comprando vitalidad”, dice. Siente que se está “transformando”, y en esa transformación la pedofilia “está desapareciendo”. “Gracias a la terapia nunca he recaído de conducta; de fantasía sí, pero las fantasías no delinquen”.
Desde hace tres años Pablo tiene novia. Al principio fueron a varias sesiones juntos porque no conseguía erecciones con ella. Un par de meses después, aconsejado por su terapeuta, se lo contó todo. ¿Cómo se explica algo así? Es la única pregunta que pide no responder: “Ella lo pasó fatal… No me hagas recordarlo, por favor, fue más duro que la denuncia, el juicio e incluso el intento de suicidio”. “Cuando me denunciaron sentí mucha vergüenza, pero curiosamente una parte de mí se sintió liberada”. Salir del secreto fue su segunda oportunidad. “Yo creo que un día esto va a ser un triste recuerdo”, dice. Pablo se alegra cuando en las noticias aparece la detención de un pederasta o una red de pornografía infantil. “Yo no me considero un monstruo, pero eso no quiere decir que no los haya. El problema es que la sociedad solo ve lo más aparatoso. Yo asumo mi responsabilidad y entiendo el daño que hice porque a mí también me lo hicieron. Estoy tratando de reconciliarme con mi vida y algún día me gustaría llegar a ser feliz”.
“Les enseñamos a vivir sin ser un peligro”
"Hacerse adulto no es fácil para nadie. Para ti quizás sea aún más difícil. Tus amigos se enamoran de estrellas, de famosos o de las chicas de la clase de al lado. A ti en cambio te gustan los niños. Eres el único que sabes que eres distinto”. El mensaje, sacado de un vídeo online, forma parte de la campaña alemana Sueñas con ellos, que busca tratar a pedófilos adolescentes que están descubriendo su problema. La iniciativa, financiada por el Ministerio de Familia alemán, forma parte del Proyecto Dunkelfeld, que desde 2005 ha tratado a 323 pedófilos adultos (154 siguen en terapia) en las 10 clínicas repartidas por el país. “La mayoría de ellos cuentan que sus impulsos surgieron durante la adolescencia y que vivieron años de secretismo, aislamiento, culpa y baja autoestima”, explica Till Amelung, uno de los terapeutas. El programa es la punta de lanza de un cambio de paradigma, más empático, en torno a la pedofilia, que entiende que hay que ayudar al pedófilo a ayudarse a sí mismo, aún a costa de protegerlo. “No es un cambio fácil, pero puede ser uno que ponga a salvo a muchos menores”, dice Amelung.
El nuevo proyecto, para adolescentes de 12 a 18 años, busca enfrentar el problema antes de que se arraigue. El año pasado hubo una prueba piloto con 20 jóvenes. “Están llenos de pánico y angustia”, dice Andreas Peter, portavoz del proyecto. “Desean una cura inmediata, pero no existe. Lo que ofrecemos es que aprendan a vivir sin ser un peligro para sí mismos ni para otros”. El apoyo de los padres es fundamental durante el año de tratamiento, de base cognitivo conductual, que busca aceptar el problema, controlar los estímulos (no usar pornografía, no merodear, limitar el contacto con menores) y desarrollar la autoestima. A diferencia de la que ofrecen para adultos, es individual y no incluye fármacos para reducir la libido.
“La terapia está basada en la que se usa para convictos por agresión sexual, pero a nosotros nos lo confiesan todo”, explica Amelung. La confidencialidad es clave. En Alemania, los terapeutas no están obligados a denunciar lo que se dice en las sesiones. “Nuestro principal objetivo es siempre proteger a los niños”, explica Amelung. “Cuando un paciente supone un riesgo, buscamos fórmulas alternativas a la denuncia como avisar a los padres o evitar que el pedófilo tenga acceso al menor”. En España, “teóricamente hay que denunciar”, según el catedrático de Psicología Enrique Echeburúa. “Pero si el abuso ocurrió en el pasado no inmediato, si fue esporádico, el agresor está buscando ayuda y es consciente de que está mal... Habría que usar el sentido común, valorarlo, siempre primando la protección del menor”.
