POR MANUEL MORA SERRANO
Casi nunca escribo sobre temas políticos; aunque no soy apolítico, soy y seguiré siendo apartidista hasta mi muerte. Apoyé en un movimiento cultural la candidatura de Danilo Medina, y después de su triunfo no he tenido más contactos con él ni con sus gentes de cultura que no fuera escribir una conferencia sobre Domingo Moreno Jimenes, y sólo porque tenía algo nuevo que contar, como fueron las noticias de que le habían dedicado artículos elogiosos cuando publicó su segundo libro, y uno de ellos en Cuba, de los cuales nunca se comentó, y charla que incluyó Basilio Belliard en la edición 16 de País Cultural.
Sin embargo, cuando Luis Abinader Corona, el hijo de mi compañero de estudios y viejo y querido amigo José Rafael Abinader, se presentó como candidato frente a un veterano de muchas campañas como Hipólito Mejía en el fraccionado PRM, una rama más del frondoso árbol sembrado en Cuba por Juan Isidro Jimenes y Juan Bosch, entre otros, con el nombre de PRD, que tantos hijos robustos ha producido, incluyendo el PLD gobernante, lo vi con esperanzas de que una cara nueva, una persona que nosotros consideramos joven y bien preparado como administrador que ha sido de las empresas familiares, pudiera sumarse a la del batallador y viejo y querido amigo, nieto de mi poeta, Guillermo Moreno García, y la de otros que asoman como posibles o probables candidatos con menos de cincuenta o sesenta años, que ya en estos tiempos, los ochentipicos como yo, consideramos juventud.
Hace unos días visité a mi amigo y vecino de pueblos Ramón Suárez en el Cuartel de Campaña de Hipólito, siendo la primera vez que asistía a la actividad febril de una actividad nacional de política intrapartidista, y aunque mi visita no tenía nada que ver con la política, pude captar la febrilidad y el tesonero esfuerzo con la que laboraban.
En el fondo, naturalmente, por la simpatía personal con los Abinader, ya que a Luisito lo conozco desde su pubertad, mi esperanza era que fuese el candidato, pero veía lejos que llevando, como llevaba Hipólito, una gran ventaja, no sólo por haber ejercido el poder, sino por su carisma indudable y sus relaciones directas con las masas, pudiera ganarle; aunque las encuestas le daban un buen sitial, sobre todo las que hacían los diarios digitales con sus lectores, en las cuales estoy más inclinado a creer, no esperaba que su triunfo fuese tan abrumador.
Sin embargo, ese hecho debería asustar a los del gobierno. No es que Luisito sea un comegente que vaya a triunfar sin hacer acuerdos, especialmente con el propio PRD, que desunido no llegaría a ningún sitio presidencialmente hablando, sino porque esto es un alerta que nadie puede desconocer ni hacerse de la vista gorda.
El pueblo quiere, necesita y buscará cambios. El triunfo de Luis no es algo que cae del cielo; no es un acto mágico; es un sentimiento desbordado del pueblo dominicano, harto de tantas cosas. Esa es la lectura que hay que hacer.
Algunos hemos mirado más lejos, y nos hemos hecho ilusiones que ya son tan raras en personas de nuestras edades, y hemos leído en las brumosas páginas del mañana, que mucha gente tratarán de devolverse de caminos que habían trillado pensando que les iba a ser fácil. Ignorando aquellos versos de Juan Alberto Peña Lebrón que son todo un catecismo moral y social, en su poemario Órbita inviolable, del titulado Sistema del destino esta estrofa:
“Eso es lo malo; equivocar la senda, creer que el mundo es dulce como un manjar divino, creer que el tiempo espera la cosecha para luego cegar la última espiga inútil; pero en vano esperamos de rodillas con nuestros ojos implorando al cielo.”
Eso se escribió y publicó en 1953, en medio de la más feroz dictadura caribeña. Ahora siguen siendo válidos las primeros cuatro versos, condicionados a la fatalidad de las fatalidades de los hechos consumados; ahora, con triunfos como el de Luis Abinader, la presencia de Guillermo Moreno, y observando a jóvenes capaces de enfrentar el sistema del destino político nacional, creo que también, para terminar, no diremos: “Pero en vano esperamos de rodillas/ con nuestros ojos implorando al cielo“, sino que usando una expresión del mismo poeta, tan mocano ya como la yuca prieta, del mismo poemario, proclamaremos como en el final de Salutación a Job: “Después de todo, un día incierto/ el Señor premiará la esperanza”.
