Entre las tendencias tuiteras de Bad Bunny y el #cantinagate, las 297 puñaladas de las que nadie habló

Según la herramienta Trendinalia, el pasado 4 de junio el rapero puertorriqueño Bad Bunny fue tendencia en la red Twitter de República Dominicana durante diecinueve horas y media. Cabe pensar que sus fans celebraban la salida de su último disco, Yonaguni, en el que el cantante mezcla español y japonés. O quizá haya sido el exotismo del título del disco la verdadera novedad que encandilara los ánimos. Quién sabe.

El día 2 de junio, el #cantinagate había ocupado el primer lugar en Twitter durante diecinueve horas y cinco minutos. Miles de tuits y retuits comentaban la ridícula acusación contra un chofer de Uber que hiciera una “influencer” que, vapuleada por los tuiteros, se convirtió en el hazmerreír nacional durante todo ese tiempo. Fue, sin exageración, la gran chercha nacional. Si se suman las doce horas y cincuenta minutos en que Uber fue también tendencia, podemos hacernos una idea del interés que pusieron los dominicanos en el tema. Pero no solo tuiteros cabales, odiadores de cualquier cosa y troles siempre dispuestos a dar guerra echaron leña a la hoguera de este “trending topic”. Respetables firmas comerciales lo aprovecharon para promocionar sus productos, contribuyendo a mantenerlo en la palestra, con mayor o menor ingenio.

Entre uno y otro “acontecimiento”, el jueves 3 de junio, una mujer de 26 años recibía 297 puñaladas, numerosas de ellas en el rostro que la dejaron irreconocible. El escapismo moral rechaza a conveniencia imaginar la magnitud y origen del odio que gobernó la mano que subió y bajó casi seiscientas veces para dejar el cuerpo de Carmen (Rafelina) Paulino Gabriel hecho un colador. Pero el odio estaba ahí, cumpliendo el cometido de destruirla más allá de la muerte que debieron provocarle las primeras puñaladas. Cuando dio por terminada su particular orgía de sangre, el feminicida lanzó el cadáver a una cisterna.

El feminicidio de Rafelina recibió muy poca atención informativa y ninguna en las redes sociales, particularmente en Twitter, la más beligerante de todas. El día 8, un tribunal impuso a Eusebio (Eddy) Rosario Hernández, pareja de la víctima, hasta entonces principal sospechoso, cuatro meses de prisión preventiva como medida de coerción. El día 10, su hijo de apenas 15 años de edad, se declaró culpable del feminicidio. Su nombre no se publicó porque, dada su condición de menor, la ley protege su identidad. Si finalmente fuera encontrado culpable, la pena máxima que recibirá por este crimen es de cinco años. Muchos conjeturan que precisamente por ser esta la pena, el adolescente no es otra cosa que el parapeto tras el cual se esconde el verdadero feminicida.

Más allá del desenlace judicial de este feminicidio, el problema de fondo sigue en pie: la violencia de género. Rafelina era una mujer maltratada hasta límites que la hipócrita buena conciencia social prefiere no airear. Silenciando la violencia, se pretende borrarla de la realidad, hacer como si no existiera. Cuando la sociedad no tiene más remedio que mirarla, apenas tarda un pestañeo en patologizarla. Rehén de su pareja, Rafelina era obligada por esta a mantener relaciones sexuales con otros hombres en su presencia y a actos de zoofilia con un perro de su propiedad. También la obligaba a mezclar su semen con la comida que ella ingería. Ella nunca se querelló ante la justicia por la sevicia que sufría aunque, según los forenses, la crispación de las manos del cadáver revela que trató inútilmente de defenderse de su agresor, fuese quien fuese, tal vez impulsada por la imagen de su hijita de siete años que quedaría huérfana.

En declaraciones a la prensa, el magistrado Oscar Alexander Osoria dijo que las investigaciones iniciales, incluidas entrevistas a personas que la conocieron, arrojaron que la víctima sufría “violencia psicológica y de toda índole”. Atrapada en su círculo de violencia, ella fue incapaz de hacerle frente al hombre que le provocaba tanto daño. Pero tampoco quienes informaron al juez tomaron la iniciativa de protegerla. Ella estaba sola en su desdicha.

Al final, Rafelina será una más en la lista de mujeres asesinadas. El olvido de su horrorosa muerte está inscrito en su biografía de mujer. Como lo está su revictimización y el convencimiento de que, en cierta forma, se lo tenía merecido: “Por eva entró el pecado al mundo por causa de la mujer wao Dios mío todo por las mujeres este mundo esta jodio esa mujer maltrataba ese niño verbal y físicamente y mira donde llegó ese problema”, escribió un hombre al pie de una de las noticias publicadas.

En la madrugada del día 13 de junio, Selena Almonte Ceballo, de 15 años, fue arrancada de la cama donde dormía, torturada, violada, arrastrada al patio de su vivienda y golpeada con un block en la cabeza hasta que la masa encefálica quedó dispersa a su alrededor. Selena solo apareció fugazmente en los medios. No era noticia relevante. Dar seguimiento a los feminicidios no atrae lectores ni televidentes. El tándem medios y consumidores de información, está más interesado en los lances amorosos de Jennifer López y Alex Rodríguez o de cualquier otro famoso, que en el drama cotidiano que pone en peligro la vida de las mujeres dominicanas.

Mientras en número de feminicidios continúa creciendo, contradiciendo los infundados entusiasmos oficiales, la ley que crearía el Sistema de apoyo integral para la prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres, duerme en forma de proyecto (muy criticado) un sueño del que no da señales de despertar. Empero, los legisladores, que mayoritariamente se camuflan con el ropaje del cambio, no han escatimado esfuerzo ni tiempo para sancionar un Código Penal que excluye las tres causales del aborto e incluye la licencia para discriminar (eufemísticamente llamada objeción de conciencia) a quien no cumpla con el canon bíblico o no encaje en la múltiple y antidemocrática moral en la que naufraga la sociedad dominicana.


Por MARGARITA CORDERO

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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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