Por PATRICIA GOSÁLVEZ
La primera señal fue que “con los niños conocidos se le iba la mano”. Cuando el adolescente al que llamaremos Sergi tenía 16 años, su madre encontró por casualidad unas fotos que había bajado de Internet. Imágenes de menores desnudos, mucho más pequeños que él. “Nada pornográfico, nada explícito... Pero ves que aquello no es sano, no puede serlo”, dice su madre. “Tratas de meterle miedo, le regañas. Nuestro hijo es un chico cariñoso, ayuda en casa y cede el asiento en el autobús... Le dijimos, te queremos ayudar, le preguntamos, ¿te gustan los niños?, ¿de dónde viene esta atracción?, ¿por qué lo haces? Pero él solo respondía: ‘No lo sé. No lo sé”. La afable pareja de clase media cuenta su historia en la consulta del terapeuta barcelonés que ha devuelto la alegría a su hijo adolescente. “El problema este, cuanto antes se aborde mucho mejor”, dicen. “Pero hay un tabú enorme... No sabes dónde buscar ayuda”.
Los casos de abusos a menores repugnan a la sociedad. Sin embargo, no todos los pedófilos los cometen —lo que los convertiría además en pederastas—, y muchos quieren dejar de hacerlo. Por ello, la comunidad científica, sobre todo en Alemania y Canadá, está apostando por lo que llaman “prevención primaria”: ofrecen terapia gratuita para pedófilos que la quieran, financiada públicamente, cuyo objetivo es evitar los abusos antes de que ocurran, ayudando al potencial agresor a controlar, eliminar o prevenir su parafilia sexual.
En España no existe nada parecido. De 40 sexólogos contactados por este periódico en busca de pedófilos que acudan voluntariamente a terapia, la mayoría coincidieron en que muy pocos buscan ayuda voluntariamente. “En parte porque no es fácil encontrarla...”, opina el catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburúa. “Aquí los únicos programas de tratamiento se hacen en la cárcel y la inmensa mayoría de los pedófilos que llegan a las consultas privadas vienen referidos de prisión”. “No basta con rasgarse las vestiduras cuando ya se ha abusado de un niño”, añade Josep María Farré, jefe de Psiquiatría del Hospital Quirón Dexeus. “Para prevenir el abuso tienes que ocuparte de quien puede convertirse en agresor. Pero, desgraciadamente, este país no está preparado para ello”.
En Alemania existe desde hace una década el Proyecto Dunkelfeld —que significa ‘campo oscuro’, porque quiere llegar a los lugares donde no llega la ley—. Está financiado por el Ministerio de Justicia y de Familia “ya que el objetivo principal es proteger a los niños”, dice Till Amelung, uno de los terapeutas. El fin está claro; la forma rompe clichés. El programa se anuncia con un vídeo donde aparecen hombres enmascarados, un médico, un ejecutivo, uno con pinta de profesor. “Es obvio lo que debes pensar de los que son como yo”, dice la voz en off. “Yo también lo pensaba. Enfermo. Pervertido. Escoria”. El último se quita la máscara: “En terapia he aprendido que nadie tiene la culpa de su inclinación sexual, pero todos somos responsables de nuestros actos”. El 5 de noviembre el Proyecto Dunkelfeld lanzó un programa para pacientes de entre 12 y 18 años con quienes esperan que la terapia sea más efectiva. La idea es que los años de aislamiento y secreto solo empeoran las cosas y muchos acaban autojustificándose.
¿Se nace, se hace, se cura, se palía?
El manual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría establece como criterios para diagnosticar un “trastorno pedófilo” tener impulsos sexuales relacionados con prepúberes de forma recurrente durante más de seis meses y haber actuado sobre ellos o sentir malestar (culpa, ansiedad) por tenerlos. El origen de la parafilia no se conoce. James Cantor, investigador del Centro de Salud Mental de Toronto (Canadá), lleva una década recopilando datos sobre pederastas y comparándolos con otros agresores sexuales. “Se investiga muy poco este tema y el apoyo gubernamental es escaso”, dice por correo. Tras escanear el cerebro de 127 agresores, la mitad pederastas, descubrió en estos una alteración de la materia blanca, que rodea la materia gris. Cantor habla de un “cortocircuito en la mente del pedófilo”. Para él es una “orientación” con la que se nace y que no se puede cambiar. Cree, sin embargo, que la mayoría no son violentos y que la terapia les permite controlar la conducta.
