Por RAÚL LIMÓN
Hay muertes que trascienden tanto como la vida. Es el caso del asesinato de Federico García Lorca (Granada 1898-1936), el universal autor cuyo fusilamiento por parte del franquismo hace 79 años se conmemoró este lunes. Marta Osorio, editora del imprescindible libro Miedo, olvido y fantasía: crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico Garcia Lorca (Comares), publica ahora en la misma editorial El enigma de una muerte. Crónica comentada de la correspondencia entre Agustín Penón y Emilia Llanos. Este libro, que recoge las cartas entre el primer y exhaustivo investigador de la vida y muerte de su adorado autor y su amiga, es un complemento de la primera obra, arroja luz sobre el crimen y genera más sombras. La principal: la posibilidad de que el cuerpo fuera trasladado de la fosa donde los testigos señalaron como el lugar de los disparos.
Penón, un barcelonés de nacionalidad estadounidense, llegó a Granada en 1955 con su amigo Willian Layton y su inseparable primera edición del Romancero Gitano de Lorca. Apasionado por el autor andaluz, se encuentra una ciudad sumida en el miedo donde el “nombre de Federico estaba prohibido”, según relata Osorio. Sin ánimo de “remover pasiones”, como él mismo escribió, y con la única voluntad de establecer una “cronología de sucesos”, lleva a cabo durante año y medio la más importante investigación sobre la muerte del poeta.
Tras entrevistarse con testigos y recorrer palmo a palmo la carretera de Alfacar a Víznar y el barranco donde los franquistas ejecutaron a cientos de personas, recopila información fundamental y dibuja posibles localizaciones del cuerpo. Pero la presión del régimen del dictador le hace temer que le confisquen toda la documentación recogida y parte aliviado hacia Nueva York en 1956 con una maleta de documentos que terminó en manos de Osorio.
En su estancia conoció a Emilia Llanos, una íntima amiga del poeta cómplice de las pesquisas de Penón y con quien mantiene una relación epistolar que ahora rescata la escritora granadina.
Penón llegó a establecer el emplazamiento de la fosa bajo un olivo, a 10 metros de la carretera y cerca de la Fuente Grande del hoy parque García Lorca. Las cartas evidencian la voluntad de comprar los terrenos y Llanos le advierte en marzo de 1957 que la finca ha sido puesta a la venta. Dos meses más tarde, desisten de la idea. “Tenemos que dejarlo por ahora, no es oportuno”, escribe la amiga del poeta. Otros dos meses más tarde Llanos le revela a Penón el porqué de sus reparos: “El que estaba allí ya no está. ¿Comprendes? Hace mucho tiempo se supone que está en Madrid con la familia. Eso me ha contado una persona enterada”. Después de que Penón le interrogue sobre la fiabilidad de la fuente, Llanos mantiene en secreto su identidad —“una alta persona”, contesta en el tono sigiloso de las cartas, marcadas por el miedo a las represalias—. “Sí, el sitio fue en los olivos, después lo cambiaron de sitio”, concluye Llanos.
“Las cartas añaden incertidumbre”, admite Osorio quien cree que el cuerpo de Lorca pudo ser trasladado por los franquistas, para evitar que el lugar se convirtiera en un lugar de peregrinaje de los demócratas, o por la propia familia, pero a otro punto del camino. La autora se niega a validar ninguna hipótesis y participar en la vorágine generada en torno a la localización de los restos del autor. “Se dicen muchas cosas y algunas tiene un punto de veracidad que solo generan confusión”, explica.
Hay muertes que trascienden tanto como la vida. Es el caso del asesinato de Federico García Lorca (Granada 1898-1936), el universal autor cuyo fusilamiento por parte del franquismo hace 79 años se conmemoró este lunes. Marta Osorio, editora del imprescindible libro Miedo, olvido y fantasía: crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico Garcia Lorca (Comares), publica ahora en la misma editorial El enigma de una muerte. Crónica comentada de la correspondencia entre Agustín Penón y Emilia Llanos. Este libro, que recoge las cartas entre el primer y exhaustivo investigador de la vida y muerte de su adorado autor y su amiga, es un complemento de la primera obra, arroja luz sobre el crimen y genera más sombras. La principal: la posibilidad de que el cuerpo fuera trasladado de la fosa donde los testigos señalaron como el lugar de los disparos.
Penón, un barcelonés de nacionalidad estadounidense, llegó a Granada en 1955 con su amigo Willian Layton y su inseparable primera edición del Romancero Gitano de Lorca. Apasionado por el autor andaluz, se encuentra una ciudad sumida en el miedo donde el “nombre de Federico estaba prohibido”, según relata Osorio. Sin ánimo de “remover pasiones”, como él mismo escribió, y con la única voluntad de establecer una “cronología de sucesos”, lleva a cabo durante año y medio la más importante investigación sobre la muerte del poeta.
Tras entrevistarse con testigos y recorrer palmo a palmo la carretera de Alfacar a Víznar y el barranco donde los franquistas ejecutaron a cientos de personas, recopila información fundamental y dibuja posibles localizaciones del cuerpo. Pero la presión del régimen del dictador le hace temer que le confisquen toda la documentación recogida y parte aliviado hacia Nueva York en 1956 con una maleta de documentos que terminó en manos de Osorio.
En su estancia conoció a Emilia Llanos, una íntima amiga del poeta cómplice de las pesquisas de Penón y con quien mantiene una relación epistolar que ahora rescata la escritora granadina.
Penón llegó a establecer el emplazamiento de la fosa bajo un olivo, a 10 metros de la carretera y cerca de la Fuente Grande del hoy parque García Lorca. Las cartas evidencian la voluntad de comprar los terrenos y Llanos le advierte en marzo de 1957 que la finca ha sido puesta a la venta. Dos meses más tarde, desisten de la idea. “Tenemos que dejarlo por ahora, no es oportuno”, escribe la amiga del poeta. Otros dos meses más tarde Llanos le revela a Penón el porqué de sus reparos: “El que estaba allí ya no está. ¿Comprendes? Hace mucho tiempo se supone que está en Madrid con la familia. Eso me ha contado una persona enterada”. Después de que Penón le interrogue sobre la fiabilidad de la fuente, Llanos mantiene en secreto su identidad —“una alta persona”, contesta en el tono sigiloso de las cartas, marcadas por el miedo a las represalias—. “Sí, el sitio fue en los olivos, después lo cambiaron de sitio”, concluye Llanos.
“Las cartas añaden incertidumbre”, admite Osorio quien cree que el cuerpo de Lorca pudo ser trasladado por los franquistas, para evitar que el lugar se convirtiera en un lugar de peregrinaje de los demócratas, o por la propia familia, pero a otro punto del camino. La autora se niega a validar ninguna hipótesis y participar en la vorágine generada en torno a la localización de los restos del autor. “Se dicen muchas cosas y algunas tiene un punto de veracidad que solo generan confusión”, explica.
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