“No fui yo, fue Ramfis”

De todos los funcionarios nazis que fueron juzgados en Nuremberg en 1945, sólo Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich, reconoció su culpabilidad y el horror que representó Adolf Hitler para Alemania y el mundo contemporáneo. En el diario que llevó en la prisión de Spandau, donde cumplió una condena de 20 años, comparó a Hitler con el rey Midas, pero a diferencia de éste, sus manos no transformaban en oro todo cuanto tocaban, sino en corrupción y en muerte.

De los funcionarios de la dictadura de Trujillo, de los que colaboraron para que ese régimen se mantuviera por más de 30 años no se sabe de uno que haya reconocido su culpabilidad. Más descarados aún, escriben “libros” en que descargan toda la responsabilidad del régimen en el exceso de celos de algunos funcionarios de bajo nivel que sirvieron en las cárceles clandestinas e ilegales de la “40” y del “9”. La culpa es del otro.

Hay los que llegan a la infamia de exonerar de responsabilidad al propio Trujillo y a algunos miembros prominentes de su familia, verbigracia su hijo Ramfis.

A este último grupo corresponden las memorias apócrifas y falsas de Ramfis Trujillo del ex coronel Luis José León Estévez, “Yo, Ramfis” (Editorial Letra Gráfica, 2002, 115p.). Se trata pues de un ensayo más de uno de los prominentes turiferarios del régimen trujillista por exculpar al dictador y a sus familiares de lo que reprensentaron 31 años de represión, tortura y muerte.

Luis José León Estévez, al resumir los años de la dictadura en el reinado de Ramfis luego del ajusticiamiento de su padre, al descargar toda la responsabilidad, por tercero interpósito, de la barbarie cometida en los seis meses que siguieron al 30 de mayo de 1961, se lava las manos. Niega su participación en el asesinato de los expedicionarios sobrevivientes del 14 de junio de 1959 y de la masacre de los conjurados del 30 de mayo de 1961 pocas horas antes de que Ramfis abandonara el país el 18 de noviembre de 1961. El ex esposo de Angelita Trujillo, acólito de Ramfis, tomó parte activa en ambos acontecimientos. Como todos los esbirros de la dictadura, le falta valor para asumir su reponsabilidad en semejantes actos de barbarie.

Yo, Ramfis es una obra infame y cobarde. Una obra que trata de estimular el mito de Ramfis como artífice de la democracia dominicana: “A mí se me dio la oportunidad diez años después,” escribe Ramfis en sus memorias apócrifas, “como Jefe de Estado Mayor General Conjunto, de conservar la paz para que el pueblo dominicano entrase de lleno en la democratización de las instituciones” (p.36). Nada más falso. Ramfis no tenía el don de mando ni la capacidad para dominar la situación que heredaba con la muerte de su padre. Su inseguridad le llevó a provocar todos los incidentes que resultaron a partir del 30 de mayo y su cobardía a perpetrar los asesinatos del 18 de noviembre.

Se trata de una obra irresponsable, llena de imprecisiones históricas, que olvida que el Partido Dominicano fue desmantelado en agosto de 1961 y no después de su salida del país. Como tampoco es cierto que cediera voluntariamente los ingenios de su padre al Estado. Las circunstancias lo obligaron luego de haber intentado venderlos a un empresario canadiense.

Yo, Ramfis, trata de construir una imagen diferente del hijo preferido del tirano. Nada más insultante para la República Dominicana. Ramfis nunca fue un hombre sencillo; siempre aceptó los cargos y rangos que le dio su padre. Si no le interesaba la política era porque no tenía capacidad para ella. La creación de la Aviación Militar Dominicana (AMD), fue, según sus palabras, su gran éxito; pero la cárcel clandestina del kilómetro 9 de la carretera que lleva a la base aérea de San Isidro fue, según León Estévez, obra de sus acólitos. Una cárcel que no desmanteló.

Siempre “cuñado” a pesar de su divorcio, León Estévez no asume su participación en ninguno de los actos horrendos de los que fue testigo y participó junto a Ramfis. La técnica biográfica de las memorias le permite designar un solo culpable: su cuñado. El “memorialista” no lo incluye en ninguna fechoría.

De todas las obras de los turiferarios del régimen de los últimos años, Yo, Ramfis, es la más irresponsable y cobarde. Los nombres de los colaboradores del hijo del dictador no abundan. Ramfis asume la responsabilidad como si el único capaz de llevar a cabo semejantes actos de barbarie. No tiene escrúpulos al decir, por boca de Ramfis, que Trujillo nunca dio la orden de asesinar a ninguno de sus opositores, que hasta le llamó la atención por los fusilamientos de los sobrevivientes de junio de 1959.

Ramfis no es el hombre que León Estévez quiere presentar para, por esa vía, excluirse de toda responsabilidad en los asesinatos cometidos por su eterno cuñado y jefe en los últimos dos años de la dictadura, en particular en 1959 y el 18 de noviembre de 1961.

César A. Saillant, quien fuera secretario particular de Ramfis hasta poco después de su salida del país, revela en una carta dirigida a Eduardo Sánchez Cabral fechada el 16 de agosto de 1962, la participación de León Estévez en el asesinato del general Román: “Aquel blanco moribundo, donde sólo palpitaba ya la fuerza del espíritu.”

A propósito del asesinato de los conjurados del 30 de mayo, Saillant refiere que ese 18 de noviembre, con el revólver de Trujillo al cinto “Ramfis bajó, se metió en un carro con Luis José [León Estévez] y partieron; los siguió otro carro y nada más.”


Por Guillermo Piña-Contreras

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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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