Por RICARD GONZÁLEZ
Trabajar de corresponsal en Egipto no es tarea fácil hoy en día. Hace un par de semanas tuve que partir de forma urgente de Egipto, el país que he considerado mi hogar durante casi cuatro años. Las autoridades españolas me advirtieron de que me encontraba ante un riesgo inminente de ser arrestado y procesado. De momento, he seguido sus consejos de no volver a El Cairo. Este incidente resulta muy sorprendente, pues al presidente Abdelfattá al Sisi había declarado públicamente en repetidas ocasiones que fue un error abrir un proceso judicial contra reporteros extranjeros y que, en su lugar, deberían haber sido deportados
Por más que le doy vueltas, aún no entiendo por qué fui señalado dentro de la comunidad de corresponsales. Ciertamente he tenido contactos con la oposición al régimen, como también han hecho la mayoría de mis colegas. Mi periódico, EL PAIS, ha sido muy crítico con el Gobierno actual en sus editoriales, y yo he escrito diversos artículos sobre temas espinosos. De hecho, los responsables del diario han recibido fuertes presiones del personal de la embajada egipcia en Madrid desde hace un par de años. Sin embargo, nuestra cobertura no ha sido una excepción entre la prensa internacional.
Quizás mis problemas se deban a la publicación del libro Ascenso y la caída de los Hermanos Musulmanes, en el que analizo la trayectoria de este movimiento islamista tras la Revolución Egipcia. Y es que Emad Shahin, un distinguido profesor de la Universidad de Georgetown especializado en movimientos islamistas, fue condenado recientemente a la pena de muerte in absentia. Sin embargo, mi libro fue publicado en marzo y no ofrece precisamente una imagen positiva de la Hermandad.
En general, todos los periodistas extranjeros en Egipto se han acostumbrado a trabajar bajo presión. Las medidas de acoso por parte de las autoridades egipcias son variadas y van desde la imposición de nuevos obstáculos administrativos al arresto durante varias horas sin falta aparente. Actualmente, la obtención de un visado temporal de periodista es casi imposible, y es incluso necesario un permiso mensual para tomar fotografías en la calle. La violación de cualquiera de estas normas puede acarrear serias consecuencias.
Además, desde los medios de comunicación oficialistas se propaga la narrativa de que todos los corresponsales son espías o trabajan para fuerzas que quieren desestabilizar el país, poniendo en riesgo su integridad física. No en vano, el año pasado, tres periodistas españoles fueron brutalmente agredidos por una turba en una manifestación a favor de al Sisi en la icónica Plaza Tahrir.
Hasta ahora, el peor de los casos de hostigamiento lo padeció un equipo de la cadena de televisión Al Yazira. Tres periodistas fueron arrestados y procesados en diciembre 2013 por entrevistar a varios miembros de los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista que gobernó el país durante un año, pero es considerado una “organización terrorista” por el actual Ejecutivo. Uno de los periodistas, el australiano Peter Greste, fue deportado después de pasar más de un año en la cárcel. Sus dos compañeros, Mohamed Fahmy, con doble nacionalidad egipcio-canadiense, y Baher Mohamed, se encuentran aún inmersos en una batalla legal para conseguir su libertad. Todos ellos fueron condenados a severas penas de cárcel el 23 de junio de 2014, pero un tribunal de casación anuló la sentencia y ordenó repetir el juicio.
Dicho esto, cabe resaltar que los periodistas egipcios están expuestos a peligros mucho mayores, sobre todo los que trabajan para medios en lengua árabe. Aquellos que se atreven a desviarse de la narrativa oficial se arriesgan a ser despedidos, detenidos, procesados e incluso torturados. De acuerdo con un reciente informe del Comité para la Protección de los Periodistas, hay 18 reporteros en la cárcel a causa de su labor periodística, lo que sitúa a Egipto entre los países más peligrosos para ejercer esta profesión. Entre ellos, Mohamed Abu Zeid, un joven fotógrafo que lleva más de 23 meses en prisión preventiva por haber tomado fotos de una manifestación opositora. Sus allegados aseguran que está muy enfermo.
En este contexto de falta de libertad de prensa, el trabajo de los corresponsales es especialmente importante. Ellos son capaces de cubrir temas que nunca podrían pasar el filtro de la censura o la autocensura existente en los principales medios de comunicación egipcios. Por ejemplo, fue gracias la prensa extranjera y a la valentía de algunos activistas que se pudo desvelar la existencia de cárceles secretas en Egipto donde ocurren graves violaciones de los derechos humanos de forma sistemática. Sin los medios foráneos, las voces de muchas víctimas quedarían sepultadas bajo una espiral de miedo. De ahí que sea crucial que los Gobiernos occidentales se comprometan a preservar espacios de libertad para los corresponsales en Egipto.