Casi nunca escribo sobre temas políticos; aunque no soy apolítico, soy y seguiré siendo apartidista hasta mi muerte. Apoyé en un movimiento cultural la candidatura de Danilo Medina, y después de su triunfo no he tenido más contactos con él ni con sus gentes de cultura que no fuera escribir una conferencia sobre Domingo Moreno Jimenes, y sólo porque tenía algo nuevo que contar, como fueron las noticias de que le habían dedicado artículos elogiosos cuando publicó su segundo libro, y uno de ellos en Cuba, de los cuales nunca se comentó, y charla que incluyó Basilio Belliard en la edición 16 de País Cultural.
Sin embargo, cuando Luis Abinader Corona, el hijo de mi compañero de estudios y viejo y querido amigo José Rafael Abinader, se presentó como candidato frente a un veterano de muchas campañas como Hipólito Mejía en el fraccionado PRM, una rama más del frondoso árbol sembrado en Cuba por Juan Isidro Jimenes y Juan Bosch, entre otros, con el nombre de PRD, que tantos hijos robustos ha producido, incluyendo el PLD gobernante, lo vi con esperanzas de que una cara nueva, una persona que nosotros consideramos joven y bien preparado como administrador que ha sido de las empresas familiares, pudiera sumarse a la del batallador y viejo y querido amigo, nieto de mi poeta, Guillermo Moreno García, y la de otros que asoman como posibles o probables candidatos con menos de cincuenta o sesenta años, que ya en estos tiempos, los ochentipicos como yo, consideramos juventud.
Hace unos días visité a mi amigo y vecino de pueblos Ramón Suárez en el Cuartel de Campaña de Hipólito, siendo la primera vez que asistía a la actividad febril de una actividad nacional de política intrapartidista, y aunque mi visita no tenía nada que ver con la política, pude captar la febrilidad y el tesonero esfuerzo con la que laboraban.
En el fondo, naturalmente, por la simpatía personal con los Abinader, ya que a Luisito lo conozco desde su pubertad, mi esperanza era que fuese el candidato, pero veía lejos que llevando, como llevaba Hipólito, una gran ventaja, no sólo por haber ejercido el poder, sino por su carisma indudable y sus relaciones directas con las masas, pudiera ganarle; aunque las encuestas le daban un buen sitial, sobre todo las que hacían los diarios digitales con sus lectores, en las cuales estoy más inclinado a creer, no esperaba que su triunfo fuese tan abrumador.
Sin embargo, ese hecho debería asustar a los del gobierno. No es que Luisito sea un comegente que vaya a triunfar sin hacer acuerdos, especialmente con el propio PRD, que desunido no llegaría a ningún sitio presidencialmente hablando, sino porque esto es un alerta que nadie puede desconocer ni hacerse de la vista gorda.
El pueblo quiere, necesita y buscará cambios. El triunfo de Luis no es algo que cae del cielo; no es un acto mágico; es un sentimiento desbordado del pueblo dominicano, harto de tantas cosas. Esa es la lectura que hay que hacer.
Algunos hemos mirado más lejos, y nos hemos hecho ilusiones que ya son tan raras en personas de nuestras edades, y hemos leído en las brumosas páginas del mañana, que mucha gente tratarán de devolverse de caminos que habían trillado pensando que les iba a ser fácil. Ignorando aquellos versos de Juan Alberto Peña Lebrón que son todo un catecismo moral y social, en su poemario Órbita inviolable, del titulado Sistema del destino esta estrofa:
“Eso es lo malo; equivocar la senda, creer que el mundo es dulce como un manjar divino, creer que el tiempo espera la cosecha para luego cegar la última espiga inútil; pero en vano esperamos de rodillas con nuestros ojos implorando al cielo.”
Eso se escribió y publicó en 1953, en medio de la más feroz dictadura caribeña. Ahora siguen siendo válidos las primeros cuatro versos, condicionados a la fatalidad de las fatalidades de los hechos consumados; ahora, con triunfos como el de Luis Abinader, la presencia de Guillermo Moreno, y observando a jóvenes capaces de enfrentar el sistema del destino político nacional, creo que también, para terminar, no diremos: “Pero en vano esperamos de rodillas/ con nuestros ojos implorando al cielo“, sino que usando una expresión del mismo poeta, tan mocano ya como la yuca prieta, del mismo poemario, proclamaremos como en el final de Salutación a Job: “Después de todo, un día incierto/ el Señor premiará la esperanza”.
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