Paul Fedoroff, director de la Clínica de conducta sexual de Ottawa (Canadá), opina lo mismo desde la premisa opuesta. Considera la pedofilia un “interés” que se puede “curar y prevenir”. Sus argumentos: ha tratado a miles “con un índice de reincidencia cercano a cero”. Su programa, público y gratuito, recibe cada vez más pacientes. “En gran parte por el esfuerzo que hemos hecho por aparecer en los medios”, cuenta por correo.
Cuando los padres de Sergi encontraron las fotos, el chico ya iba a un psicólogo porque tenía problemas para relacionarse. Sus padres le comentaron el hallazgo: “No le dio importancia, lo minimizó, ‘cosas de críos’, te lo dice un profesional, así que te lo crees”. Sin embargo, un tiempo después encontraron más imágenes y su hijo mayor les contó que en una ocasión Sergi había toqueteado a un niño pequeño. Era un conocido, no estaban solos y no fue violento. El crío dijo, “Ey, no me toques” y se marchó. “Hasta aquí hemos llegado”, pensaron los padres. “No podemos permitir que siga por esos derroteros, hay que buscar a un especialista”.
Tras ratrear la web dieron con Xavier Pujols, del Instituto de Sexología de Barcelona, que ha tratado a siete pedófilos en 13 años con la terapia familiar de Cloé Madanes (dueña de un centro en California que ha ayudado a 72 adolescentes pedófilos). Consiste en 20 pasos, el primero, “reconocer lo que se ha hecho”. La familia ha estado un año en tratamiento. “El primer día ya salimos los tres con una sonrisa”, recuerdan. Fue aquí donde el chico aceptó lo que le pasaba, donde relató que había sufrido acoso escolar durante años en secreto —el origen del problema, según su terapeuta—, donde pidió disculpas a su familia y a su víctima. Donde confesó que había pensado en “quitarse de en medio”. El recuerdo quiebra la voz de sus padres: “Quizás nuestra historia ayude a otros, tiene que haber miles pasando por lo mismo”.
Pablo acepta hablar sobre su pedofilia en un chat usando un nombre ficticio y acompañado de su terapeuta en Sevilla. Como a los padres de Sergi, le mueve que su testimonio sirva a otros. “A mí la terapia me ha devuelto la vida”, repite. Llegó a ella por mandato judicial. Tenía “treinta y muchos” cuando le denunciaron por tocar los genitales a una niña de su entorno. Como no tenía antecedentes, el juez le obligó a buscar ayuda. Si reincidía, iría a la cárcel. “Un par de psicólogos me dijeron que no sabían tratarme y eso no me molestaba, pero una terapeuta me echó a voces de su consulta, me llamó sinvergüenza, me dijo que a quien había que tratar era a los pobres niños con los que yo había hecho algo, y que como mujer y madre le parecía inaceptable que yo pidiese ayuda”. “Entiendo que no somos casos fáciles, ¿pero qué hacemos?”, escribe Pablo en el chat. “Yo no he elegido esto”.
Entre lo mucho que no sabemos de la pedofilia —sorprendentemente, tratándose de algo que preocupa tanto— es cómo se origina. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre si el pedófilo nace o se hace, aunque algunas investigaciones recientes apuntan a un origen fisiológico (se nace así y no se puede cambiar). Los datos sugieren también que muchos pedófilos han sufrido abusos en la infancia pero que ello no es causa necesaria ni suficiente para desarrollar el trastorno.
De los cuatro a los ocho años un adulto obligó a Pablo a hacerle felaciones. “Lo viví con miedo, con extrañeza, con sorpresa”, recuerda. “No me gustó, pero como no me gustaban otras cosas. Quizás di por hecho que era así y punto. Luego, cuando yo jugaba con otros niños les enseñaba eso que me habían enseñado”. “Ahora entiendo que nunca he tenido sexualidad de niño”, dice. “El adulto que abusó de mí me la robó”.
Cuando un lego investiga durante meses el tema de la pedofilia, entra con un puñado de certezas y sale con un saco de dudas. También con algún cliché de menos: en torno a la mitad de los condenados por pederastia no son pedófilos, es decir, no abusaron de niños por sentirse principalmente atraídos por ellos, sino por otras razones como la oportunidad o el abuso de alcohol o drogas.
