Entre Ramfis Trujillo y los hijos del general Román Fernández hubo un intercambio ácido en los medios de comunicación. Ramfis, con maledicencia y encono, les espetó:
_ Lamento decirles que su padre, Pupo Román, salió huyendo con el propósito de que se le aplicara la ley de fugas. Sabía que no escaparía con vida. Se convirtió en un suicida.
_No_ le contestaron José René, Álvaro y Sabrina Román García_. Usted lo sometió a un insólito y salvaje martirio. Privado de alimentos y de agua, cosidos ambos párpados, quebradas las costillas a fuerza de golpes inhumanos, mantenido en pie a fin de que no pudiese conciliar el sueño (con reflectores permanentes golpeando sus retinas). Y como su integridad no pudo ser vencida, se abrió sobre su cuerpo ya casi exánime el fuego de las ametralladoras que empuñaban usted y el lunático y criminal Luis José León Estévez, sellándolo de heridas mortales. El general Román Fernández fue modelo de valor y de sacrificio por la libertad.
Al escuchar esas palabras, el venerable anciano Ramón Vásquez García, tomado aquí como símbolo, lleno de conmiseración por el sufrimiento a que fue sometido el general Román Fernández recordó que hay quienes lo acusan de traidor porque no pudo ser localizado la noche del 30 de Mayo; unos pocos creen que podía haberse convertido en héroe; otros piensan que fue un mártir. Y expresó:
_La llegada intempestiva del general Arturo Espaillat a la casa del general Román Fernández a minutos de haber ocurrido el magnicidio introdujo dudas e incertidumbres que su cerebro no pudo manejar. No recibió aviso alguno de que el ajusticiamiento se efectuaría esa noche. Viéndose solo ante la inmensidad del desafío se turbó ante la magnitud de la hazaña que esperaba por su reacción. Eso no lo convierte en traidor. Quiso actuar. En la madrugada de esa noche convocó a las altas esferas políticas y militares a reunirse en su campamento militar, quizás con la intención de apresarlos. Era parte del plan de ejecución del golpe de estado. Hacerlo así, en vez de convocar en el Palacio Nacional, añadió combustible a la sospecha que ya existía sobre él por los fuertes vínculos de amistad que lo ligaban a Luis Amiama Tio y a Juan Tomás Díaz. Los convocados se negaron a asistir. En ese instante quedó sellado su destino.
_No cumplió con lo acordado _le endilgó un grupo irascible_. Mandó a matar a Segundo Imbert y a Ellis Sánchez. Dictó orden de muerte para algunos de los conjurados. Fue un traidor.
_La acusación de que Román Fernández mandó a matar a Imbert y a Sánchez luce ser un infundio interesado que se basa en idéntico guión al utilizado para encubrir el asesinato de los mártires de Hacienda María. Tampoco es cierto que impartió orden de dar muerte a los miembros del grupo del 30 de Mayo _ respondió Vásquez García_. Solo ordenó no dejarlos escapar. Tenía que guardar las apariencias pues era el secretario de las fuerzas armadas.
_Pero no cumplió con lo acordado con los conjurados. No facilitó que lo localizaran_alegaron los irascibles.
_Falso _ respondió el viejo roble_. Luis Amiama Tío no estuvo en la casa del general Román previo al magnicidio ni lo puso sobre aviso, cuando la misión que tenía encomendada era la de estar allí junto a él para dar inicio al plan de golpe de estado. Algo ocurrió que le impidió hacerlo. No lo sabemos. Esa noche tampoco se tomó la emisora ni se difundió la proclama cuya responsabilidad recaía sobre Ángel Severo Cabral. Tales circunstancias no le han quitado a sus protagonistas la categoría de héroes que han alcanzado.
_Y, ¿qué quiere usted significar con eso?
_ La historia es majadera y terca. Por Dios, no existe evidencia alguna de que Pupo Román Fernández fuera un traidor al grupo del 30 de Mayo. Razones pudo haber tenido para pensar que a él lo traicionaron al dejarlo en la inopia ante un hecho tan trascendente. Quizás le faltó la madera de que están hecho los grandes hombres que han cambiado el destino de la humanidad. Se convirtió en víctima del azar. Y en mártir. Torturado salvajemente una y otra vez expiró con dignidad.
Por Eduardo García Michel
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