Al Roosevelt que seguiré recordando es al que presentaba en la transmisión de los Tigres del Licey: “Esto es tuyo…Comarazamy”.
El Roosevelt que tendré presente es el de “La Voz del Fanático” con Odalis Sánchez, Jorge Allen y Félix Olivo, o el de la “Cantina del Glorioso” con el eterno Tomás Troncoso.
Al Comarazamy que siempre recordaré es el de los largos viajes por los campos de entrenamientos de Grandes Ligas desde Fort Laudardale a Plant City, donde luego de enviar las informaciones desde Clearwater cruzábamos al Albertson frente al Ramada Inn a buscar colas de langostas y un Jack Danields, donde quedaron plasmadas decenas de anécdotas y un millón de recuerdos.
Al Roosevelt que tendré presente es al compañero de las carreras de Fórmula Uno, que auspiciados por Marlboro formamos el “Grupo de los Cuatro” en compañía de Max Reynoso y Félix Acosta Núñez. Jamás olvidaré que ese cuarteto en México, al mediodía llegaba a la “Trucha Vagabunda” y bajábamos el telón en la “Taberna de Amparo Montés".
Al “Hindú” que siempre tendré presente es el compañero de transmisión de los juegos de Grandes Ligas por Digital 15.
Conocí a Roosevelt desde que éramos jovencitos, él vivía en la calle Manuel María Castillo y yo en la 30 de Marzo 23 al lado de la Funeraria Blandino y por las tardes bajábamos al parque Eugenio María de Hostos, donde él era figura estelar del baloncesto junto a Frank Kranwinkel, Yuyú Encarnación, Julio Mon Nadal, Baldemiro Vólquez y otros.
El Roosevelt que siempre vivirá con nosotros es el del voleibol y el atletismo, dos disciplinas de las que estaba pendiente al dedillo.
Si en algo sobresalió Roosevelt Comarazamy fue por la manera tan personal con la cual narraba las peripecias de un juego de béisbol. Lo hacía de una manera tan singular e ilustrativa, que lo convirtió en un grande entre los grandes de su especialidad, no solamente en este bitercio insular, sino en todo el ámbito de habla hispana.
La misma habilidad ponía de manifiesto a la hora de describir un juego de voleibol o baloncesto, un match de tenis o una carrera de autos, teñidas de su sobriedad, tino, emoción, brillo, mucho amor por el oficio y, sobre todo, respeto por la fanaticada.
Ex corde hermano y amigo, bien lo dijo Pablo Neruda: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida.”
Por Bienvenido Rojas
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