La literatura científica es extensa, compleja, a veces contradictoria, otras, incierta. El gran escollo es que la mayor parte de lo que sabemos es gracias a estudios con muestras pequeñas de población reclusa o con antecedentes. Por ejemplo, la pedofilia es básicamente un trastorno masculino, pero también se cree que los abusos femeninos podrían estar infrarrepresentados en las estadísticas penitenciarias.
No sabemos apenas nada sobre los pedófilos que, cometiendo abusos, no han entrado en el sistema judicial, ni sobre aquellos que nunca han actuado. Se llaman a sí mismos “pedófilos virtuosos”. Se reunen en foros online (sobre todo estadounidenses) para apoyarse mutuamente y formar a terapeutas. No quieren delinquir y consideran que el sexo con niños está mal (incluido el uso de pornografía).
Bob Radke es portavoz del portal B4uact.org (que significa “antes de que actúes”). “Nunca he cometido un abuso, tengo fantasías, pero eso es todo lo que son”, explica por correo. “Los foros no previenen el abuso, pero puede que la comunicación sí lo haga. Atreverse a ir a terapia es difícil y cuesta encontrar un psicólogo dispuesto a escucharte. Les pedimos que tengan una mente abierta; nadie en sus cabales desea sentirse atraído por menores. Yo nací así. Si podemos hablar sobre lo que sentimos seremos más felices, y no imagino a una persona feliz haciendo daño a otra”.
En la comunidad científica tampoco hay consenso sobre cómo tratar a los pedófilos o hasta qué punto se puede. La terapia más común es la cognitivo conductual, acompañada o no de polémicos fármacos inhibidores de la libido. Los terapeutas sí coinciden en que el pedófilo que busca proactivamente ayuda tiene la mitad del camino hecho. Pablo asiente: “Para que la terapia funcione, hay que quererla, no hacerla por reducciones de condena y cosas así. Y tengo claro que si hubiese recibido ayuda de adolescente, todo esto no habría pasado”.
“En la adolescencia empecé a sentirme un bicho raro”, cuenta. “No estaba cómodo bebiendo alcohol, escuchando la música de los de mi edad... así que seguí rodeándome de niños más chicos. El problema no era que me gustasen las niñas; es que nunca dejaron de gustarme. Todos se flipaban por las tetas y a mí me daban igual”.
La prevalencia de la pedofilia no está clara. Según los investigadores del Proyecto Dunkelfeld, el 1% de los hombres son pedófilos (otros estudios lo elevan hasta el 5%). Piense en uno de ellos. Es improbable que haya imaginado a un adolescente angustiado por algo que empieza a descubrir en su interior y que no puede compartir con nadie. Sin embargo, se sabe que la pedofilia, como todos los despertares sexuales, suele surgir en la adolescencia y venir acompañada de ansiedad, culpa, vergüenza, aislamiento e ideas suicidas.
El Pablo adolescente se acostumbró a vivir “metido en sí mismo”. Pero entre los 18 y los 20 se dio cuenta de que había cruzado una línea. “Fue un momento atroz. Tomé conciencia de que podía estar haciendo daño, aunque yo nunca he sido violento, ni en esto ni en nada”. Tuvo entonces su primer intento de suicidio, con pastillas. El segundo, cortándose las venas, ocurrió cuando le denunciaron. “Lo que me pasaba —ya no me pasa— es que para mí era irresistible limitar mis demostraciones afectivas a los niños. Me saltaba un límite que todo el mundo tiene, me ponía mentalmente como si fuese un niño más. Las cosas que hacen, enseñarse los genitales, a tocarse entre ellos, yo las seguía haciendo una vez abandonada la niñez”. “Ellos lo hacían con inocencia”, dice Pablo. “Pero yo me sentía un niño con cuerpo de adulto. Contaminado... Como uno en una playa nudista que finge naturalidad pero va a echar el ojo. Hacía un teatro”.
Pablo lleva cinco años en terapia, mucho más de lo que recomendó el juez. “Estamos hablando de transformar lo más profundo de la personalidad”, explica su psicólogo, José Luis Sánchez de Cueto, del Colectivo de Salud Avansex. “Empezamos con el control de las conductas, luego trabajamos la ansiedad y ahora estamos reconstruyendo el sentido de la vida”. “Yo estoy limpio con la sociedad”, dice Pablo, “pero quiero estar también limpio conmigo mismo”. Piensa seguir en terapia. Paga 55 euros la sesión semanal y tiene que asistir desde otra provincia. “Pero esto no tiene precio, estoy comprando vitalidad”, dice. Siente que se está “transformando”, y en esa transformación la pedofilia “está desapareciendo”. “Gracias a la terapia nunca he recaído de conducta; de fantasía sí, pero las fantasías no delinquen”.