Trabajar de corresponsal en Egipto no es tarea fácil hoy en día. Hace un par de semanas tuve que partir de forma urgente de Egipto, el país que he considerado mi hogar durante casi cuatro años. Las autoridades españolas me advirtieron de que me encontraba ante un riesgo inminente de ser arrestado y procesado. De momento, he seguido sus consejos de no volver a El Cairo. Este incidente resulta muy sorprendente, pues al presidente Abdelfattá al Sisi había declarado públicamente en repetidas ocasiones que fue un error abrir un proceso judicial contra reporteros extranjeros y que, en su lugar, deberían haber sido deportados
Por más que le doy vueltas, aún no entiendo por qué fui señalado dentro de la comunidad de corresponsales. Ciertamente he tenido contactos con la oposición al régimen, como también han hecho la mayoría de mis colegas. Mi periódico, EL PAIS, ha sido muy crítico con el Gobierno actual en sus editoriales, y yo he escrito diversos artículos sobre temas espinosos. De hecho, los responsables del diario han recibido fuertes presiones del personal de la embajada egipcia en Madrid desde hace un par de años. Sin embargo, nuestra cobertura no ha sido una excepción entre la prensa internacional.
Quizás mis problemas se deban a la publicación del libro Ascenso y la caída de los Hermanos Musulmanes, en el que analizo la trayectoria de este movimiento islamista tras la Revolución Egipcia. Y es que Emad Shahin, un distinguido profesor de la Universidad de Georgetown especializado en movimientos islamistas, fue condenado recientemente a la pena de muerte in absentia. Sin embargo, mi libro fue publicado en marzo y no ofrece precisamente una imagen positiva de la Hermandad.
En general, todos los periodistas extranjeros en Egipto se han acostumbrado a trabajar bajo presión. Las medidas de acoso por parte de las autoridades egipcias son variadas y van desde la imposición de nuevos obstáculos administrativos al arresto durante varias horas sin falta aparente. Actualmente, la obtención de un visado temporal de periodista es casi imposible, y es incluso necesario un permiso mensual para tomar fotografías en la calle. La violación de cualquiera de estas normas puede acarrear serias consecuencias.
Además, desde los medios de comunicación oficialistas se propaga la narrativa de que todos los corresponsales son espías o trabajan para fuerzas que quieren desestabilizar el país, poniendo en riesgo su integridad física. No en vano, el año pasado, tres periodistas españoles fueron brutalmente agredidos por una turba en una manifestación a favor de al Sisi en la icónica Plaza Tahrir.
Hasta ahora, el peor de los casos de hostigamiento lo padeció un equipo de la cadena de televisión Al Yazira. Tres periodistas fueron arrestados y procesados en diciembre 2013 por entrevistar a varios miembros de los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista que gobernó el país durante un año, pero es considerado una “organización terrorista” por el actual Ejecutivo. Uno de los periodistas, el australiano Peter Greste, fue deportado después de pasar más de un año en la cárcel. Sus dos compañeros, Mohamed Fahmy, con doble nacionalidad egipcio-canadiense, y Baher Mohamed, se encuentran aún inmersos en una batalla legal para conseguir su libertad. Todos ellos fueron condenados a severas penas de cárcel el 23 de junio de 2014, pero un tribunal de casación anuló la sentencia y ordenó repetir el juicio.
Dicho esto, cabe resaltar que los periodistas egipcios están expuestos a peligros mucho mayores, sobre todo los que trabajan para medios en lengua árabe. Aquellos que se atreven a desviarse de la narrativa oficial se arriesgan a ser despedidos, detenidos, procesados e incluso torturados. De acuerdo con un reciente informe del Comité para la Protección de los Periodistas, hay 18 reporteros en la cárcel a causa de su labor periodística, lo que sitúa a Egipto entre los países más peligrosos para ejercer esta profesión. Entre ellos, Mohamed Abu Zeid, un joven fotógrafo que lleva más de 23 meses en prisión preventiva por haber tomado fotos de una manifestación opositora. Sus allegados aseguran que está muy enfermo.
En este contexto de falta de libertad de prensa, el trabajo de los corresponsales es especialmente importante. Ellos son capaces de cubrir temas que nunca podrían pasar el filtro de la censura o la autocensura existente en los principales medios de comunicación egipcios. Por ejemplo, fue gracias la prensa extranjera y a la valentía de algunos activistas que se pudo desvelar la existencia de cárceles secretas en Egipto donde ocurren graves violaciones de los derechos humanos de forma sistemática. Sin los medios foráneos, las voces de muchas víctimas quedarían sepultadas bajo una espiral de miedo. De ahí que sea crucial que los Gobiernos occidentales se comprometan a preservar espacios de libertad para los corresponsales en Egipto.
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