Hay que admitir, sin embargo, que las mascarillas no son muy propicias para la expresión de la creatividad de los diseñadores, por lo menos no a la par de los “jeans”, trajes, zapatos, carteras, gafas o bikinis en sus diferentes formas, materiales y tamaños. No es tan llamativo un desfile de modas compuesto por modelos cuyo exclusivo propósito sea exhibir diferentes estilos de mascarillas, aunque sí pudiera serlo si ellas fueran parte de conjuntos que abarquen otras piezas de ropa, o en un caso extremo de dudosa intención, si fuesen la única ropa que se tuviera puesta.
Estudios llevados a cabo en mercados alrededor del mundo ponen de relieve la efectividad de la colocación de marcas, firmas y otros símbolos en artículos de vestir. Como elemento de promoción supera a muchos otros renglones de publicidad, pues su difusión es muy amplia y su duración se mantiene a lo largo de la vida del producto. Infunde un sentido de confianza derivado de que quienes usan esos artículos no los están vendiendo. Es una forma gratuita de mercadeo luego de ser cubiertos los costos de la fabricación. Y puede ser complementada por anuncios en los que figuren celebridades que usen el producto o apoyen el objetivo que se desea promover.
Se puede pensar que las mascarillas como instrumento publicitario tienen el inconveniente de su asociación conceptual con la enfermedad. Pero no parece ser así, debido a que son un medio de prevención de uso general por todo el mundo, sin distinción de edad, belleza o riqueza.
Por Gustavo Volmar
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