Desde hace tres años Pablo tiene novia. Al principio fueron a varias sesiones juntos porque no conseguía erecciones con ella. Un par de meses después, aconsejado por su terapeuta, se lo contó todo. ¿Cómo se explica algo así? Es la única pregunta que pide no responder: “Ella lo pasó fatal… No me hagas recordarlo, por favor, fue más duro que la denuncia, el juicio e incluso el intento de suicidio”. “Cuando me denunciaron sentí mucha vergüenza, pero curiosamente una parte de mí se sintió liberada”. Salir del secreto fue su segunda oportunidad. “Yo creo que un día esto va a ser un triste recuerdo”, dice. Pablo se alegra cuando en las noticias aparece la detención de un pederasta o una red de pornografía infantil. “Yo no me considero un monstruo, pero eso no quiere decir que no los haya. El problema es que la sociedad solo ve lo más aparatoso. Yo asumo mi responsabilidad y entiendo el daño que hice porque a mí también me lo hicieron. Estoy tratando de reconciliarme con mi vida y algún día me gustaría llegar a ser feliz”.
“Les enseñamos a vivir sin ser un peligro”
"Hacerse adulto no es fácil para nadie. Para ti quizás sea aún más difícil. Tus amigos se enamoran de estrellas, de famosos o de las chicas de la clase de al lado. A ti en cambio te gustan los niños. Eres el único que sabes que eres distinto”. El mensaje, sacado de un vídeo online, forma parte de la campaña alemana Sueñas con ellos, que busca tratar a pedófilos adolescentes que están descubriendo su problema. La iniciativa, financiada por el Ministerio de Familia alemán, forma parte del Proyecto Dunkelfeld, que desde 2005 ha tratado a 323 pedófilos adultos (154 siguen en terapia) en las 10 clínicas repartidas por el país. “La mayoría de ellos cuentan que sus impulsos surgieron durante la adolescencia y que vivieron años de secretismo, aislamiento, culpa y baja autoestima”, explica Till Amelung, uno de los terapeutas. El programa es la punta de lanza de un cambio de paradigma, más empático, en torno a la pedofilia, que entiende que hay que ayudar al pedófilo a ayudarse a sí mismo, aún a costa de protegerlo. “No es un cambio fácil, pero puede ser uno que ponga a salvo a muchos menores”, dice Amelung.
El nuevo proyecto, para adolescentes de 12 a 18 años, busca enfrentar el problema antes de que se arraigue. El año pasado hubo una prueba piloto con 20 jóvenes. “Están llenos de pánico y angustia”, dice Andreas Peter, portavoz del proyecto. “Desean una cura inmediata, pero no existe. Lo que ofrecemos es que aprendan a vivir sin ser un peligro para sí mismos ni para otros”. El apoyo de los padres es fundamental durante el año de tratamiento, de base cognitivo conductual, que busca aceptar el problema, controlar los estímulos (no usar pornografía, no merodear, limitar el contacto con menores) y desarrollar la autoestima. A diferencia de la que ofrecen para adultos, es individual y no incluye fármacos para reducir la libido.
“La terapia está basada en la que se usa para convictos por agresión sexual, pero a nosotros nos lo confiesan todo”, explica Amelung. La confidencialidad es clave. En Alemania, los terapeutas no están obligados a denunciar lo que se dice en las sesiones. “Nuestro principal objetivo es siempre proteger a los niños”, explica Amelung. “Cuando un paciente supone un riesgo, buscamos fórmulas alternativas a la denuncia como avisar a los padres o evitar que el pedófilo tenga acceso al menor”. En España, “teóricamente hay que denunciar”, según el catedrático de Psicología Enrique Echeburúa. “Pero si el abuso ocurrió en el pasado no inmediato, si fue esporádico, el agresor está buscando ayuda y es consciente de que está mal... Habría que usar el sentido común, valorarlo, siempre primando la protección del menor”.
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